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Ruedos mediáticos

23 de Agosto del 2009 - Ricardo Luis Arias (Aller)

Torero lo es José Tomás, reencarnación de Manolete, como aquí dijera, en un hermoso artículo de rica y rezumante literatura, Luis Meana, con motivo de su gran tarde, una más, en El Bibio gijonés. Sí, esta gran revelación en el mundo de la tauromaquia guarda una gran similitud con Manolete, pues, a igual que él, es portador de la gloria y de la muerte. Juega con ésta, la provoca, esquiva y torea en cada corrida. Varias cogidas graves ha tenido ya que vienen a suponer otras tantas advertencias de que su gloria puede terminar también sobre la arena. Dios no lo quiera. Pero él, valiente y temerario, más que imprudente, sigue haciendo gloria y jugando con la muerte. Austero, hermético y enemigo de pompas y vanidades, al igual que el héroe de Linares, es hoy el mejor de los toreros que pisan la arena de los ruedos. En Gijón lo demostró, una vez más, sí.

Uno no va a hablar aquí ahora del arte taurino, porque reconoce ser un verdadero profano en la materia. Admito la importancia que tiene como fiesta nacional, y todo eso, pero me desagrada y entristece cuánta sangre hay en ella, ya sea del hombre o de la bestia. Pero sí quiero destacar, tauromaquia aparte, la faceta que más admira y valora uno en el gran torero: su sencillez y saber guardar su vida íntima, que otros colegas suyos, harto conocidos, venden a esas revistas ramplonas, llamadas del corazón –que, en realidad, lo son de entrepierna– y a unas determinadas cadenas de televisión que se nutren de esa mugre social como lo es, por ejemplo, un cotilleo barriobajero, amoríos, apaños, separaciones, cornamentas –y no de toros, precisamente– y todo cuanto se refiere al sexo, que absorbe el seso a tanto obseso. Y por sus frívolas intervenciones y ventas de sus miserias e intimidades, en esos medios de escandalosa popularidad, los colegas de marras, torerillos de la «beatiful people», elegantes y diletantes, son recompensados con unos buenos milloncejos, en vez de orejas y rabos. Claro que en esos ruedos mediáticos no hay peligro de que a uno le metan un pitón. Estos toreros, guaperas, lo son más bien de salón.

José Tomás es diferente, no pertenece a esa fauna taurina cuyo verdadero arte está ante las cámaras y los «flaxes», en ese mundo frívolo y cursi, luminoso y resplandeciente, poblado de luciérnagas de elegante y vistosa apariencia, pero de efímera vida. Una vida en la que todo es ficción y mentira, y que no va con José Tomás, que sabe torear de verdad y jugar con la muerte. Hoy, es el mejor.

En Gijón lo acaba de demostrar.

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