En-pareja-dos

27 de Marzo del 2017 - Ismael Almanza Riesco (Pola de Siero)

Cualquier elección, por mínima que sea, compromete nuestro futuro. Sin duda, uno de los momentos más delicados en la vida de los seres humanos es el de la elección de pareja, ya que el acierto o el desacierto condicionarán de manera sustancial nuestro bienestar personal y el de los que nos rodean. Es precisamente el temor al error (el acierto nunca será total) lo que explica que muchos, entre ellos grandes pensadores, hayan optado por abstenerse de semejante decisión. Y dado que el emparejamiento es cosa de dos, el error de uno supone el fracaso de los dos. Ese inductor complejo y generalmente ciego al que genéricamente denominamos amor se muestra cada vez menos fiable, por lo que cobran cada día más peso factores supuestamente de mayor consistencia como la afinidad ideológica o el interés recíproco, sin que ello signifique que la posibilidad del error sea totalmente descartable.

Pero en la vida los emparejamientos no se reducen al ámbito conyugal, sino que se producen en cualquier otro campo: sociolaboral, político, religioso, artístico o delictivo. Todos tenemos en mente los nombres de parejas memorables como Sacco y Vancetti, Mortadelo y Filemón, Bonnie y Clyde, la Reina y Yo o Manolo y Ramón, por citar sólo unos pocos. En los últimos tiempos hemos conocido los nombres de unas cuantas parejas que se han hecho famosas por méritos propios (más bien impropios sin dejar de ser propios): Iglesias-Errejón, Blesa-Rato, Torres-Urdangarín... Sin duda son estos últimos los más destacables por haber sido los artífices de un gran atraco "sin ánimo de lucro". En realidad esta pareja ocupa el lugar central de una constelación que se ha formado en el campo gravitatorio de la Casa y a cuyo eje, representado por la infanta consorte de Urdangarín y anclado en el emérito cazador de paquidermos, le cabe el honor de haber barrido un espacio de inmundicias y haberlo reconvertido en oro. Todo ello, eso sí, facilitado por la maquinaria jurídico-burocrática (poder independiente, pero dentro de un orden) que una vez más ha echado mano de su herramienta preferida, el embudo. Este instrumento, muy poco democrático en su propio diseño, se vuelve totalmente antidemocrático cuando se usa del revés a la hora de juzgar a las altas jerarquías. El tubo se estiliza de tal manera que apenas permite ver las huellas del delito. Yo sugiero al poder judicial que, en adelante, la venda en los ojos que representa la imagen de la Justicia sea sustituida por un parche en el ojo derecho haciendo notar además que el único ojo sano padece un estrabismo evidente. De todo esto podrían dar amplio testimonio los jóvenes encarcelados de Alsasua, que por participar en una reyerta con una pareja de guardias civiles de paisano en un bar nocturno de la localidad fueron enviados directamente a prisión sin darles la menor opción a declarar los pormenores del incidente. En un país sin embudo los expedientados habrían sido los guardias, porque de sobra sabían, sin necesidad de que nadie se lo advirtiera, que su presencia en semejante lugar y a tales horas no iba a servir precisamente para desactivar el odio, sino más bien para incentivarlo. El caso es que por culpa del parche, o del embudo invertido, o de los dos a la vez, una funcionaria del aparato judicial decidió que aquella aciaga noche otoñal nacieran, como por generación espontanea, cuatro nuevas víctimas del terrorismo (la pareja de la guardia civil y sus parejas circunstanciales) y un número indeterminado de terroristas dependiendo de la mayor o menor ligereza de sus zapatos.

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