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Progresismo y reformismo

11 de Febrero del 2016 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)

Ardua se está poniendo la tarea de conformar un Gobierno que, con una mínima garantía de estabilidad, ponga en marcha la XI Legislatura de nuestra aún inmadura democracia. Las manidas palabras que el improvisado candidato a la Presidencia, Pedro Sánchez, repite sin cesar, manifestando sus intenciones de encabezar un gobierno progresista y reformista que, según sus propias declaraciones, ponga remedio a los muchos y complejos problemas que afectan a nuestro país, nos hace ponernos en guardia sobre sus verdaderas intenciones y, por ende, dudar del sentido que, consciente o inconscientemente, está aplicando a tan solemnes expresiones. Si realmente está considerando el progresismo como un avance en las libertades públicas, y el reformismo como doctrina conductora del cambio hacia la mejora gradual de la situación política y social, no parece que los compañeros de viaje que, por la lógica de la aritmética parlamentaria y su negativa a ningún pacto con el PP, le podrían facilitar el acceso a La Moncloa sean los más adecuados para lograr estos ambiciosos objetivos. Si, finalmente, por puros intereses personales, el señor Sánchez conduce al PSOE al tremendo desatino de pactar un Gobierno con un partido tan sectario como Podemos, cuajado de resentimiento y revanchismo, cuyo único objetivo es dinamitar el orden establecido para romper todas las estructuras que sostienen un estado democrático, las consecuencias para España podrán ser realmente letales. Las reacciones que, por la gran incertidumbre creada, se podrían producir, tanto en los más importantes sectores económicos que operan en nuestro país como en nuestras relaciones internacionales, serían, a buen seguro, muy negativas para el conjunto de los intereses nacionales. La inversión y, como consecuencia, el desarrollo y el empleo sufrirían un parón que podría lastrar, de forma notable, la aún frágil recuperación que ya se venía vislumbrando, conduciéndonos hacia una situación de inestabilidad de consecuencias imprevisibles.

La envenenada situación parlamentaria derivada de las últimas elecciones generales no ha dejado más que un camino lógico y sensato: un gran pacto entre los tres partidos constitucionalistas formados por el PP, PSOE Y Cs. Ninguna otra combinación podría aunar la suficiente fuerza política para abordar una hipotética reforma de la Constitución, ni para promover cambios legislativos duraderos, que puedan trascender sobre los gobiernos de turno, en sectores tan significativos como Educación, Sanidad, Justicia y Trabajo. Sin duda sería el mejor servicio que se pudiera prestar al país, dando certidumbre y seguridad para poder seguir avanzando con paso firme por el camino de la recuperación. Sólo existe un problema, grave por cierto, y es la ya manifiesta incapacidad de diálogo entre los actuales máximos responsables del PP y PSOE que, lamentablemente, han llevado sus desencuentros, más allá de los intereses de sus partidos, al ámbito personal. Dado la complejidad de la situación, lo más racional o, dicho de otra manera, el menor de los males, sería la convocatoria de unas nuevas elecciones. A tenor de las encuestas que se barajan, no parece que unos nuevos comicios nos vayan a llevar a un escenario radicalmente distinto al que ahora tenemos; pero, al menos, podrían servir para que los dos grandes partidos tradicionales tengan la oportunidad de cambiar a sus cabezas de cartel y, como consecuencia, se pueda crear un nuevo clima de diálogo y entendimiento. Con todos los puntos en contra y a favor que se puedan poner a esta medida, creo que, en un balance objetivo, y teniendo en cuenta que el menor de los males siempre es el mejor de los remedios, la conclusión final a la que se puede llegar es que merecería la pena intentarlo. En caso contrario, si se comete la temeridad de dejar el país en manos de una fuerza política dominada por cuatro jovenzuelos radicales, mal criados y engreídos, donde la carencia de educación sólo es comparable a su abundante insolencia, junto a otros grupúsculos de extrema izquierda y secesionistas, coaligados con un PSOE (quién te ha visto y quién te ve) que sólo aspira a la Presidencia a costa de entregarse a los caprichos de sus socios, quienes, sin duda, le dejarán relegado a un simple papel de reina madre, vamos a tener que considerar, tal como apunta un conocido locutor radiofónico de las mañanas, el pedir asilo en Somalia. No es que ello nos vaya a resolver nada, pero, tal como reza el típico dicho español: ojos que no ven corazón que no siente.

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