El peso del adjetivo
El pasado miércoles 11, un tribunal de París condenaba, en sentencia firme, a 7 y 5 años de prisión a tres activistas acusados de haber quemado un furgón de la policía durante una manifestación no autorizada, el 18 de mayo del 16 (Le Monde, 13.10.17). Tres son los vehículos demolidos de la Guardia Civil, sitiada en la Consejería de Economía mientras realizaba un registro por orden judicial. Encaramados en los vehículos, los "Jordis", armados de megafonía, arengaron a los sediciosos con tanto éxito que los guardias pasaron la noche cercados y la secretaria judicial tuvo que ser evacuada por la azotea.
"Un problema de orden público", sentencia Ferreras, escandalizado de que la juez mande a los Jordis a prisión sin fianza. Autoridad moral no le falta a Ferreras que, como todo el mundo sabe, hizo huelga de hambre en protesta por la prisión sin fianza de Francisco Granados: tres años.
A falta de un muerto ya tienen los revoltosos dos "presos políticos". Los cerebros recalentados de los nacionalistas y de "los progres de pacotilla" (Guerra dixit) que los secundan no distinguen entre políticos presos (por una fechoría) y presos políticos (por sus ideas). Privar a los agitadores del recurso a la confusión es quitarle la escalera al pintor de brocha gorda. ¿Mejor dejarles que pinten a sus anchas el fresco de la posverdad?
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