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Luis Díaz Higarza, la bondad agradecida

7 de Octubre del 2017 - Javier Gómez Cuesta

Me envió el jueves 28 de septiembre, a las 7 de la tarde, su último wasap: “Vivo el milagro de cada día y el de la confianza en el Señor en esta larga y dura escalada”. No estaban permitidas las visitas por la índole de su enfermedad que, entre otros secuelas, le había dejado sin defensas. Nos wasapeamos de vez en cuando. Hacía tiempo que no respondía. La gravedad de su estado no se lo permitía. Esta última me encendió la luz de la esperanza, al mismo tiempo me hizo dudar: ¿será el sprint final de la enfermedad que da el último borbotón de vida? Todos los que hemos tenido relación con él, cercana o virtual, en este tramo final de su vida, hemos recibido el testimonio sincero de su honda fe y de su admirable humanidad. Ni una queja, ni un lamento, ni una protesta, solamente, como dice en el wasap, la confianza en el Señor, un remache evidente de su fidelidad: “Sé de quién me he fiado”. A Luis siempre le tachamos de ser un poco hipocondríaco, porque frecuentemente aludía a los “pero…” para hablar de su salud, siendo una persona de costumbres moderadas y austeras, de vida casi monástica y reglamentada, sin excesos ni físicos por deportivos, ni manducatorios en la mesa, aunque se relamía con el dulce.

Donde no ponía límite era en el cuidado de su espiritualidad y cultivo de su vida interior y en el afán de leer y saber. Siempre tenía un libro a su lado o una revista de su especialidad de la que te hablaba y comentaba con interés sobre temas sociales de la actualidad. Recuerdo la última conversación que tuve con él, en el Hospital Begoña, de Gijón, creo que fue el 14 de junio, en el inicio de estos cuatro meses que duró el calvario que le llevó a la muerte; yo le quería quitar importancia a lo que le pasaba, él me contestó que temía tener algo serio y peor que su leucemia crónica. Pero siempre la confesión sentida y sincera de que estaba en las manos de Dios. Le salía con espontaneidad, porque lo vivía. Poco después los médicos decidieron trasladarlo al HUCA, donde se hallaba su historial. Los médicos lucharon cuanto puede la medicina actual, que algunas conquistas tiene en el campo de la leucemia, pero en su caso no fue posible. Por donde pasó dejó la estela que todos los que le conocimos tenemos de él, de bondad, de bondad agradecida.

Había nacido el día 1 de noviembre de 1950, fiesta de Todos los Santos –algo de esa comunión le tocó- en Teverga, en el pueblín de Riello, bañado por el río Páramo, poblado de castañares y a la sombra de Peña Sobia. Hablaba de su infancia feliz, en su familia escasa en bienes pero rica en valores. Desde pequeño mostró esa madurez anticipada de los niños rurales que de muy pequeños colaboran en las labores y trabajos agrícolas.

En el seminario fue observante y disciplinado, manifestando con naturalidad signos de clara vocación y mucho más aficionado a los libros que al deporte, de una inteligencia sobresaliente. A su curso le tocó iniciar el año de diaconado en parroquias, un año de práctica pastoral que buscaba discernir la vocación sobre el terreno, en la práctica. Panes y los pueblos de Peñamellera Baja fueron su campo de prueba. Recibió la ordenación sacerdotal el 8 de mayo de 1975

Los “caballos de la muerte, galopando…” se lo llevaron pronto, aunque sabía cuál es su destino. Sesenta y seis años bien vividos y aplicados, de los que cuarenta dos invertidos a tiempo pleno en la viña del Señor. En ellos podemos diferenciar dos campos aunque en distintos momentos se entrecruzan: el pastoral parroquial y el también pastoral de la docencia y del gobierno.

El primer destino de Luis fueron las parroquias en el extenso concejo de Narcea, de Bimeda, Piñera y Villategil. Además de dedicarse a la vida parroquial con la responsabilidad e intensidad que él lo hacía, empleó su tiempo en estudiar y preparar la licenciatura en Teología Moral y colaborar en la promoción social de la vida y el trabajo de los labradores.

Epígrafe: Obituario

Subtítulo: Una etapa brillante de la pastoral social de la Iglesia asturiana

Destacado: "Una leucemia crónica tolerable le requería revisiones y cuidados en sus últimos años de vida, que tuvieron bastante de calvario: a pesar de todo, sentía que el corazón le latía y la sonrisa le asomaba porque iba granando la semilla que sembraba"

Después del movimiento apostólico de la JARC, comenzaba a implantarse y extenderse el sindicato UCA (Unión de Campesinos Asturianos) que ha tenido tanta influencia en la consecución de la Seguridad Social Agraria. Colaboraron en su promoción desde su misión y compromiso eclesial, –ahí está el testimonio de la Hoja Parroquial de La Espina que se publicó hasta la muerte del párroco Cándido-, un grupo de sacerdotes de aquella zona de Narcea y Tineo, entre los que se encontraba Luis Higarza. Maduró en los seis años que allí estuvo los campos en los que se iba a explicitar predominantemente su vida sacerdotal: La docencia y la dedicación a la Doctrina Social de la Iglesia. Su deseo fue también tener el doctorado que comenzó con el sociólogo e investigador jesuita Alfonso Álvarez Bolado, pero a lo que no pudo dedicar todo el tiempo que hubiera deseado y por querer escribir con extremada y rigurosa exactitud lo que deseaba exponer.

Obtenida la licenciatura en Teología Moral, en 1981 comienza su etapa de profesor del Seminario explicando moral social y Doctrina Social de la Iglesia y es nombrado regente de San Juan de Mieres, parroquia que regida por Nicanor L. Brugos tuvo tanta influencia en el cambio social de las cuencas mineras asturianas. En las clases es un profesor claro, de exposición ordenada, de argumentación sólida y le imprime a su enseñanza ese entusiasmo de saber que su materia es para transformar el mundo, para lograr una mayor justicia, para comprometerse en las situaciones sociales. No deja lugar a la indiferencia. Por ese entusiasmo docente le requieren para conferencias, participa en los movimientos apostólicos y forma parte de la Escuela Social Diocesana que busca marcar y orientar la pastoral diocesana de una Asturias en grave proceso de transformación, de la que será director en el período 1992-95 y en el que publicará algún articulo sobre esta dimensión de la Iglesia en Asturias.

En 1983 el arzobispo D. Gabino le nombró vicario territorial de la Vicaría Sur que comprendía las dos cuenca mineras del Caudal y del Nalón. Fueron años convulsos, de huelgas y problemas sociales, de desmantelamiento y cierre de las minas de carbón. Durante ocho años compartimos misión en el Consejo de Gobierno. Su carácter afable y bondadoso, aunque una pizca tímido, le hizo cercano a los sacerdotes y humano en sus apreciaciones; de análisis sociales y pastorales lúcidos, de dialogo paciente, de conversación serena (nunca le oí gritar o levantar la voz), humilde para saber encajar las contrariedades o afrontar los momentos tensos, de comunicación fácil y con una chispa de gracia para relatar anécdotas. Cuando venía abatido, en la reunión recuperaba el ánimo. Son años y circunstancias que aquel grupo de vicarios nunca olvidó de asambleas diocesanas y jornadas del paro… tiempos cuyo recuerdo todavía celebramos juntos.

Después de unos años dedicado totalmente a la docencia en los diferentes centros de estudios, en 1999 Luis asumió la Delegación Diocesana de Enseñanza que además de tutelar la educación religiosa, tiene hirviendo siempre sobre la mesa el conflicto institucional de las clases de religión en los Institutos y escuelas públicas y el no menos problemático nombramiento de profesores. Tarea importante y no fácil de gestionar. Supo dialogar y defender ante la consejería del Principado los acuerdos, que son leyes y no privilegios, sobre la enseñanza de la religión y obrar con justicia y escrúpulo en la asignación del profesorado acordando normas y baremos que la hicieran objetiva. Su honradez y nobleza y su conocimiento de la materia le ganó el prestigio de sus interlocutores. Durante este tiempo estuvo adscrito a la parroquia de San José de Pumarín de Oviedo colaborando con su párroco y amigo José María Lorenzo, a quien le unió también la impaciencia por la sensibilidad social y su simbiosis con la pastoral.

Para síntesis de su vida, en septiembre de 2012, fue nombrado párroco de San Miguel de Pumarín de Gijón, parroquia señera en esta ciudad, de familias obreras y dotada muy acertadamente desde creación por el nonagenario D. José F. G. Loredo con colegio parroquial, obra social del barrio cuando había déficit de puestos escolares y de cuidada y esmerada educación que mantuvo su sucesor D. Eduardo Berbes. Parecía lo ideal para Luis Higarza, porque unía la pastoral, lo social y la enseñanza. “Me coge un poco mayor y regular de salud. ¡Dios proveerá!”, me dijo. Venía con el plomo en el ala. Una leucemia crónica tolerable le requería revisiones y cuidados. Sin embargo, se entregó a su nuevo trabajo con ilusión y queriendo dar al colegio en estos tiempos líquidos una auténtica identidad eclesial demostrando que le fe da sentido a la vida y forma personas con valores. Estos cinco años en San Miguel de Pumarín han tenido bastante de calvario, de subida a la cima con la cruz de la enfermedad que al final le dio más problemas de los esperados. A pesar de todo, sentía que el corazón le latía y la sonrisa le asomaba porque iba granando la semilla que sembraba. Con la paz de quien ha cultivado con esmero el terreno que le han encomendado, el lunes día 2, le han llevado los Ángeles Custodios al encuentro de Aquel de quien a pleno corazón se ha fiado y disfrutar con Él ya para siempre del milagro de la Vida.

Cartas

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