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España y Cuba tras el huracán "Irma"

17 de Septiembre del 2017 - José María Ruilópez

Al hablar de España y Cuba ante una posible visita de los Reyes o el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a la isla hay que citar al huracán “Irma” como elemento que puede condicionar la agenda de ese probable viaje. El encuentro del ministro de Exteriores español, Alfonso María Dastis, con su homólogo cubano y con Raúl Castro tenía como objeto principal “impulsar las relaciones entre ambos países”. Es conocida la delicada situación económica cubana, más ahora con el paso devastador del huracán “Irma”, que no tuvo nada de dulce (“Irma la dulce”) como firmó y filmó una película Billy Wilder con ese nombre ya en 1963.

Ahora las cosas han cambiado. Los daños materiales son enormes: 4.288 viviendas dañadas, 157 derrumbes totales, 986 parciales. Sólo en la capital hay 818 edificios derruidos y 1.555 afectados, con lo que significa gran número de personas sin techo. Noventa pozos petrolíferos dañados. Además de las pérdidas de propiedades domésticas, ajuares, electrodomésticos, haciendas, los deterioros causados por la falta de luz eléctrica tan prolongada, las posibles enfermedades debido a la carencia de agua potable, las pérdidas que se irán manifestando a causa de las inundaciones con agua salada, que han alcanzado cotas impensables, avanzando el mar en algunos barrios hasta 500 metros hacia el interior de la ciudad y un metro y medio de alto.

Todo ello implica una masa económica de grandes dimensiones para paliar, aunque sea en parte, las carencias presentes. Ya se han dado protestas vecinales en algunas zonas de la capital, sofocadas por militares de alto rango, ante la imposibilidad de resolver tantos problemas ni en poco tiempo ni de modo siquiera parcial. Hemos visto a la población barrer el Malecón con escobones domésticos y cepillos de cerdas agotadas. Bien es cierto que la gente se ha empleado a fondo para adecentar sus patios e intentar eliminar tanto escombro caído del cielo. Pero no parecen esos métodos definitivos para un país donde sus gobernantes adulan la buena voluntad, la sumisión y hasta la alegría, no sé si forzada o genética, de los vecinos ante las inclemencias naturales en vez de poner medios mecánicos eficaces, personal especializado ágil y directivos que salgan ante los medios de comunicación a dar la cara y explicar lo que pasó (aunque todo el mundo ya lo ha visto o padecido), aclarando qué medios económicos hay disponibles para resolver el problema, de qué modo se realojará a la gente sin casa (sabiendo que la precariedad de la vivienda ya es endémica en el país), “hay 26.000 personas en centros de evacuación”, de los casi dos millones de evacuados, de qué manera se distribuirán los suministros y cómo se harán con los electrodomésticos inutilizados y los enseres perdidos, colchones al sol y butacas en la calle.

Parece lógico que la prioritaria ocupación ahora de los mandatarios cubanos es enderezar el país, que quedó patas arriba tras el huracán. Restablecer la confianza ante el sector turístico, sabiendo que es uno de los principales ingresos para las arcas del Estado, para que las infraestructuras estén disponibles y reciban el reemplazo de visitantes ofreciendo la misma calidad de servicios que antes, y que no tengan la mala suerte de soportar un huracán similar, y apaciguar a la población con los métodos de siempre para evitar revueltas, ahora con el suplemento no sólo del hartazgo habitual por el estancamiento social, sino también con la tragedia del desplome de sus vidas por los cuatro costados: casa, comida, confianza y carestía.

Todo ello implica que la posible visita oficial de la máxima autoridad de España o del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, no parece que se pueda llevar a cabo en momento adecuado. Sobre todo cuando el actual presidente del Consejo de Estado y de Gobierno, Raúl Castro Ruz, deja el cargo en febrero de 2018, y no se sabe tampoco a ciencia cierta quién será su sucesor como interlocutor válido ante una visita de Estado. Si ésta se produce antes del abandono del poder de Raúl Castro, se puede interpretar como una especie de despedida, cuando en política y en diplomacia no se celebra el abandono del poder, sino la ocupación del mismo. Si se produce después del nombramiento del nuevo presidente del Consejo de Estado cubano, habrá que esperar un tiempo a que se afiance en el cargo y se vea el rumbo político que va a seguir, aunque en el caso de que sea el vicepresidente Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez se le supone, por sus recientes declaraciones continuistas, una réplica remozada del anterior presidente, un continuismo, que es lo poco previsible que hay en este país.

En cualquiera caso, los asuntos tratados serán de tipo político: buenas palabras, tenues discursos, fotos de cuché y promesas de salón. No se podrá tocar la deuda del Estado cubano con los empresarios españoles, salvo para que aquél solicite una merma de la misma, dadas las circunstancias actuales, que podríamos llamar climáticas.

De todo este entramado político económico queda excluido el pueblo, salvo la pequeña parte que trabaja en el sector turístico, que tal vez siga subiendo. El resto tendrá que ver por la TV los actos oficiales con los pies húmedos y la barriga reseca. Puede que España quede en buen lugar con respecto al Gobierno de Cuba, sobre todo si accede a las peticiones habituales caribeñas, que son recurso y estrategia histórica, pero con respecto a la gente no creo que salga bien parado. El pueblo cubano quiere visitas que lleven al país hacia el desarrollo y la real mejora de la vida diaria. Tuvo esperanza con la visita de cortesía del anterior presidente de los EE UU, Obama, pero se le vino abajo con la llegada de Trump y los recortes al turismo patrio. Pensaba que con el aliado venezolano Hugo Chávez todo iría mejor, pero se les murió, y el sucesor, Nicolás Maduro, hundió la economía del país y racionó el petróleo. Ahora buscan el diálogo con Rusia (otra vez) o China, pero usan idiomas demasiado engorrosos como para entenderse bien.

La papeleta del presidente Castro no es fácil. Ya se le acusa de no haberse presentado en barrios muy afectados como Habana Vieja o Centro Habana. No sería novedad que prolongara unos meses su retirada ante el infortunio reciente. España tiene una disculpa palpable para demorar esa visita. Bien es cierto que hace meses se presentaron altos mandatarios europeos en la isla para recoger negocio. Como la cadena suiza Kempinski, que reconstruyó el edificio llamado la manzana de Gómez, en el mismo Parque Central, frente al antiguo Centro Asturiano, haciendo un hotel de cinco estrellas con precios entre 440 y 2.500 dólares por noche. España tiene una alta participación en la hotelería cubana, pero tiene que apacentar en primera persona las inversiones empresariales de vez en cuando, porque los lobos europeos andan sueltos pensando que hay un rebaño abundante, sin darse cuenta de que en muchos casos sí hay ovejas, pero trasquiladas ya.

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