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En el umbral de la puerta de salida

9 de Febrero del 2014 - Miguel Braña (Oviedo)

Mi nombre es Miguel, tengo 29 años y, como otros muchos jóvenes, me he visto condenado a emigrar. Todavía no lo he hecho, pero ya he adquirido, no sin cierto desasosiego, los billetes de una compañía de vuelos baratos que operan entre Asturias y Reino Unido. Tengo un perfil de lo más típico, y en cierto modo «privilegiado», educación universitaria, buen nivel de inglés, pero, como otros muchos, carezco de la experiencia que me abra la puerta del mercado laboral. Lo que ha hecho que a mis 29 años, y sólo habiendo trabajado en trabajos basura (palabra que la neolengua ha sustituido por minijobs), me sitúe al borde de la exclusión social, porque cuando cumpla 30 años sin ninguna experiencia, ¿quién me va contratar? Y es que en este país no se cumple el contrato social que dice que tienes derecho a un buen puesto de trabajo a cambio de esfuerzo y mérito. No es que el ascensor social se haya parado, es que se ha estropeado, se ha roto el cable y no hay nadie que llame al técnico ni tenga interés en ello.

Y como quien dice sus últimas palabras bajo el umbral de la puerta de embarque, antes de cruzar esas paredes de cristal que me abrirán el paso y que no me dejarán volver atrás, quiero decir mis últimas palabras a este país, porque los «te echaré de menos» y los «te quiero» ya se los diré a mis seres queridos el día que tenga que subirme en ese avión: A ti, España, país que me vio nacer, crecer y que me dio una educación, te digo que no te rindas. No les pidáis dignidad a los indignos, echadlos. No creáis sus burlas, su cinismo, sus brotes verdes, sus medias tintas, no estéis asustados. Que el miedo a que os corten la luz, a que os echen de vuestras casas, a no poder pagar el comedor de vuestros hijos, esos padecimientos que sufrís cada día, se convierta en una fuerza inversamente proporcional hacia los que os lo causan. Que no os hagan pensar que sois culpables como individuos, que vosotros os lo habéis buscado, que tenéis lo que os merecéis por no trabajar por 4 euros la hora o por no haber estudiado chino mandarín en vuestros ratos libres. La sociedad sí existe, desmintiendo la falacia de Thatcher, pero ellos no la viven, no la sienten rugir, no siente su padecimiento. Ellos no van en metro, no ven las caras de la gente, agotadas, sólo ven las de sus sirvientes, complacientes. Porque si sus hijos se ponen enfermos o quieren estudiar un máster en EE UU tienen los recursos, que previamente os han robado, para cumplir sus deseos con un simple deslizamiento de banda magnética.

Empoderaos, conoced a vuestros vecinos, reivindicad los espacios comunes, no penséis en la recompensa a corto plazo, haced política, olvidaos de que la única manera de hacer política es con trajes en un Parlamento. Porque ellos os quieren desorganizados, individuos aislados, despolitizados, asustados, porque mientras que el pensamiento colectivo no sea una realidad ellos tendrán el país cogido por los huevos. Y dudo que queráis vivir toda vuestra vida oprimidos, vejados, maltratados... En definitiva, con dolor de huevos.

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