Sed una Iglesia más fraterna sin fariseos!, nos pide Jesús desde la cruz
¡Duras palabras las que acabamos de oír desde los labios de Jesús contra los escribas y fariseos! Los profetas se enfrentaron más de una vez con aquellos malos sacerdotes del templo de Jerusalén: Malaquías censuró la corrupción religiosa dirigiéndose a los sacerdotes que ni cumplían la ley de Dios ni la enseñaban a los fieles –no me extraña que fueran a por Jesús–. ¡Admirable valentía y libertad con que Jesús se dirige a aquellos religiosos de su época. Los fariseos sobresalían por la observancia meticulosa de los 603 preceptos añadidos a los 10 de Dios; en la actualidad los judíos más conservadores e integristas hacen lo mismo. Lo que Jesús les rebate es: 1) en primer lugar, su deseo de prestigio y poder: ocupar los primeros puestos en banquetes, en la sinagoga y en el templo; 2) sentirse superiores a los demás; 3) su vanidad y gusto por “aparentar” santidad rezando en las esquinas de las calles para que los vean; y 4) su orgullo de “casta” que les hacía despreciar al pueblo sencillo.
Jesús les condena que hayan hecho de la religión y del culto una profesión y no “una vida al servicio de los demás”. Pero lo que peor llevaba Jesús era su constante hipocresía: “Decían una cosa y hacían otra”: la diferencia entre sus palabras y sus obras, entre lo que ellos hacían y lo que mandaban hacer a los demás. Jesús soportó las zancadillas que le pusieron, las críticas que le hicieron, incluso a los que lo traicionaron –entre éstos, Judas–, pero nunca a los hipócritas. “Jesús fue siempre coherente entre palabras y obras. Jesús fue el más rotundo ‘sí’ a Dios padre a lo largo de los siglos”. Defectos parecidos, farisaicos más o menos los tenemos nosotros; la Iglesia está realizada por hombres y mujeres, débiles porque somos de carne y hueso: muchas veces los cristianos no estamos a la altura del que es humilde, sincero y con gran amor a la Iglesia. Mirando a su vida, Jesús quiere una Iglesia más fraterna: que “estimamos más lo que nos hace hermanos y lo que nos une que lo que nos diferencia...” (me parece oír a San Juan XXIII mirando con amor a nuestros “hermanos separados”); que para un sacerdote sea más importante sentirse hermano de todos porque hemos recibido el Espíritu Santo (que sigue en nosotros desde el mismo bautismo, y así todos somos hijos del mismo Padre. Bien lo expresó San Agustín cuando dijo a sus fieles de Tagaste y cuando visitaba comunidades de monjes/as “Soy ‘hermano con’ vosotros y ‘obispo para’ vosotros”. Hoy lo que más nos urge a los cristianos es “decir menos y hacer más”, escasear en palabras y abundar en buenas obras; de ahí Cristo nos dice hoy “el Evangelio es para vivirlo atendiendo pobres, enfermos, niños y ancianos abandonados... llenos de misericordia abrir nuestros brazos abarcando con nuestra mirada todas las gentes, pueblos, razas (creyentes o no) en horizonte circular; todo eso es cristiano si perdono al que me ofendió o me hizo daño y siempre al lado de los más débiles. Basado en un poema de Gerardo Diego terminé aquel “Buenas noches”: Te vi cuando era niño de ojos limpios; pon en ellos dos gotas frescas de fe y, aún hoy, con 84 primaveras, te volveré a ver.
José Fuentes y García-Borja
canónigo de la Catedral
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