¿Hasta cuándo, señores; hasta cuándo?
Como cada año por esta época, vemos en los medios de comunicación en sus apartados denominados 'deportes', pero dedicados mayoritariamente al fútbol, cosas y noticias que ponen los pelos como escarpias hasta al más viejo curado de espantos.
Hace días, batiendo todos los récord del disparate -siempre según mí, quizás errónea opinión- supimos que del club de fútbol Barcelona había salido un afamado jugador hacia un club parisino, después de que alguien hubiera pagado por su liberación como jugador del club catalán, la astronómica cantidad de 222 millones de euros; sí, sí, están ustedes leyendo bien. Por si son lo bastante mayores para seguir acordándose de la extinguida pesetuca, se trata de una cantidad en pesetas, que no hay calculadora con espacios suficientes para indicarnos de cuantos millones estamos hablando ni que mi deteriorada mollera alcance a calcular. Señores lectores, ¿no es de locura? ¿Qué está pasando en la sociedad de nuestro tiempo que permite semejantes disparates? ¡Algo nos falla! No puede ser que nuestro grado de demencia haya llegado a esta situación sin que nadie con poderes para evitarlo, haya dicho ya, ¡basta, hasta aquí hemos llegado! No es posible que nos quedemos tan pachos ante tales disparates. Tenemos un sin fin de problemas que resolver por falta de liquidez en todas partes, y resulta que para este tipo de despilfarros parece que sale el dinero de debajo de las piedras, o cada madrugada, como el maná bíblico, por obra del sumo hacedor.
No está en mi intención el faltar al respeto a nadie, pero creo que quienes cada domingo acuden a los campos de fútbol de la categoría superior, deberían reflexionar sobre a quién están agrandando sus cuentas bancarias cada vez que, además, hacen cola para conseguir una entrada pagada a precio de oro para mal ejemplo, burla y escarnio, de tanto joven como se está dejando las cejas sobre los libros intentando conseguir un título universitario que le procure un medio de vida medianamente digno, si tienen la suerte de encontrar dónde colocarse y, a años luz por debajo de lo que cobran estos iluminados perseguidores de un balón que una vez que entra donde pretenden meterlo, vuelve a ser devuelto al campo para empezar de nuevo hasta que el árbitro hace sonar el silbato indicando el ¡basta por hoy! ¿Hasta cuándo, señores; hasta cuándo?
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