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Patrimonios de la Humanidad

14 de Agosto del 2017 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

El 16 de noviembre de 1972, la UNESCO adoptó la llamada Convención para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural como respuesta a una toma de conciencia por parte de la comunidad internacional por preservar la riqueza patrimonial de aquellos enclaves, ciudades, pueblos, edificios que por sus valores merecían la pena ser considerados Patrimonio Universal Excepcional, es decir, de toda la humanidad y, por tanto, merecedores de especial protección, porque la pérdida de cualquiera de dichos bienes representaría una pérdida invaluable e irreparable para la humanidad entera.

Los antecedentes hay que buscarlos en Egipto y remontarse al año 1959, cuando el Gobierno egipcio decidió construir la presa de Asuán, lo que generaría la inundación del valle en el que se encontraban tesoros de incalculable valor histórico como el templo de Abu-Simbel. Ante ello, la UNESCO lanzó, por primera vez, una campaña internacional de protección de estos bienes en la que participaron económicamente 50 países.

Desde entonces, 193 estados miembros han ratificado la convención de 1972, y a fecha de hoy, el catálogo consta de 1.073 enclaves distribuidos en 167 países. Ecuador, con Islas Galápagos y Quito en primer y segundo lugar, tiene el privilegio de encabezar esta larga y envidiable lista; luego vinieron como merecedoras de tal privilegio: las Pirámides de Egipto, Abu-Simbel, la Muralla China, Machu-Pichu, las cataratas de Iguazú, Praga, Florencia, Salamanca... y así hasta los 1.073 actuales.

La Convención del año 2003 de la UNESCO decidió “abrir el abanico” para considerar también como bienes a proteger los llamados “bienes inmateriales”. En el seno de este organismo hubo un gran debate al respecto (como reflejan sus actas) por la materia misma a considerar, “la inmaterialidad”, concepto muy difícil de acotar y fácil de dispersar, con lo cual se corría el riesgo de recibir un aluvión de solicitudes (¿cabría, ahora sí, utilizar el término “efecto llamada”?) como de hecho así está ocurriendo.

Me he tomado la molestia de revisar el listado de Patrimonios Inmateriales de la Humanidad. La lista es inmensa y no deja de crecer, y uno se encuentra junto a maravillas indescriptibles por su capacidad de dejarnos anonadados, como son las danzas de Dervichees mevlevies de Turquía y la ópera de kun Qu de Pekín, verdaderas joyas de arte, junto al merengue o la rumba, que, con todos mis respetos a estos géneros musicales, nada tienen que ver con el valor histórico-estético-cultural de estas danzas. Existen otros ámbitos geográfico-territoriales para preservar determinadas costumbres, festividades, folclores... que son los territorios donde se produce el hecho. En España, por ejemplo, son las comunidades autónomas las que tienen la potestad y la competencia administrativa para declarar un edificio, una fiesta, un folclore de “Interés Regional” o un bien a proteger (BIC).

El listado de despropósitos es lamentable y abre la puerta a los agravios comparativos. Si se declara la paella valenciana o la tortilla de patatas (como se ha solicitado) Bienes Inmateriales a Proteger, ¿por qué no la pizza?, y los griegos, con razón, van a exigir lo mismo para su moussaka, o los mexicanos para sus tacos, y ¿por qué no los ecuatorianos para su fanesca o sus “guaguas de pan”?... y así hasta el infinito. Creo que el mal ya está hecho en este apartado, más cuando la propia UNESCO se permite la frivolidad, a la hora de defender la gastronomía francesa, con el argumento siguiente: “La comida gastronómica de Francia es una práctica social para celebrar momentos importantes en la vida de personas y grupos” (¡¡y se quedan tan anchos!!... ¡¡nos ha jodido!!... En todas las ciudades y pueblos del mundo tienen ese sentido las comidas compartidas).

Todavía estamos a tiempo de apelar al sentido común de la Comisión de Valoración de la UNESCO para pedir que bajo ningún concepto acepten la petición (es la tercera vez que lo intentan) de declarar a Benidorm Patrimonio de la Humanidad. Si al final cedieran a esta demanda, no sólo se acabaría con los principios y valores que dio pie en 1972 a esta iniciativa cultural, sino que sería una bofetada, un insulto para Abu-Simbel, Quito, Brujas, Cracovia, Cartagena de Indias... sería, en último término, avalar y premiar el destrozo del litoral mediterráneo, el crecimiento especulativo, el pelotazo inmobiliario... la zafiedad y el mal gusto.

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