La profecía

13 de Septiembre del 2017 - Ana Mª Velasco Plaza (Oviedo)

Estamos asistiendo a la culminación del golpe de Estado a cámara lenta (o a paso de zorro o a reptar viperino), perpetrado por los independentistas catalanes desde hace tiempo. Cuarenta años en los que se han encontrado un terreno perfectamente despejado y abonado para llevar a cabo sus propósitos; tiempo en el que no han faltado toda clase de prebendas monetarias, dejación imprudente o dolosa por incumplimientos legales y consentimientos calificados como "identitarios", por parte de los diferentes y sucesivos gobiernos de la nación. Pero creo que ninguno ha hecho tanto para recoger la cosecha sembrada como el gobierno de Rajoy, toda vez que, siguiendo las pautas y normas establecidas por Zapatero, la inacción y la pasividad ante las provocaciones independentistas han caracterizado su mandato, pudiendo ser calificado, como poco, de culpable por omisión. Los gobiernos anteriores, con mejores o peores intenciones, creyeron o esperaron que, con buenas dosis de ayudas, subvenciones y, sobretodo, diálogo, los independentistas olvidarían sus propósitos y se convertirían en gráciles, dóciles y satisfechas mariposas. Pero, con los dos últimos gobernantes, no hay pasividad escondida tras las tácticas de los anteriores, hay colaboracionismo puro y duro. Recordemos el Estatuto de Cataluña, incentivado, elaborado y aprobado con gran algarabía por el gobierno de Zapatero. Recordemos la inacción, o mejor aún, el seguimiento ladino de Rajoy en todo lo referente a la bolera que dejó preparada su antecesor. Comprobemos, como ejemplo, cómo ha sido la cacareada rendición de ETA que, si bien ha dejado de matar, a cambio se ha otorgado a los terroristas y a sus secuaces el gobierno de municipios y ayuntamientos. No se rindieron, hicieron trueque. Y ahí están, a la espera de sumarse a los beneficios promovidos por los nacionalistas catalanes.

En toda esta sucesión de despropósitos, hay un hecho doloroso que marca un antes y un después para acelerar el llamado "proceso". Un atentado masivo ocurrido hace trece años, rodeado de toda clase de mentiras e incógnitas sobre su autoría, pero que fue un punto de inflexión en lo que era España. A las veinticuatro horas de perpetrada la masacre ya lo proclamaron algunas voces, anunciando la llegada de "un tiempo nuevo" y el necesario "cambio de régimen".

Desde entonces, todos los partidos políticos, previa anulación y renuncia de sus principios fundacionales, uno, transformación abiertamente nacionalista de otro, junto con los de reciente y oportuna aparición incentivada de radicales anti-este-sistema o los de camaleónico camuflaje ambiental, se han puesto a remar en el mismo sentido, escenificando su manoseada expresión: Se hará necesario "un nuevo marco de convivencia" entre todos los partidos políticos.

Y así asistiremos, después del uno de Octubre -haya o no referéndum catalán- a la añorada unión comensalista y salvapatrias de todos, porque las circunstancias así lo han requerido, ya que la confrontación ha llegado al momento álgido y por el bien de la nación se hace necesario que todos cedamos algo, y tal y tal. Para lo cual será imprescindible cambiar aquellos artículos de la Constitución referentes al modelo territorial que, ofreciendo cualquier resquicio o interpretación de acuerdo con la supuesta legalidad del momento, permita ahorrar a los sufridos ciudadanos españoles el engorroso proceso de una votación. Aquello de que el sujeto de la soberanía nacional reside en el pueblo español quedará para otras cosas más importantes a juicio de los que mueven los hilos. Los grupos parlamentarios nos ofrecerán, a hechos consumados, la reforma confederal como la mejor solución sin romper la unidad de España y contentar, de momento, a los nacionalistas, sabedores de haber conseguido el paso previo necesario para la independencia. Hay que reconocer "el magistral control de los tiempos" de Mariano Rajoy quien, como director encargado de la obra (o de la mascarada), coordinará a la perfección al resto de los actores para recibir el aplauso de los perplejos y silentes espectadores.

¡Como me gustaría equivocarme!

Ana M. Velasco Plaza, Oviedo

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