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Sobre el cambio educativo

22 de Septiembre del 2015 - Antonio Cervero Fernández-Castañón (Oviedo)

Recientemente se ha publicado en su diario LA NUEVA ESPAÑA un interesante editorial que desgrana algunos de los principales problemas educativos que, si bien reducen al contexto regional, muy bien podrían ser extensivos al ámbito nacional. Algunos de los problemas a los que alude versan sobre la falta de autoridad de los docentes, el bajo nivel formativo de los alumnos, la exigencia de derechos frente al olvido de los deberes de estos, la multiplicidad y transitoriedad de las leyes educativas, la necesidad de una verdadera reflexión sobre la eficacia (o no) de recientes tendencias educativas como el bilingüismo o la inclusión de las TIC en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Sin embargo, parece que estos aspectos no dejan de ser los síntomas de un problema de mayor envergadura y relevancia, como es la propia conceptualización de la educación y sus instituciones, incluyendo la concreción de sus funciones en la sociedad actual, sociedad de la información y el conocimiento. Una reconfiguración que no se ha planteado hasta el momento siguiendo la máxima nacional de la patada hacia adelante, lo que ha llevado a disponer en la actualidad de unas instituciones y una educación que, siendo más características de la sociedad industrial, se parchean precisamente para no tener que afrontar la problemática de su redefinición.

En este contexto, quizás un primer planteamiento, estrictamente ideológico, pase por clarificar el objetivo primordial de la institución educativa, porque obviamente no es lo mismo perseguir un ideal orteguiano que busque enseñar a pensar por uno mismo que entender estos entornos como contextos de fomento de principios y valores determinados (eufemismo muy utilizado para edulcorar el poco disimulado adoctrinamiento político o religioso que desarrollan hoy cientos de centros escolares públicos, concertados y privados a través de su currículum explícito y oculto). Tampoco es lo mismo entender la educación como una herramienta para favorecer el desarrollo integral de la persona o como un medio para facilitar la selección y adaptación de personal al futuro entorno laboral, etcétera.

Así las cosas, sólo estableciendo previamente un objetivo o una meta socioeducativa perfectamente delimitada se podrá plantear la realización de un estudio diagnóstico que permita conocer la situación real y actual del sistema para priorizar los diferentes cambios a adoptar, evitando así actuar a golpe de ocurrencia política o de modas derivadas de discursos partidistas nacidos exclusivamente para contentar a los diferentes grupos de presión. También resulta obvio que para no repetir los errores que han desencadenado la situación actual, tanto el objetivo como el análisis de los resultados deberían ser consensuados buscando un pacto por la educación de los principales partidos políticos, ya sea a nivel autonómico o nacional.

Finalmente, cabe mencionar tres aspectos fundamentales que deben formar parte obligada de esta urgente e imperiosa reconceptualización educativa.

En primer lugar, determinar el papel de las familias en las instituciones escolares articulando la relación familia-centro de forma que se produzca una interacción fluida que permita avanzar en una dirección común frente al demasiado habitual enfrentamiento existente, y extender la formación de prácticas de parentalidad positiva por las que tanto apuestan las instancias europeas.

En segundo lugar, integrar la educación emocional como un factor añadido que debe incorporarse a la enseñanza de contenidos (hoy competencias). Por un lado, porque no puede entenderse una educación que considere el componente cognitivo y conductual prescindiendo del tercer factor, el ámbito de la emoción; y, por otro, porque hoy más que nunca el control emocional se ha convertido en una peligrosa arma de manipulación sociopolítica, como bien podemos ver en nuestro entorno cercano.

Por último, en tercer lugar, superar el conflicto entre prioridad de contenidos o metodología, sabiendo que una educación de calidad, como parecen haber entendido e implementado en otros países europeos que nos negamos a tomar como referentes, exige la excelencia tanto en uno como en otro aspectos.

Ante la gravedad de la situación que atraviesa el sistema educativo y sus instituciones, estos son aspectos suficientes para comenzar una reflexión seria y rigurosa. Desde luego, mal vamos si ante los presentes problemas educativos, muchos estructurales, la agenda viene marcada por asuntos tan nimios y tan interesados en lo político y económico como, por ejemplo, el uso del asturiano y las clases de religión o sus alternativas.

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