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Desde Arbazal a Corinto

17 de Enero del 2017 - José M. Gómez Tuñón (Oviedo)

En Arbazal (Villaviciosa), sentado sobre una piedra al traidor sol del otoño, y después de contemplar allí la armadura y lanza del soldado combatiente en Lepanto, ¿al lado de Cervantes?, la mente se fue por aquel mar hasta dar con el genial Pablo de Tarso, que 1.500 años antes de aquella gesta navegaba el Mediterráneo Norte en barcos "propulsados" por velas y remos, fundando comunidades cristianas, él, que había sido perseguidor de sus miembros.

Me detengo en la de Corinto (Grecia), a la que, ante síntomas de desunión detectados, escribió una carta conteniendo un pasaje sublime para memorizar y aplicar de inmediato como antídoto del humanismo al vocinglero y desnortado materialismo de "chigre", convertido hoy en becerro de oro. Si la política diese preferencia al humanismo, sería menor la violencia de género, por citar ejemplo candente.

El cristianismo es principal fabricante y almacenista de esta doctrina. De su archivo extraigo el aludido pasaje, que no es oración, ni tratado teológico; es accesible norma de conducta y convivencia. Es himno al amor. Así escribió San Pablo a los de Corinto:

"Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que una campana que toca o unos platillos que resuenan. Aunque tenga el don de la profecía y conozca todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tenga tanta fe que traslade las montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque reparta todos mis bienes entre los pobres y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, es servicial. El amor no tiene envidia, no es presumido, ni orgulloso, no es grosero, ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal. El amor no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. El amor no falla nunca".

No sobra ni una palabra. Hasta los silencios son palabras. Pero cabe escribir algo más, mientras lo permita la luz del día en Arbazal. En el potente resonador sin fin de la Iglesia ha de permanecer este mensaje y también otros, que voces desentonadas intentan achicar. Decía Romanones: "Yo tengo el ejército, pero ustedes (la Iglesia) tienen el púlpito". Hoy diría: "Ustedes tienen el púlpito, pero yo tengo la televisión". Y cuánta razón. Profesionales persuasivos que vacían sus vacíos comentarios en tantos medios de comunicación de fácil acceso, se apoderan de una sociedad que camina hacia el precipicio fiada en un GPS errado. La Iglesia es el paradero de muchas andanadas y no debe ceder voz ni sitio, por su bien y el de los fieles, que los populistas redentores de brillante currículum activista forjado en aulas y calles pronto colocan dianas en el corazón de la Iglesia y del Ibex 35.

Si antes sobresalía el púlpito con su tornavoz, hoy perdura el altar, cuyas gradas debieran ser escenario llamativo que atraiga a los que niegan sin saber y rompa la rutina de los creyentes. Nada se puede pedir al infatigable sacerdote parroquial, extenuado muchas veces, pero nunca desmoralizado. Especialistas hay en medios internos y externos, humanos o técnicos, capacitados para reforzar el nervio de esta creencia.

San Pablo, el arquitecto de la Iglesia cristiana, sería asiduo servidor de internet y se las ingeniaría para que en todos los templos, incluso los cerrados en pueblos pequeños y alejados, retumbase su mensaje de esperanza, paz y amor y se oyese: ¡Feliz Navidad!

José M. Gómez Tuñón

Oviedo

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