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Democracia y mediocridad

7 de Mayo del 2017 - José María Pérez Rodríguez

La mediocridad es la gran herejía de nuestra época. Los mediocres se han apoderado del mundo y lo han cambiado todo, desde la política a la religión, sin olvidar los valores, las costumbres y las leyes. Todo está dominado por esa plaga, la peor y la más dañina de todos los tiempos. Y los partidos políticos son la gran expresión del triunfo de la mediocridad en el mundo actual.

La sociedad, al igual que la naturaleza, se regía por la selección de las especies y los mejores se imponían a los peores. De ese modo, el mundo avanzaba y casi siempre mejoraba. Pero la irrupción de los partidos políticos en la escena lo cambió todo y los mediocres tomaron el poder –y aspiran a seguir tomándolo para quedarse con él– imponiendo a la Historia un devenir alocado, sin lógica, irracional y muchas veces dominado por el mal y sus secuelas de abuso, corrupción, violencia, desigualdad, latrocinio y opresión. No pongo ejemplos.

En el mundo de los líderes no tenían cabida ni la mentira, ni la corrupción, ni la cobardía, los tres pecados capitales del liderazgo actual. Cuando alguno de ellos caía en esos vicios, la sociedad entera conspiraba y se movilizaba para deponerlo, porque se sentía indignada de tener a rufianes en el poder.

Los partidos políticos, ideados como estructuras superiores capaces de llevar la voz del pueblo hasta el corazón del Estado, han frustrado las esperanzas y traicionado las expectativas del pueblo. Se han convertido en maquinarias que únicamente se mueven por el poder y para el poder, tras haber abandonado al pueblo y adquirido el vicio rastrero de anteponer sus privilegios e intereses al bien común.

Si alguien considera exagerado este análisis y el duro diagnóstico de que el mundo, dominado por la mediocridad de los partidos, retrocede en lugar de avanzar, que mire y analice el balance general de lo que han logrado los partidos políticos en los dos siglos que llevan dominando el orbe y en lo que va transcurrido del presente. No han logrado un mundo mejor, sino todo lo contrario, pese a la revolución científica y tecnológica. El siglo XX, que fue el siglo del Estado y de los partidos políticos, fue también el de los crímenes y la violencia. Sin contar con los muertos en campos de batalla, más de cien millones de civiles fueron asesinados por el poder político en limpiezas étnicas, guerras civiles, aniquilaciones culturales, odios nacionalistas y exterminios basados en la seguridad nacional… El resultado de la dictadura antidemocrática y anticiudadana de los partidos es aterrador: hambre, violencia, guerras, desigualdad, miedo, desterrados, distancia creciente entre ricos y pobres, desprestigio de la política, corrupción, injusticia, mentiras y un largo y estremecedor etcétera logrado por los mediocres organizados en los partidos políticos…

Se me dirá que esto es propio de extremistas y que han sido muchos los logros para la sociedad derivados de la forma de gobierno que es la democracia basada en los partidos políticos, porque, como, al parecer, dijo Churchill, es la menos mala de las que se conocen… pero lo que sí dijo es que "la democracia es la necesidad de inclinarse de cuando en cuando ante la opinión de los demás…". Quizá tenga razón, pero nadie podrá negar que la democracia no es una ciencia exacta y lo que eligen los votantes, cada cierto tiempo, no obedece en ninguna parte a criterios racionales.

La democracia, como la libertad de expresión, es el oxígeno que respiramos, y descubrimos su vital importancia el día que nos privan de él. Su principal virtud es que existe, porque no hay otra posibilidad, pero es inexcusable que todos los partidos en liza que participan y se benefician de ella acepten sus reglas y respeten y cumplan la ley, que es su principal fundamento, y no al revés, como opina algún iluminado repúblico.

La democracia, decía el filósofo inglés Karl Popper, "no garantiza en absoluto que el pueblo elija al más capacitado para gobernar, pero nos asegura, en principio, que se marchará. Y que sepamos de antemano que los ganadores y los perdedores aceptarán el resultado en vez de empezar una guerra civil ya es en sí un gran motivo de alegría, mal apreciado, pero más decisivo aún que los resultados de unos y de otros".

Que los partidos políticos no nos amarguen la existencia, por favor.

José María Pérez Rodríguez, abogado.

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