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San Romero de América, líder antimilitarista

17 de Marzo del 2015 - Javier Arjona (Siero)

El 24 de marzo se cumplen 35 años del asesinato del obispo de San Salvador. Parece ser que el 23 será declarado beato por el Vaticano.

Preguntada al respecto en Oviedo en el Club de Prensa de LA NUEVA ESPAÑA la religiosa Teresa Forcades respondía que Romero ya había sido reconocido, beatificado, santificado por su pueblo, mucho más importante que este gesto de la curia.

Numerosas actividades se están ya realizando con ocasión de este aniversario, en todo el mundo. En Asturias de nuevo el comité de solidaridad que lleva su nombre también le reivindica en varias acciones.

El 6 de marzo, en la celebración de calle del MOVICE, Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado en Colombia, una delegación asturiana saludaba al sacerdote Alberto Franco, presidente de Justicia y Paz. Y desde allí mismo llamaban a la hermana Cecilia Naranjo también de esa Comisión Intereclesial de Justicia y Paz que acompaña valientemente numerosos procesos de comunidades de Paz en medio del conflicto armado colombiano, y es perseguida por ello y por oponerse al robo de tierras a las comunidades.

Cecilia había estado en el salón de plenos del Ayuntamiento de Siero en el 25 aniversario de Monseñor Romero. Ese mismo día 24 de marzo de 2005 en ese mismo salón municipal estaba Luciano Romero. Mismo apellido que Monseñor, y también mártir ese año en septiembre a su regreso a Valledupar. Este año, a los diez de su terrible asesinato, cuando ya ha sido determinado el suyo por la justicia colombiana como crimen de lesa humanidad, se celebrará otra actividad en Oviedo, con la presencia de una de sus hijas.

Ese mismo día y lugar la delegación asturiana se encontraba con la dominica Maritze Trigos, que acompaña a las víctimas de la masacre de Trujillo, en el Valle. En dicha masacre de los paramilitares de extrema derecha fueron asesinados y descuartizados el párroco de Trujillo, padre Tiberio , y su sobrina. Sus despojos fueron arrojados al río Cauca.

¿Quién era Monseñor Romero?

Otro obispo, Casaldáliga, lo describía con acierto poético :

El ángel del Señor anunció en la víspera...

El corazón de El salvador marcaba

24 de marzo y de agonía.

Tú ofrecías el Pan,

el Cuerpo Vivo

-el triturado cuerpo de tu Pueblo;

Su derramada Sangre victoriosa

-¡la sangre campesina de tu Pueblo en masacre

que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada!

El ángel del Señor anunció en la víspera,

y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;

como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.

¡Y se hizo vida nueva

en nuestra vieja Iglesia!

Estamos otra vez en pie de testimonio,

¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!

Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.

Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente.

Romero de la Pascua Latinoamericana.

Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.

Como Jesús, por orden del Imperio.

¡Pobre pastor glorioso,

abandonado

por tus propios hermanos de báculo y de Mesa...!

(Las curias no podían entenderte:

ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).

Tu pobrería sí te acompañaba,

en desespero fiel,

pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.

El Pueblo te hizo santo.

La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.

Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.

Como un hermano herido por tanta muerte hermana,

tú sabías llorar, solo, en el Huerto.

Sabías tener miedo, como un hombre en combate.

¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana!

Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,

con una sola mano consagrada al servicio.

América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini

en la espuma aureola de sus mares,

en el dosel airado de los Andes alertos,

en la canción de todos sus caminos,

en el calvario nuevo de todas sus prisiones,

de todas sus trincheras,

de todos sus altares...

¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos!

San Romero de América, pastor y mártir nuestro:

¡nadie hará callar tu última homilía!

El 8 de febrero de 1977 había sido nombrado arzobispo de San Salvador.

El 14 de febrero de 1978 se le otorgó a Monseñor Romero el doctorado honoris causa de parte de la Universidad de Georgetown en los Estados Unidos. El 7 de diciembre de 1978 monseñor Romero fue propuesto como candidato para el premio Nobel de la paz por 118 miembros del parlamento británico. Más tarde la universidad de Lovaina, Bélgica, le otorgó el doctorado honoris causa.

Monseñor Romero hizo de la homilía dominical un oasis donde no llegaba la censura del Estado, una cartelera con voz donde colgar los nombres de los asesinados y desaparecidos. El incipiente movimiento guerrillero comenzaba a cobrar fuerza y, como respuesta de la extrema derecha, aparecieron 'Los Escuadrones de la Muerte', liderados por el mayor Roberto D'Aubuisson, un militar formado en la Escuela de Las Américas.

El día 24 de marzo, a las seis y cuarto, mientras celebraba misa, Romero era asesinado.

Miles de personas velaron su cadáver en la Basílica del Sagrado Corazón y unas cincuenta mil acudieron a su funeral en la catedral. Mientras se celebraba, estalló una bomba en los alrededores, entre tiroteos y ráfagas de ametralladora, a causa de la cual murieron 27 personas y más de doscientas resultaron heridas.

La muerte de Monseñor Romero estuvo precedida por el asesinato de más de una decena de sacerdotes, y por decenas de miles de civiles, entre obreros, campesinos, estudiantes y profesionales, asesinados por los escuadrones de la muerte y el ejército.

La muerte de Monseñor Oscar Arnulfo Romero no se entiende sin su compromiso decidido a favor de la justicia y de la dignidad de los salvadoreños y salvadoreñas, así como tampoco se entiende sin el proceso de conversión, desencadenado a partir del asesinato del padre Rutilio Grande (el 12 de marzo de 1977) y su progresiva profundización a medida que sectores eclesiales y populares eran golpeados por la violencia del Estado y de los escuadrones de la muerte.

Nadie hará callar tu última homilía , recuerda para siempre su colega Pedro Casaldáliga:

"Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía, de los cuarteles: Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: No Matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios... Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla... En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión!'.

En 1989 los militares entraban a la UCA y asesinaban de madrugada a Ignacio Ellacuría, Segundo Montes , Ignacio Martín-Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López , la trabajadora de la Universidad, Julia Elba, y su hija de quince años, Celina Ramos.

El asesinato de Ellacuría y de sus compañeros ya había sido anunciado. Miembros de las Fuerzas Armadas habían calificado la UCA como un refugio de subversivos y Ellacuría, empeñado en buscar una solución negociada a la guerra civil, se había convertido en uno de los objetivos más deseados por los militares. Cinco de los jesuitas asesinados eran españoles y, conociendo el riesgo que corrían, habrían podido regresar a su país de origen. Pero no lo hicieron.

Dos años antes, en semana santa, un grupo de brigadistas de COSAL cruzaron la frontera entre Nicaragua y Honduras y llegaron a visitar los tres campamentos de refugiados salvadoreños, en San Antonio, Colomoncagua, Mesa Grande. Allí , en las celebraciones de aquella semana santa, sería donde conocerían en profundidad lo que la gente salvadoreña opinaba de su obispo mártir.

Algunos miles de esos refugiados/as lograrían acordar un regreso-retorno colectivo. Una parte se quedarían en las cercanías de Perkin, todavía en guerra y fundarían una nueva población: le pusieron el nombre de Segundo Montes, uno de los jesuitas asesinados, y allí los visitaría de nuevo una delegación asturiana, cuando ya se avizoraba un acuerdo de paz.

Manuel García Fonseca, el Pole, siendo diputado en Madrid, participó en el juicio por los asesinatos en la UCA, y dio testimonio en la Audiencia Nacional, para un juicio que sigue pendiente.

La justicia, para el caso de Monseñor Romero, está más lejos aún. El que es considerado responsable principal, el mayor Dabuisson, murió de cáncer, en la completa impunidad y su partido Arena le propuso para una condecoración en el parlamento.

Otro capitán, desde Miami, ha dicho que dará datos, que colaborará, que quiere romper el silencio cómplice..pero eso está por ver.

Nunca se procesó a los responsables del asesinato de Monseñor Romero. El miedo y el silencio han reinado en este caso paradigmático de impunidad, convirtiéndose en expresión de incontables víctimas de la violencia estatal en las Américas. Pasan los años pero estas atrocidades aún sin resolver, piden justicia a gritos.

Ni perdón ni olvido. Es un lema de los movimientos contra la Impunidad.

Romero vive en las luchas del pueblo; los gringos, la oligarquía, la derecha, los escuadrones de la muerte quisieron con el magnicidio acabar con la voz del pueblo; y sin embargo, sus enseñanzas, su ejemplo de justicia y dignidad, sigue latiendo y vive en la gente organizada del pulgarcito de América y de toda Latinoamérica.

Nunca podrán acallar tu última homilía. Obama debería tomar nota de la propuesta antimilitarista del obispo de las Américas.

A los 35 años de su asesinato, Monseñor Romero está más vivo que nunca.

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