Vergüenza ajena

13 de Marzo del 2017 - José María Pérez Rodríguez

Cuando el día 9 de noviembre de 2014 se conmemoraba en toda Europa la caída del Muro de Berlín, en España se pretendía dar un paso más para levantar un nuevo muro –luego han venido otros– entre esta vieja nación y una parte entrañable de la misma llamada Cataluña. Y se celebró una "consulta popular" con urnas de cartón, mesas electorales sin censo de ningún tipo ni papeletas validadas por Junta Electoral alguna, en locales de instituciones oficiales, y todo ello en manos de "voluntarios" reclutados y presionados por la Generalidad. El presidente del Gobierno aseguró que nunca se celebraría y el Tribunal Constitucional, unos días antes, la declaró nula por anticonstitucional, prohibiéndola. Pero se celebró, y acudió a deponer su disparate sólo una tercera parte de los llamados, de los cuales un 80,76 por ciento (500.000 menos de los esperados) se pronunció afirmativa y "democráticamente" por querer que Cataluña fuese un Estado independiente.

El pasado día 6 de febrero se sentaron en el banquillo de los acusados, con notable retraso deliberado por participar en la preparada escenografía montada por sus conmilitones y adheridos, jaleándoles en esperpéntica procesión y con escraches intolerables al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, el que entonces fuera presidente de la Generalidad y otros miembros de su Gobierno, con una arrogancia retadora, inefable cinismo e irrespetuosas actitudes hacia el tribunal. El primero asumió absolutamente toda la responsabilidad de lo acaecido tan triunfal día, afirmando sin despeinarse que volvería a repetirlo si necesario fuera por considerar que no cometió delito alguno, al no habérselo advertido nadie, endosando todo el diseño, la organización, logística, actividades y consecuencias de la bufonada a los obedientes voluntarios para tan histórico evento los tres imputados por desobediencia grave y malversación. Sencillamente, vergonzoso. Las imágenes vistas por TV dan indubitable fe de tan lamentable espectáculo.

Y da vergüenza ajena porque es presumible que todo ello acabe, una vez más, en un episodio triste para quienes nos sentimos españoles normales y comprobamos que en esa comunidad autónoma, aunque haya una presencia testimonial del Estado de la nación, no hay democracia, porque sus gobernantes actúan fuera del Estado de derecho y del imperio de la ley, y la Constitución que prometieron guardar y hacer guardar la repudian y violan constantemente, menospreciando a los órganos encargados de aplicar las leyes, incluidas las emanadas del máximo intérprete de la Constitución. Ello es una opción ilícita e ilegítima, que supone, además, poner en peligro nuestro sistema de derechos y libertades nacidos con el pacto constitucional, fruto del esfuerzo y compromiso de todos.

Con un horizonte penal complicado para quien fuera un partido nacionalista cada vez más radicalizado hasta el punto de desaparecer del escenario político, confundiéndose con las formaciones más secesionistas, por un proceso de corrupción de los más graves conocidos desde hace más de treinta años y un expresidente de aquél a quien tiene que olerle el pelo a chamusquina, pretender presentarse ante el tribunal que le juzgó por los sucesos del 9-N como una víctima y un héroe para la causa independentista causa profunda tristeza cuando, además, su sucesor anuncia sin escrúpulo alguno y funesta altivez un nuevo referéndum ilegal para el otoño o el verano próximos, teniéndolo todo preparado para la "desconexión" de España…

Subtítulo: El intento de levantar un muro en Cataluña

Destacado: Diálogo siempre que haya con quien dialogar, pero no con quien amenaza y actúa una y otra vez con armas subliminales e inteligencia maléfica

Y mientras, el Gobierno, ante el desafío inédito en nuestra democracia, sigue apostando por el diálogo, porque, según destacados comentaristas, "no puede renunciar al diálogo por más complicada que esté la situación en este momento, porque el independentismo sólo podrá frenarse desde la propia sociedad catalana…". Veremos. Diálogo siempre que haya con quien dialogar, pero no con quien amenaza y actúa una y otra vez con armas subliminales e inteligencia maléfica. Y aunque el presidente del Gobierno haya manifestado que "está dispuesto a impedir el referéndum por la fuerza…", según recoge cierto medio de comunicación de ámbito nacional, frente a un proyecto explícito y verbalizado de secesión pura y dura no cabe hacer tabú de la respuesta democrática del Estado. Está en la Constitución vigente y no se trata de una coletilla irrelevante o una disposición adicional o transitoria, con un contenido muy claro, que quizás tengamos que urgir al Gobierno para que haga uso del mismo antes de que sea irreversible la situación, y no endosar al Tribunal Constitucional, una vez más, el problema: aplicar el artículo 155 de la Constitución, con todas las consecuencias.

Hago mías las palabras de un conocido periodista: "En el actual punto de la cuestión carece de sentido la apocada cautela y la inútil prudencia de no molestar a la 'bestia'…. Está bien despierta y crecida, desafiante de pura arrogancia. Y no ha lugar a tabúes: lo que debería ser tabú en un país moderno es la aventura excluyente, rupturista y cimarrona de una secesión por las bravas".

¿No es para sentir vergüenza no sólo ajena, sino propia?

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