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Un ovetense con daño cerebral

19 de Febrero del 2017 - José A. Mosquera Rodríguez (Oviedo)

Me hice mayor, trabajo, mujer, niños, una vida plena, lo normal, con altibajos, pero en resumen feliz; comienza el verano, primer sábado de piscina y después de un día tranquilo, cuando se silencia la casa y se encienden las luces de la noche, mientras la tele vacía mis pensamientos, llega una sensación nueva a mi cerebro, pierdes el control de tu brazo, de tu pierna, pides ayuda y tu voz no es la misma. Ahora que lo recuerdo, todo pasa muy rápido, pasé del sofá al suelo del pasillo y de éste a la ambulancia, para acabar en la UCI del Hospital. Pasan las semanas, llega el alta, la rehabilitación, los especialistas, voy en una silla de ruedas, duchándome con una mano y pensando, esto se supera, en breve me levanto y de nuevo al curro. ¡Pues no!, ya son 8 meses, cojeo sin muletas y mi mano empieza a dar signos de mejora. ¿Pero qué ha pasado? Ahora sé que a punto estuve de morir por un ictus isquémico, que mi recuperación va, cada día estoy mejor que el anterior, los avances son muy lentos. La fuerza de mi mujer y el apoyo de mi familia y amigos avivan mis ganas de superarme.

Mi recuperación empezó en el Hospital Infanta Elena, en Valdemoro, con Beatriz, un ángel que brilla todos los días en rehabilitación, y con Alicia, para el control de la tensión.

Luego un salto al CEADAC. Lo primero es dar la gracias a todos, médicos, terapeutas, psicólogos, enfermeras, auxiliares, recepcionistas, camareras, etcétera. Lo segundo es algo más íntimo, conoces a personas con las que te reinventas, Marta y Miguel, ya no son simples nombres, son parte de mi memoria, con recuerdos que se funden en lo más profundo de mi ser. Soy consciente de la suerte que he tenido al recibir su dedicación y preocupación por mejorar mi salud. Es su trabajo, sí, pero qué diferencia comparado con el mío, impersonal, calculado, banal y crematístico. Mientras, ellos están ahí, haciendo su magia, con cariño y delicadeza en los peores momentos de tu vida. Y tú eres sólo uno más de los afortunados que pasan por sus manos a lo largo del día, semanas y años. Ellos olvidarán tu nombre, entre los cientos que han ayudado, mientras yo establezco un profundo lazo unidireccional, de enfermo a discípulos de Asclepio hasta mi fin.

Mi tiempo en el centro se acaba, un "coitus interruptus" que practica una administración pública desvalijada. Me han enseñado a conocer mi enfermedad, me han enseñado cómo recuperarme, no estoy listo aún para retomar mis asuntos, pero sí preparado.

Mucho ánimo a mis compañeros en el CEADAC, son muchos e inolvidables, en especial para Genaro y Alejandro, "compas" de mesa y de muchas risas, seguiremos en contacto. Faltan muchos nombres; a todos vosotros, muchas gracias, nos vemos mañana en el centro.

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