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Perfeccionismo, excelencia y depresión por agotamiento

7 de Mayo del 2017 - Ángel García Prieto

Las personas perfeccionistas en exceso generan trastornos psicopatológicos, que son cada día más frecuentes, quizá por la influencia sobre la educación y los modelos conductuales de la sociedad actual, que actuarían sobre determinadas bases genéticas de las personas afectadas.

Sobre este tema hay un interesante libro titulado "El síndrome del perfeccionista: el anancástico" (Ed. Almuzara, Córdoba, 2007), que también lleva el subtítulo "Cómo superar un problema tan común y devastador". Los autores son el médico Manuel Álvarez Romero y el psicólogo Domingo García-Villamisar, profesor de la Universidad Complutense.

Estos dos autores abordan el concepto, características, evaluación y tratamientos del perfeccionismo "insano y negativo", que en sí mismo puede ser considerado un verdadero trastorno psicopatológico, definido en las clasificaciones internacionales como trastorno de personalidad obsesiva o anancástica. Pero, además, dicho perfeccionismo está influenciando la causa y el mantenimiento de otras enfermedades psíquicas, entre las que se encuentra la depresión, en concreto la forma identificada como "depresión por agotamiento" (descrita por Paul Kielholz). Se trata, pues, de un factor causal y básico muy frecuente en la patología clínica que acaba llegando, después de mucho tiempo y sufrimiento, a las consultas del psicólogo, del médico general y del psiquiatra.

El perfeccionista patológico se caracteriza por un exceso de control y exigencia que se hace obsesivo hacia él mismo y hacia los demás, elimina la posibilidad de delegar funciones, crea desconfianza en la colaboración, exige prever las situaciones hasta lo imprevisible, planea las situaciones con gran anterioridad, no admite fallos o errores y olvida que "lo mejor es enemigo de lo bueno", según reza el refrán. Y para conseguirlo es capaz de pasar por encima de las actividades de descanso, el ocio y las relaciones familiares.

En definitiva, el que busca un perfeccionismo "malo", se mueve hacia la posesión de la realidad y del mundo que le rodea sin atenerse a las limitaciones humanas, las circunstancias imprevisibles y ni siquiera los factores de intuición y creatividad que tantas veces favorecen, por fortuna, la actividad humana. Son personas, en el fondo, muy inseguras, que sólo se quedan tranquilas cuando todo está "atado y bien atado" y no son capaces de dejar nada al fluir normal de la vida, la providencia o simplemente a la propia buena voluntad y la experiencia positiva.

En un artículo de Benedict Carey que hace unos años el Diario Médico recogía del "New York Times", decía que algunos investigadores dividen a los perfeccionistas en tres tipos: "luchadores autoorientados", que pelean para cumplir sus altas exigencias y parecen estar siempre al borde de una depresión; los "fanáticos", que sólo esperan ver en los demás rastros de esa perfección que quieren para ellos, y que terminan arruinando las relaciones personales, y, por último, los "desesperados por cumplir con un ideal", sea el que sea, y que están convencidos de que es lo que los demás esperan de ellos.

Mala cosa es que esté tan de moda eso que ahora se ha dado en denominar "excelencia" y que se hace presente en la vida y en las actividades de todos, desde que el niño comienza a tener uso de razón. Hay demasiada competitividad para todo, para estudiar, tener, jugar, vestirse, llegar, relacionarse, ganar, conseguir. Y hay, en cambio, escasez de compañía y guía de los que pueden ayudar, de verdaderos valores humanos, de referencias religiosas, de comprensión, de humanidad, en definitiva.

Quizás en estos hechos sociológicos esté uno de los factores decisivos para desencadenar la inseguridad personal que busca en la perfección esa excelencia que cree que es su salvación, olvidando que siempre lo mejor ha sido, es y será enemigo de lo bueno. Y además, enemigo de la salud en general y de la salud psíquica en particular.

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