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¿Todo tiene un precio?

4 de Junio del 2017 - David Díaz Delgado

El Día Mundial del Medio Ambiente puede ser buen momento para reflexionar sobre la mercantilización de todas las cosas e incluso de las sensaciones.

¿Qué valor puede tener poder asomarse a la ventana de una casa de pueblo y escuchar a los páxaros cantando de buena mañana? ¿Sería lo mismo si disponemos de un equipo de sonido para escuchar los trinos? Quizás hubiera que empezar preguntando si todo puede tener precio o se le puede asignar un valor económico.

En la actualidad hemos caído en la trampa del mercado y parece que es posible poner precio a todo. Hace muchos años que se intenta poder asignar una compensación económica por daños en caso de obras o proyectos. Cuando se hace una obra para desecar una marisma y se ponen medidas compensatorias, o cuando a una empresa se le exigen tasas especiales por las afecciones medioambientales, ¿están pagando realmente por lo que se deja de percibir al dañar esa zona?

El quid de la cuestión está en un concepto que ha ido ganando peso: teniendo dinero todo se puede hacer. Por eso quien juega con esas cartas quiere acabar de imponer que todo tenga un precio, todo cuestión de poner dinero encima de la mesa. Los más adinerados creen que pueden hacer lo que les venga en gana porque pueden pagarlo.

Muchos indios norteamericanos no entendían que les ofrecieran dinero a cambio de las tierras en las que vivían. Todos esos "salvajes" no entendían ni entienden el valor del dinero. Y es que el valor de la vida en la tierra es algo incalculable.

¿Puede haber manera de pagar por provocar la aceleración del cambio climático? ¿Cómo podemos calcular un precio justo para la desaparición de una especie o de un hábitat? ¿Es posible calcular los efectos económicos de la captación de CO2 y liberación de oxígeno en las selvas? ¿Y cuánto valen los insectos que se encargan de la polinización? ¿Valen más unas especies que otras?

Se puede pretender hacer aproximaciones, pero jamás se podrá calcular a ciencia cierta ni de forma totalmente realista. Poner un precio a todo eso es entrar en el juego del poder del dinero. Y así sucede que muchas veces las empresas prefieren más pagar las multas o las compensaciones que evitar los daños.

Es un planteamiento totalmente utilitario del medio ambiente, como si fuéramos dueños del planeta en el que vivimos. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que somos una especie más que ha dejado de convivir con el resto de seres vivos que cohabitan el planeta, no los propietarios del mismo. Y el efecto boomerang de las barbaridades cometidas ya se está empezando a pagar. La pena es que el ritmo de los cambios en la faz de la tierra es muy lento para que mucha gente lo entienda, pero evidencias ya hay demasiadas como para seguir mirando a otro lado.

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