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Einstein, Proust y los españoles

28 de Febrero del 2013 - María Vicente Cuesta (Gijón)

Uno de los problemas que padecemos los españoles, no estudiado todavía por los sociólogos, es el vicio que tenemos de aferrarnos al tiempo como si de un absoluto se tratase. Quizás es que la educación que hemos recibido ha carecido de la calidad necesaria para aplicar las tesis de los grandes pensadores y científicos a la enseñanza de los infantes. Por ejemplo, se olvidaron de explicarnos por qué dice Einstein que la distinción entre pasado, presente y futuro no es más que una ilusión persistente.

Este preámbulo quiere ser el motivo de reflexión que, en mi opinión, es urgente realizar para comprender en qué lugar de la conciencia colectiva estamos situados hoy, con el fin de encontrar salidas a la situación de confusión social y política en la que nos hallamos.

El estado del bienestar nos aferró al presente, el carpe diem era la máxima por excelencia, disfruta hoy a pesar del mañana, vive la vida, no pienses, consume. Y nos dejamos llevar por el canto de las sirenas, olvidando mirar el tiempo desde arriba, relativizarlo, hacerlo uno.

Igualmente lanzamos las redes del olvido al pasado tenebroso, sin cerrar las heridas abiertas de un país que dejó en las cunetas de la soledad, la labor y la sangre de tantos luchadores que perdieron su vida por conquistar algunos derechos para las generaciones siguientes, hombres y mujeres que se asemejaron al viejo que plantaba dátiles en el desierto, aún a sabiendas de que darían fruto muchos años después de su muerte.

Y así dejamos que la memoria ignorase el futuro de nuestros hijos.

Y hoy lloramos porque no recordamos la lección de aquellos luchadores, la lección que trataba de cómo manejar los instrumentos necesarios para recuperar nuestros derechos. Lloramos en las consultas masificadas de los médicos, porque no somos capaces de encontrar vías colectivas que nos ayuden a solucionar los problemas de un país que no puso barreras a la ambición de los poderosos y que tiene miedo de afrontar el provenir.

Si atendemos a los descubrimientos de otro sabio que estudió el tiempo, Marcel Proust, podremos quizás nutrirnos de la esencia de las cosas que nuestra memoria aisló y construir con la voluntad, fragmentos del presente y del pasado que sirvan para diseñar un futuro más digno y más acorde con la realidad. Así, liberados del orden del tiempo, perderemos el miedo ¿Qué podríamos temer del futuro?.

Recuperemos el tiempo perdido, construyamos túneles que nos permitan reconocer las bridas que soltamos y tomar las riendas de los días presentes, del mañana que nacerá nuevo.

Solo tenemos que aprender dos sencillas lecciones: Una, que el tiempo no es absoluto, ésta nos defenderá contra el miedo. Y otra: que los hombres solo nos salvaremos juntos, ésta nos ayudará a recuperar los instrumentos de combate contra las agresiones.

Busquemos en el túnel de la memoria, que siempre hallaremos las llaves de los paraísos futuros.

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