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Los científicos ciegos sólo ven materia

23 de Agosto del 2009 - José Manuel Colao Granda (Pravia)

De la Sagrada Biblia (despreciada por Einstein) podemos sacar dos enseñanzas; una, que nos habla desde el Antiguo Testamento (por el sabio Salomón inspirado por el Espíritu Santo) del empacho de los científicos sobre sus propios conocimientos: «¿Has encontrado miel? Come sólo lo necesario / no sea que harto, la vomites», Proverbios 25-26; otra del Nuevo Testamento: «Jesús dijo: Yo vine a este mundo para un juicio: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos» (S. Jn 9-29). Por eso los científicos, ciegos, sólo ven materia: en el Sol, que nos da la vida. Y es un millón trescientas mil veces mayor que la tierra, él es una inmensa conflagración de gases de medio kilómetro de diámetro, cuya temperatura asciende sólo en la periferia a seis mil quinientos grados de calor, y en el interior entre treinta y cincuenta millones de grados de temperatura. Y su peso es de dos mil trillones de toneladas, que se expresa con un dos seguido de veintisiete ceros. Y nuestro Sol se consume, recibiendo un combustible de dos mil toneladas por minuto, mientras pierde de masa cuatro millones doscientas mil toneladas por segundo. No obstante, el Sol es una estrella pequeña, la «Doradus» es trescientas mil veces más grande que él. Y eso es sólo una gota de miel en los labios de los científicos, pero si «el Dios que ha hecho el mundo y todo lo que hay en él, siendo Señor del cielo y de la tierra» (Hchs, 17-35) es confundido por los ojos de los incrédulos por sus propias obras, y la mente del hombre, creada por Dios para adorarle al contemplar sus obras, se engríe al descubrir los principios por los que Dios quiso que se rigiese el universo, ¿cuánto vómito de empacho de miel no habrá en la boca del científico?, y ¿cuánta ceguera no habrá en la mente de aquél que dice ver, porque entiende de leyes científicas y no entiende al que las creó?

Una pregunta infantil de un creyente: ahora los científicos tratan de explicar el origen del universo con la teoría («explicación científica no demostrada») del Big-Bang (hasta han construido los detectores Atlas y Alice para intentar ver lo que supuestamente habría pasado inmediatamente después de dicho fenómeno): Pero ¿antes del Big-Bang qué había? Los católicos creemos que sea cual sea la teoría explicativa (no creo que jamás la ciencia lo llegue a demostrar de manera exacta) del origen de la vida, del universo, etcétera. Siempre, detrás, hay un Dios perfecto en todas las cualidades positivas posibles. Y ese Dios intervino en la historia de la humanidad, encarnándose su Segunda Persona –el Verbo– en el seno de María Virgen y entregándose voluntariamente a la muerte de cruz para la redención del género humano, que había comido del fruto del árbol prohibido («de la Ciencia del Bien y del Mal» Gn. 3-5. Simbología Teológica para explicar una desobediencia al Creador, que no es un cuento de hadas, sino la explicación de una tragedia, la del género humano transgrediendo las leyes de su Creador, intentando «ser como dioses», intentando «adquirir sabiduría» prohibida, G. 3). Y de esa Resurrección del Maestro fueron cientos los testigos, entre ellos los doce apóstoles, los cuales, no dudaron en certificar que había resucitado con su propia vida, pues todos murieron mártires por declarar su fe en que Jesucristo era Dios y había resucitado de entre los muertos, pues lo habían visto vivo después de que le hubieran dado muerte cruenta. Y en toda la Historia de la Iglesia fueron legión los mártires que dieron su vida por reconocer a Jesucristo como Dios y Hombre verdadero y no por un hecho fanático religioso, sino por que conocieron al Hijo de Dios y lo trataron en intimidad. Ya en los últimos tiempos (siglo XX) Santa Gemma Galgani, San Pío de Pieltrecina, o ya en el siglo XXI el P. Stefano Gobbi, recibieron carismas de todo tipo que acompañan a la Iglesia en toda su Historia: bilocaciones, estigmatizaciones, locuciones, introspección de conciencia, levitaciones... Y desde 1981 en El Escorial –Madrid– Luz amparo Cuevas –del que soy testigo presencial de algunos de esos carismas y daría mi vida si Dios me asiste con su Fortaleza por defender la verdad de esos hechos– es una humilde mujer analfabeta que resumen en su vida los principales carismas que acompañaron a los santos a lo largo de la Historia de la Iglesia. Pero el principal, que no el más llamativo, es el fundar una «fundación pía autónoma» con tres ramas (familiar, jóvenes vocacionales –que estudian para sacerdote– y seglares reparadoras –chicas que han dejado carreras y novios y se dedican a consagrarse a Dios y a los más débiles –los ancianos desamparados–) que ya rondan entre todos cerca de trescientas personas consagradas, aprobadas por la Iglesia. Amén de una media docena de casas (con más de 500 habitaciones) de acogida para los ancianos desamparados –muchos de ellos recogidos en la calle de entre auténticos basureros–. A estas obras buenas (ya son una docena de sacerdotes al menos, sin contar las vocaciones que salieron de Prado Nuevo, lugar de las apariciones de la Santísima Virgen y del Señor, en El Escorial, a Luz Amparo Cuevas los primeros sábados de mes, desde el citado 14 de junio de 1981 hasta nuestros días, y que ingresaron en multitud de órdenes religiosas) hay que añadir la salud de alma y cuerpo que allí encontramos miles de personas y «no hay ningún árbol bueno que dé frutos malos» (Mt. 7-18). Pero volviendo al señor científico, «cuida pues que la luz que hay en ti no sean tinieblas» (Mt. 5-35). Por que si eres ciego de soberbia no podrás gozar de la alabanza del manso Jesús: «En aquel momento, lleno de gozo bajo la acción del Espíritu Santo, dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los hombres sabios y hábiles, se las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, porque así te agradó» (S. Lc. 10-21).

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