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El fin de la historia

16 de Agosto del 2017 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

En el año 1984, con motivo de una visita que realicé a Ecuador acompañado de mi hija mayor que, por entonces, tenía 9 años, acudimos a la Casa de la Cultura de Quito a ver una película (cuyo nombre lamentablemente no recuerdo y que en algún momento hacía referencia a España, sin ser el argumento principal). Al final, hubo un coloquio liderado mayoritariamente por jóvenes universitarios. El coloquio curiosamente tuvo la oportunidad de centrarse en lo menos relevante del filme: España. Las intervenciones podría decirse que competían por elevar el tono del insulto y la descalificación a España, por su colonización como el verdadero culpable de “los males que arrastra nuestra querida patria”.

No fue posible ni prudente pedir la palabra, sobre todo porque mi hija no hacía más que tirarme del pantalón pidiéndome respuestas. Al salir me esforcé en contestarle a su principal pregunta que estaba cargada de miedo y asombro: ¿Papá, todo eso les hemos hecho?

El último libro del chileno Luis Sepúlveda, “El fin de la historia”, narra la estrafalaria idea de un grupo de nostálgicos cosacos, decididos a liberar de la cárcel del Chile democrático a Miguel Krassnoff, torturador pinochetista condenado por crímenes contra la humanidad. El recorrido desde la Rusia de Trotsky al Chile fascista de Pinochet, de la Alemania nazi a la Patagonia, nos sumerge en la segunda mitad del siglo XX y principios del actual, con un hilo conductor que es el papel que juegan y siempre han jugado las élites locales por mantener sus privilegios.

Entre las repuestas que pude dar a mi hija por entonces, me costó mucho hacerla entender (por su corta edad) que lo verdaderamente letal para el desarrollo de las sociedades radicaba en el socorrido y bien manipulado “enemigo exterior”. En Ecuador y en América Latina en general los dos enemigos exteriores que han funcionado muy bien han sido: el colonialismo español y el imperialismo yanqui. El primero lograba poner en valor “la sangre derramada por nuestros héroes”, con lo que se consigue que la palabra patria impregne todos los rincones del alma ecuatoriana y uno se olvide las razones de por qué pasa hambre o no puede llevar a su niño a la escuela o no puede ser tratado de sus dolencias en un hospital público. Resulta realmente indecente achacar al colonialismo (¡hace 525 años!) la falta de desarrollo de un país. ¿Quiere ello decir que uno se coloca de parte del colonialismo? Espero que a nadie se le ocurra pensar que ello pasa por la cabeza. Todos los procesos de colonización que han existido en la historia (españoles, portugués, ingleses, holandeses, belgas...) han sido nefastos. La rapiña, el saqueo, el exterminio, la imposición cultural y religiosa acabaron con los habitantes y recursos naturales de los territorios conquistados. El juicio de la Historia determina las responsabilidades y el rechazo histórico por lo hecho.

Pero recurrir periódicamente a lo ocurrido hace 525 años, sólo tiene una interpretación: ocultar tu propio fracaso.

El segundo “enemigo exterior”, el imperialismo yanqui, es todavía más eficaz por la proximidad temporal y geográfica. Sería de necios, a estas alturas, negar el papel jugado por los gobiernos y multinacionales estadounidenses en el “segundo saqueo” de los recursos naturales infligido a los países de la América Latina y África. Gran parte del desarrollo económico de los Estados Unidos se ha basado en su posición de dominio sobre el resto del mundo (hasta que apareció China), pero la otra pata de la mesa que ha permitido “el saqueo” se llama “gobierno y élites criollas” incapaces de negociar en condiciones de igualdad porque siempre han estado más preocupados de calcular el trozo de tarta que a cada uno le correspondía.

El 3 de noviembre de 1970 se rompía, por primera en la historia, la diabólica e infernal dialéctica de revolución o sumisión. El socialismo chileno había conseguido llegar al poder de forma democrática. Salvador Allende estaba convencido de que era posible una sociedad más justa y más desarrollada a través de la educación en libertad (profundo conocedor de la socialdemocracia sueca). Las multinacionales estadounidenses con fuertes intereses en la región y la administración Nixon no estaban dispuestos a tolerarlo, so pretexto de que en Chile se preparaba el nacimiento de una nueva Cuba, decidieron intervenir y apoyar el sangriento golpe militar de Pinochet (así lo demuestran todos los documentos desclasificados por el propio Pentágono).

Luis Sepúlveda, autor de “Fin de la historia”, fue testigo privilegiado de lo ocurrido en Chile, ya que formaba parte de la guardia personal del presidente Salvador Allende. Vivió en primera persona la confabulación de las élites criollas, con las multinacionales estadounidenses y la CIA y sufrió las consecuencias del golpe fascista con el exilio, y su esposa las torturas en las cárceles de Pinochet.

Diríase que la izquierda en América Latina quedó profundamente tocada tras la experiencia chilena. Nacen a finales de los noventa nuevos movimientos antipartidos, antiestablishment, pero con la misma retórica del enemigo exterior a la que se le añade las “oligarquías criollas”. Estos movimientos se caracterizan porque no tienen una estructura de partido que “garantice” la democracia interna de los mismos y un reparto de funciones, responsabilidades y mecanismos de control; por el contrario, se caracterizan por un fuerte liderazgo unipersonal (Chávez, Correa, Morales...) y consiguen captar el desencanto, el hartazgo, la frustración de las clases populares y gran parte de las clases medias, pero se olvidaron de algo importante que, para transformar las sociedades, la pedagogía es el elemento imprescindible para inocular en la ciudadanía el valor de lo conseguido y proceder a su defensa. Así lo entendieron los nórdicos y así transformaron sus sociedades.

En el relato de los nuevos líderes se mantiene y aumenta exponencialmente el argumento de los “culpables exteriores”, mientras sus líderes se ven envueltos en escándalos de corrupción, lo que es letal para la credibilidad del proyecto, ya que la población, en general, castiga más la corrupción de los políticos de izquierda (en el inconsciente colectivo se “acepta” que la derecha por definición es corrupta), porque, acorde con su historia y sus principios, llegan al poder no sólo a mejorar la vida de los más débiles sino a denunciar y combatir la corrupción. Así lo entendió, por ejemplo, Pablo Iglesias Posse (el fundador del PSOE) en 1908, conocedor de las debilidades del ser humano, señalaba que “para la gestión de lo público, hay que escoger a los mejores, pero luego vigilarlos como si fueran delincuentes”.

Otra vez la izquierda en Sudamérica va a quedar seriamente tocada, para regocijo de la derecha criolla y los intereses de las multinacionales. Si repasamos las hemerotecas de los últimos años es fácil observar cómo el mundo mediático y la gente de derechas en las redes sociales no se cansaban de machacar, atacar e insultar a Lula y Dilma Rousseff por sus presuntas corrupciones, mientras que a Michel Temer, quien se hiciera con la presidencia de Brasil tras promover la destitución de su presidenta, el tratamiento mediático ya no forma parte de las portadas y los comentarios en las redes o han desaparecidos o son “lights”.

El balance de los últimos 15 años de gobiernos de izquierdas no son nada alentadores, todo lo contrario, la corrupción y el autoritarismo impiden valorar en sus justos término los avances en política social.

Mientras tanto, Belmonte, el personaje de las novelas de Luis Sepúlveda, podrá finalmente descansar en su remoto refugio de la Patagonia y su autor disfrutar de la tranquilidad y belleza de Asturias donde se ha instalado después de ser testigo “privilegiado” del convulso medio siglo XX en el que participó de manera activa y comprometida de los procesos de cambio en Chile, Bolivia, Nicaragua, Cuba... y de darle tiempo a recoger en Ecuador (de los Shuaras) los elementos suficientes para escribir esa maravillosa obra “Un viejo que leía novelas de amor”.

Mi hija, por otra parte, es bióloga, trabaja para una multinacional noruega (seguro que recuerda el episodio de 1984), lo que no le impide defender los valores de la izquierda.

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