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La sanidad pública, motivos para la esperanza

20 de Julio del 2014 - María José Villanueva Ordóñez

El pasado viernes 11 de julio sonó el busca del SAMU para acudir a un grave accidente de tráfico por una colisión frontal entre dos vehículos. Uno de los accidentados no mostraba lesiones graves, pero en el otro vehículo una mujer joven, como consecuencia del impacto, sufría graves lesiones que podían comprometer su vida y además estaba atrapada en el vehículo y precisaba de la intervención de los Bomberos para poder sacarla de aquel coche tan violentamente deformado.

El escenario era muy duro, pero ahí comienza nuestro trabajo, de la mano del de los Bomberos, con quienes hay que hablar para buscar el mejor modo de sacar a la paciente del coche sin empeorar sus lesiones. Tras más de media hora de esfuerzo lograron hacer un hueco y entre todos sacamos a la paciente, con su columna inmovilizada y la analgesia intravenosa necesaria para mitigar todo lo posible los dolores que le causaban sus fracturas. Aquí comienzan a aparecer motivos para la esperanza, al ver trabajar a diferentes colectivos como Bomberos, personal sanitario y técnicos, con un objetivo común y de forma coordinada.

En este momento aparece el esposo de la accidentada, que tiene que ver en directo cómo vamos inmovilizando cada fractura y el sufrimiento de su mujer, dando a todos un ejemplo de fortaleza y saber estar.

Tras una segunda evaluación y estabilización inicial en la uvi móvil salimos hacia el Hospital San Agustín y pasamos a la paciente al box de críticos donde nos reciben, como siempre, de forma cordial y profesional, y tras ofrecer al médico responsable de urgencias el quedarme ayudando a la atención de la paciente mientras no sonara el busca para atender a otro aviso, mi oferta es aceptada con una sonrisa en la cara y continúa el trabajo de médicos, enfermeras, auxiliares, celadores…

Subtítulo: Ejemplo de lo que es el trabajo médico diario

Destacado:Al finalizar la guardia salgo directamente hacia Tapia de Casariego y paso por el mismo lugar donde ocurrió el accidente y no puedo evitar llorar por la pena que me produce, y seguramente por el estrés acumulado. No me avergüenzo al contarlo

Y aparecen en escena y comienzan a intervenir diferentes especialistas: traumatología, radiología e intensivos, y con todos ellos se repite esta acogida y este afán por diagnosticar las lesiones de la accidentada y buscar el mejor de los tratamientos posibles por parte de cada uno. En todo momento el diálogo fue una constante, y el aprovechar la experiencia de cada uno en sus técnicas para el bien de la paciente, de modo que los traumatólogos trabajaban mejor si la paciente estaba sedada (dormida) y analgesiada (sin dolor) y los demás (personal de urgencias y emergencias, radiólogos, intensivista…) trabajábamos mejor si las fracturas estaban inmovilizadas y estabilizadas. Nuevo motivo para la esperanza: profesionales de ámbitos diferentes trabajando con el mismo objetivo y de forma cordial y colaboradora.

Con todas las lesiones diagnosticadas y tratadas inicialmente, la paciente ingresa en la UVI y yo retorno a la base del SAMU del hospital. Cansada física, pero sobre todo mentalmente por vivir tan de cerca tanto sufrimiento en la paciente y en su familia, al rato suena el busca y acudimos a un domicilio donde nos requieren y atendemos a otro paciente con una hemorragia cerebral.

Al finalizar la guardia salgo directamente hacia Tapia de Casariego y paso por el mismo lugar donde ocurrió el accidente y no puedo evitar llorar por la pena que me produce, y seguramente por el estrés acumulado. No me avergüenzo al contarlo. Quizás eso signifique que mi corazón no se ha hecho de piedra, que me importan mis pacientes, y que como ser humano que soy necesite dar salida al dolor y a las emociones. Pero según iba avanzando por la carretera el llanto dio lugar a un sentimiento de esperanza, de agradecimiento por haber podido trabajar codo con codo, y nunca mejor dicho, con profesionales que anteponen a todo el bienestar de los pacientes y lo hacen sin afanes de protagonismo, en un ambiente de colaboración a pesar de la dureza del escenario y de todas las incertidumbres de los momentos iniciales.

El martes día 15, al subir a la UVI del hospital para preguntar por el estado de la paciente hemos podido hablar con ella. Está consciente, con varias intervenciones quirúrgicas por delante, pero ahí está, fuerte y animada, dándonos otro ejemplo de cómo afrontar estas situaciones vitales. Y nos dijo una cosa que me causó una gran alegría, y es que a pesar de que en el lugar del accidente al inmovilizar sus fracturas se quejaba de dolor, no guarda ningún recuerdo de ese momento gracias a la medicación intravenosa que le administramos. Nos dijo que sólo recuerda cuando entramos en el coche y le preguntamos su nombre para ver si estaba consciente, y que a partir de ahí la medicación hizo su efecto, a pesar de que escucháramos sus quejas al poner férulas por aquí y por allá.

Estoy de vuelta en la base y me siento obligada a compartir estos motivos de esperanza ante una sanidad pública que tantas veces se tambalea. Que si la financiación y sostenibilidad económica, que si los vaivenes de los políticos, que si el uso que de ella hacen los pacientes, que si la falta de personas con perfil técnico en la gestión, que si la desmotivación de los profesionales y la falta de reconocimiento de su trabajo... Estos y otros muchos argumentos seguramente sean ciertos, pero no es menos cierto que hay datos que nos ayudan a mantener la esperanza en la sostenibilidad del sistema sanitario público. Lo vivido durante los dos días a los que me refiero, así lo refrendan.

Me siento afortunada de trabajar en el SAMU, orgullosa de trabajar en el sistema sanitario público, y profundamente agradecida a todos los que trabajaron y me dejaron trabajar con ellos en el Hospital San Agustín devolviéndome la esperanza que tantas veces estamos a punto de perder con los problemas de nuestra sanidad en el día a día. Gracias, a todos, de corazón, y mucho ánimo a nuestra valiente paciente y su no menos valiente familia.

Recientemente leí en un libro regalo de un franciscano asturiano tras finalizar el Camino de Santiago que la persona más optimista del mundo es aquella que en medio de las adversidades es capaz de seguir afianzando su existencia en la esperanza. Así es como me siento. Ojalá este caso real de gestión centrada en el paciente haga de todos nosotros personas más optimistas.

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