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La insufrible publicidad en TV

12 de Septiembre del 2017 - María Juana Asunción García Pérez (Oviedo)

Qué lejos quedan aquellos tiempos del inicio de la TV en España cuando Televisión Española comenzó sus emisiones regulares un 28 de octubre de 1956, acercando a los españoles a un medio que solo conocíamos a través de las películas americanas que visionábamos en las abundantes salas de cine que en aquella época se esparcían generosamente por pueblos y ciudades de todo el territorio nacional. Fueron momentos en los que, a falta de disponer de un televisor en el domicilio familiar, acudíamos a los bares y/o cafeterías a ver los programas de la TV1 (la única), en la que el fútbol, los toros, los populares concursos, y los musicales, entre otros, llenaban de clientes estos locales, más en calidad de espectadores que de consumidores, disfrutando de todo ello, además, con unas discretas interrupciones publicitarias directas que posteriormente, con la llegada en 1958 de los anuncios filmados, se fueron incrementando en el tiempo de forma paulatina, tanto en frecuencia como en extensión, aunque nunca sin llegar al agobio de los telespectadores. Qué decir cuando en noviembre de 1966 apareció la TV2, conocida popularmente como la UHF, que, por primera vez, nos dio la opción de poder elegir entre dos programaciones distintas (¡qué gozada!), siguiendo, asimismo, con una presión publicitaria muy moderada, agradecida incluso, muchas veces, por razón de darnos la oportunidad de acudir en emergencia al mingitorio sin perdernos ni un ápice lo que estábamos visionando y poder, de esa manera, seguir disfrutando del programa mucho más aliviados. Aunque los medios con los que se contaba en aquellos tiempos pretéritos distaban astronómicamente de los que ahora se disponen, la imaginación y el buen hacer de los productores y realizadores, junto con un buen elenco de guionistas, presentadores, técnicos, etcétera, cubrían con creces cualquier carencia, hasta el extremo de que los que hemos vivido, muy jóvenes entonces por cierto, todos esos momentos, recordamos, no exentos de nostalgia, muchos programas irrepetibles que podrían eclipsar a cualquiera de los que hoy día se emiten.

Con el transcurso de los años, apoyada por el desarrollo tecnológico que han llevado añadido, la TV ha ido evolucionando en paralelo con los tiempos ofreciendo cada vez mayor calidad de imagen y la introducción de las emisiones en color (con producciones regulares a partir del año 1973). Todo este proceso, que ha ido exigiendo cada vez mayores inversiones en equipos e infraestructuras necesarias para la producción de programas en este medio, se ha tenido que ir soportando a expensas de crecientes inversiones económicas, lo que, a su vez, ha tenido una importante repercusión en los canales de financiación: la publicidad, entre otros. Por esta razón, y siempre bajo la premisa de que la TV era gratuita, el paulatino incremento de la publicidad, interrumpiendo la emisión de cualquier programa para introducir las cuñas publicitarias, aunque no haya sido bien acogido, al menos si era entendido y, por ende, tolerado.

La Ley de Televisión Privada, de marzo de 1988, que, mediante concurso celebrado en enero de 1989, concedió las primeras licencias a operadoras privadas; el nacimiento de la TDT en el año 1999 y la puesta en marcha de las televisiones autonómicas, fueron hitos que supusieron saltos cuantitativos y cualitativos en cuanto a que fueron ofreciendo una mayor y más variada oferta televisiva; pero, al mismo tiempo, la creciente proliferación de los televisores en los hogares, en los que pasó a convertirse en un elemento imprescindible, dio la oportunidad a los operadores de conseguir unos mayores ingresos por la vía del incremento de la presión publicitaria, colmando, de alguna manera, la paciencia de los sufridos telespectadores con las interminables y reiterativas pausas originadas a este efecto. La desaparición de la publicidad en la TV pública, producida a partir del 1 de enero del año 2010, supuso un gran alivio en el visionado de esos canales, pero no así en el resto que continuaron con su escalada hasta hacerla prácticamente insoportable.

La entrada en escena de los canales temáticos de pago, ofrecidos por los distintos operadores con el reclamo de poder disponer de una mayor cantidad y variedad de programas sin cortes publicitarios, permitió, por fin, visionar una película completa sin que fuera interrumpida su emisión con la inclusión de espacios publicitarios. Al principio todo bien. Sólo algunos breves anuncios entreverados en los programas sin que ello causase el hastío del televidente. El problema es que, en corto espacio de tiempo, estos canales temáticos, además de ofrecer cada vez menor calidad en su programación, con repeticiones en su parrilla hasta el aburrimiento, también vieron en la publicidad la oportunidad de aumentar considerablemente sus ingresos y, muy sibilinamente, terminaron por incorporar esta de forma masiva introduciendo largas y frecuentes interrupciones en su programación siguiendo un proceso de apocatástasis, o sea, devolviéndonos otra vez al punto de partida; pero, esta vez, con el agravante de tener que pagar por ello. Se cobra al anunciante por colocar su publicidad y al espectador por ver los anuncios. En definitiva, pura incongruencia, la sublimación de lo absurdo, todo un timo, lamentablemente autorizado y consentido por todos, que hiere el más elemental sentido común.

Últimamente, si se quiere ver algo nuevo con calidad y, por supuesto, exento de interrupciones, no nos queda otra salida que acudir a alguna de las nuevas plataformas comercializadoras donde se ofrecen películas y programas en streaming para todos los gustos. El único problema está en que esto nos llevará a asumir una nueva cuota mensual que, unida a la del operador que ya teníamos contratado, elevará el coste asociado al televisor de forma significativa.

A la vista de todo lo anterior, no es nada extraño que en muchos hogares se empiece a considerar la opción de quedarse con la programación que ofrece la TDT a través de la antena colectiva, gratuita por supuesto, y olvidarse de todo lo demás, lo que, si se analiza detenidamente, no es en absoluto descartable. Si muchos tomásemos esa decisión, y, como consecuencia, la baja de abonados a los actuales operadores empezase a ser alarmante, las cosas podrían cambiar de forma radical. El problema, el de siempre: la falta de unión de los consumidores. Esto es precisamente lo que favorece y mantiene esta y otras situaciones abusivas para las que, desgraciadamente, no se atisban soluciones.

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