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Con tetas sí hay paraíso

25 de Noviembre del 2008 - Manuela Condado Alonso (Gijón)

Todavía colean cada cierto tiempo los comentarios críticos con los concursos de misses. Los puristas los ven como una forma de desprecio hacia la mujer que es sólo juzgada por su aspecto físico y exhibida como un objeto decorativo al que se le hacen cuatro preguntas de cultura general para intentar alejar ese sambenito.

No sé si son esos mismos los que estos días se escandalizan porque una conocida discoteca ofrece como premio una operación de aumento de pecho y salen en defensa de las mujeres, en defensa de esas mujeres que, escuchándoles, parecen ser tontas, o menores de edad mental, o sin criterio propio, o carentes de derecho a decidir por sí mismas qué hacer con su cuerpo y qué prácticas estéticas permitidas por la ley son las que prefieren o no prefieren hacer.

Y yo me pregunto: ¿dónde están todos éstos cuando ven a los jurados de determinados concursos tratar a los aspirantes a cantante como si fueran basura a la que pueden denigrar con sarcasmo, desprecio e incluso insulto a su dignidad dando por supuesto, entre otras lindezas, que su siguiente y único posible paso será posar desnudos en una revista? ¿Se escandalizan de que las mujeres podamos decidir sacar provecho de aquella parte en la que podemos tener un mejor campo laboral, desfilando si tenemos un tipo apropiado para pasarela, escribiendo si tenemos facilidad de palabra, picando si somos buenas mineras, y no se escandalizan de que denigren a nuestros hijos, en público, con saña y reiteradamente?

Y la vulneración de derechos fundamentales amparados por la Constitución ¿dónde queda en sus críticas? Recuerdo un reciente concurso de aspirantes a modelo en el que una de las chicas debía someterse a un cambio de corte de pelo y color que le sentaba francamente mal. La chica desfiló con aquel look con gran dignidad y una cara que parecía la de una niña completamente enamorada de su nueva imagen. Pero tuvo luego la mala idea de comentarle a una amiga que aquel estilo no le gustaba. Lo que pasó después fue vergonzoso. La amonestaron, la trataron como si fuera una proscrita, le dijeron que ella estaba allí para hacer lo que se le exigía y que se estaba jugando su permanencia. La convencieron de que ella no tenía criterio, de que no tenía derecho a opinar, de que haber sido capaz de desfilar como una profesional aparentando belleza con aquel horror de peinado no compensaba la desfachatez de haberse creído una persona con ideas y gustos propios, ni compensaba la desfachatez de que una concursante tuviera un resquicio de vida propia en medio de ese convertirse en marionetas de profesores y profesoras con caras agrias que enseñan denigrando y gritando. Pero eso sí, con una lagrimita a la hora de despedirles porque al final han conseguido que los chicos se arrepientan, pidan perdón y besen la mano a sus «salvadores».

Tampoco aquí oí rasgarse las vestiduras a los perseguidores de misses y de aspirantes a talla 100. Parece que no pueden mostrarse hermosas, pero sí sumisas.

¿Podemos transmitir a la juventud que la estética no es lo único que importa mientras les decimos que cualquier melindre puede quitarles la libertad de opinar, de elegir libremente, que cualquiera puede robarles su dignidad o que cualquiera puede impedirles ejercer los derechos que tanto nos costó conseguir?

Yo no tengo edad, pero si la tuviera iría ahora mismo a comprar una entrada a esa discoteca no porque necesite más pecho, sino porque necesito que se enteren de que soy libre, de que tengo derecho a elegir, de que tengo derecho a opinar y de que tengo derecho a que me respeten.

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