Todo un profesor

8 de Agosto del 2017 - Antonio Ojanguren Areces

Yo no sé si ahora se celebra con tanta entrega y verdadera entraña familiar y amical el llamado coloquialmente “cabo de año” (al menos, en mi pueblo). Es el de don Gustavo. No lo olvidemos: la memoria, sin la presencia de las gentes, sería un sueño olvidado. El que sufre tiene memoria, decía Cicerón.

El año pasado por estas fechas se emitieron muchos juicios (algunos daban la risa) acompañados de adjetivos y topicazos "ad hoc", tales como “luz del pensamiento español…”, “padre” –nada menos– del discutible por otra parte cierre categorial, y cosas por el estilo.

¿A qué viene todo esto? No es momento aquí hablar de su obra, compleja, densa y entreverada por su estilo profuso y de una potencia creativa y racional no conocida hasta entonces en la Universidad. De todo ello se ha dado profuso y variado estudio a lo largo de estos años y de la Fundación que lleva su nombre.

Yo quiero hablar de su persona, “ab initio”, de sus comienzos como profesor y el de nuestro encuentro con él.

Vino como catedrático el curso 1960-61. Sabíamos que vendría un nuevo y reconocido profesor, desde Salamanca. Era el mes de octubre y lo esperábamos con toda el alma de una juventud sedienta de saber, al lado de la estatua de Valdés-Salas, al que nunca hicimos ni puñetero caso, entre los ojos de las columnas del claustro de la Facultad, huellas de las metralletas mineras del 1934. Éramos (y lo subrayo con toda el alma y orgullo) sus primeros discípulos: cinco o seis varones y las demás todas mujeres para gusto y ligue de los de Derecho, dueños indiscutibles del patio y de la farándula, dotados de muy buenos alumnos y de muy buenos profesores, pertenecientes a la mesocracia ovetense con verdadero estilo y empaque o de los montañeses terruñeros adinerados que querían que sus hijos lucieran el título en sus futuros despachos de las minas, talleres, fábricas y varas de hierba. Los había de cuidado, en todos los sentidos: estudiantes brillantísimos como Fernando Fernández (de Trubia precisamente) o Tejuca. Dominaban la parte derecha del doble claustro y el espacio que conocíamos con el nombre ilustrativo de “Sevilla”. Toda la calle San Francisco era para ellos y de ellos.

Por entonces, la Filosofía era una poco más que una “maría”, en manos del profesor (por otra parte, una autoridad indiscutible en Etnografía y Numismática) Floriano padre, que daba aprobado general. Es decir, no existía, si no fuera por el prestigio profesional y la preparación del catedrático de Enseñanza Media del Instituto Alfonso II, don Pedro Caravia, que era el verdadero maestro de la filosofía ovetense, antes de llegar don Gustavo, naturalmente. A mí, me dio clase en Preuniversitario, ya que los de Trubia, al no tenerlo en el Colegio de la Fábrica, teníamos que cursarlo en Oviedo.

Este Instituto, en el que empezaba y acababa el Campo de Maniobras, marcó toda una época y nos dio una base digna de futuros universitarios. Era un claustro extraordinario. A la cabeza el citado don Pedro, que nos enseñó a leer el “Fedón” de Platón, la Filosofía Kantiana, Hegel, Hartman y un largo etcétera, con el que aprendimos a pensar y razonar, limpiándonos del pelo de la dehesa, que traíamos del pueblo. Toda mi vida llevaré en mi ánimo las lecciones y a los catedráticos que nos impartían por entonces, con entrega y competencia, lo que sabían y exigían: la Fausto, catedrática de francés, preparadísima, exigente, trabajadora y dura como una cantera; Pepita Montero, catedrática de Lengua y Literatura, con la que tuvimos la suerte de leer “El Quijote” y profundizar en él durante todo el curso. Sus clases me marcaron para toda la vida. No digamos nada del profesor de Latín, autor de libros de texto, buena persona, serio gramático que era don Tomás de la Ascensión Recio García, o del profesor Diego, que nos impartía griego, o del catedrático de Geografía Económica y Humana, don Adolfo (alias “Atila” –está todo dicho–), y que siempre nos ponía como ejemplo de abnegación y estudio a los de Trubia.

Subtítulo: La Universidad de Oviedo en los inicios de Gustavo Bueno y sus primeras clases

Destacado: "Nos presentamos al examen de primero de comunes quince alumnos, de casi setenta que había, y aprobamos siete, lo que llevó a don Gustavo a decir, con cierta ironía, que no había sido tan duro como decían: había aprobado casi el cincuenta por ciento"

Ya he dicho que éramos cinco o seis varones. Aparte de mí, al que enseguida hizo caso don Gustavo por ser de Trubia y por sus inclinaciones al mundo obrero, fabril y proletario, estaba Chus Quirós, de Mieres, mi gran amigo, ya fallecido, persona seria muy inteligente, cuya mayor vocación era la del cine, el diseño y la decoración, a lo que se oponía su padre, lo que le hizo bastante infeliz. También estaba Aspiroz, un chaval de la radio, que llegó a ser consumado locutor y andaba por ahí haciendo que estudiaba.

Luego estaban las alumnas. Las había de todo tipo, físico y condición, campo abonado para los de Derecho.

Me acuerdo perfectamente de un alumno, mayor que nosotros, que me impresionaba profundamente, sobre todo en los seminarios que Bueno dirigía, y que discutía (tranquilo, sereno y equilibrado) con el mismísimo don Gustavo, que llegó a decir de él que era su gran y certero oponente en aquello que tanto le gustaba al profesor Bueno: la dialéctica cuerpo a cuerpo.

Lo primero que nos dijo en la famosa aula número 4 (hoy creo que es una tienda universitaria) fue que nada de figuras y modos de los silogismos escolásticos. Los Bárbara, Celaren y demás fueron sustituidos inmediatamente por las preposiciones de la lógica matemática o del psicoanálisis (fue la primera vez que lo vi escrito en la pizarra por su propia mano) de Freud, que pronunció Froi y nos dejó patidifusos. Así estaban las cosas. Nos presentamos al examen de primero de comunes quince alumnos, de casi setenta que había. Aprobamos siete, lo que llevó a don Gustavo a decir, con cierta ironía, que no había sido tan duro como decían, ya que habían aprobado casi el cincuenta por ciento.

Lo increíble fue que en el curso siguiente (1961-1962) el alumnado pasó a tener la mitad de varones y la otra mitad de mujeres. Filosofía y Letras dejó de ser una carrera exclusivamente de mujeres, ya era otra cosa… Nosotros, los de segundo, éramos ya los consejeros y nos preguntaban los nuevos por algunos aspectos con los que tenían que bregar. Tengo que decir que ese curso dio grandes alumnos al futuro de la carrera. Para mí, el mejor fue Alfredo Deaño, sobrino del profesor Gamallo Fierros, obsesionado que andaba tras los pasos de Bécquer. Otros alumnos destacados serían Mario Postigo, de Astorga, y Paco Fierro, del que el año pasado leí la facilona y generalizada anécdota de un artículo firmado probablemente por un futuro alumno, en la que nos decía que sería capaz de matar por don Gustavo, juicio y frase hecha que era un distintivo de todos nosotros, parecido al grito de la película del “Club de los poetas muertos”, de tanta feligresía alcanzó en la juventud de los años noventa.

Había otros grandes profesores, entre los que destacaba sin lugar a dudas don Emilio Alarcos. Tiene razón su segunda esposa, la catedrática doña Josefina, pariente mía, de San Claudio, hoy emérita, cuando el año pasado escribió (entre tanta tontería), certeramente, que don Emilio y don Gustavo, de caracteres tan diferentes, por cierto, se entendían con sólo mirarse. La ironía del profesor Alarcos se complementaba magníficamente con la adustez de don Gustavo.

Habría tantas cosas de las que hablar: las llamadas del comisario de turno cada semana para interrogar a don Gustavo, sus famosas conferencias en el S.E.U. En las disputas finales con algún oponente, las preguntas de don Gustavo iban a la yugular dialéctica del contrario, que solía encabritarse y llegar al insulto. Don Gustavo les contestaba con su palabra preferida que los dejaba contra las cuerdas: los llamaba “embaucadores”. Nosotros, a aplaudir.

Yo creo que don Gustavo cometió un error, por no llamarlo equívoco, de perspectiva. Quizá pensando en crear una futura sección de Filosofía pura y preparar profesores para ello, nos mandó a los mejores (aquí pido perdón por la falta de humildad) a estudiar la especialidad a Madrid, que en general era un desastre dominado por Ángeles González Álvarez y compañía.

En fin, tendría mucho que decir de los años posteriores a esta época. Serían dignos de contar si hubiera lugar y espacio para ello.

Cartas

Número de cartas: 45088

Número de cartas en Abril: 104

Tribunas

Número de tribunas: 2033

Número de tribunas en Abril: 2

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador