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La llingua y el chino

22 de Noviembre del 2017 - Pablo Álvarez Fernández (Langreo)

Cuando uno pasea por alguna de las localidades de la cuenca del Nalón, en la que nací hace ya algunos años, oye hablar en chino, ruso, polaco, inglés y castellano de Valladolid, y –por supuesto– en español, con modismos y acento peculiar. Vamos, lo mismo que cuando uno pasea por Córdoba, donde también se oye hablar español con otros modismos y acentos peculiares. Desde luego, lo que uno no oye hablar es la “llingua”. Por ese motivo suena extraña la idea de Inaciu Suárez Echevarría (LNE 8/11/17) de que el chino –que a fin de cuentas hablan personas que viven aquí– no es la lengua de aquí y sí lo es una lengua que no habla nadie. La lengua de una comunidad es la que hablan sus habitantes. En este caso la que utilizamos Inaciu y yo mismo en este intercambio epistolar. Ésa es la lengua que tiene que estar presente en sus instituciones y en su sistema educativo por motivos que tienen que ver con la deliberación democrática y por el respeto a la igualdad en la ocupación de las diversas posiciones sociales. Por este motivo, si sucediera una catástrofe geológica y en Asturias sólo sobrevivieran 100 personas que hablaran español y el territorio fuera repoblado por 5.000 chinos, el chino pasaría a ser la lengua que identificaría a los asturianos al ser la lengua que mayoritariamente hablan sus habitantes y la que, por lo tanto, debería estar presente en las instituciones y en el sistema educativo.

Lo que Inaciu y quienes piensan como él defienden es la idea de que cada lengua está vinculada a una particular visión del mundo –sólo podemos ser asturianos si tenemos una lengua distinta del resto–, la cual deriva de las reaccionarias y retrogradas visiones del romanticismo decimonónico de las diferencias culturales (“cada nación habla en la forma que ella piensa y piensa en la manera que ella habla” que decía Herder). Para ser distintos del resto de los españoles tenemos que hablar una lengua distinta; y si no existe, nos la inventamos. Desde luego, pocos lingüistas defienden hoy en día la idea de que las percepciones del mundo de la gente y los conceptos que manejan estén constreñidos por el particular lenguaje que hablan. Lo repito: la lengua de una comunidad es la lengua de quienes habitan en ella.

A partir de ahí, es obvio que cada persona tiene el derecho a hablar la lengua que desee y comprometerse en las prácticas culturales que estime oportunas. A lo que no tiene derecho es a que los demás lo escuchemos ni a proporcionar recursos para la preservación de su lenguaje y cultura. La razón es obvia: ninguna cultura, forma de vida o lenguaje tienen un derecho natural a existir.

Que alguien, en pleno siglo XXI, sostenga esas ideas resulta asombroso, pero que el secretario general de la FSA, es decir, un socialista, esté dispuesto a apoyarlas y promoverlas hasta el punto de que, siguiendo el esquema que se aplica a los grandes los problemas de la Humanidad, se plantea horizontes temporales de largo alcance como ese ambicioso programa para implantar la oficialidad del “asturiano” antes del año 2023, suena, al tiempo que ridículo, como un mal chiste.

Quizás sería más interesante que, pensando en esos horizontes temporales y en lenguas, recurriera a su propia tradición, a sus principios, que tienen mucho que ver con la idea de igualdad y nada con la de identidad. Y que reflexionara sobre cuál sería el efecto de la obligatoriedad del bable sobre la igualdad de los asturianos en el acceso al empleo público, y más aun, reflexionara sobre el efecto que sobre la igualdad de los españoles tienen las denominadas “lenguas propias”. Hoy en día, a través del filtro lingüístico, los asturianos no podemos trabajar en el sector público de Cataluña, Baleares, Valencia, País Vasco y Galicia. Es decir, la lengua actúa como un mecanismo de exclusión para impedir la movilidad social ajeno al principio de igualdad. Este hecho, sin duda, es bendecido por una parte de los votantes de esas comunidades que cuentan con un mercado privado de trabajo, y sin duda tiene que ver con el apoyo que algunos asturianos pueden prestar a la oficialidad del bable. Si nosotros no podemos trabajar allí, lo normal será establecer nuestro propio filtro para que ellos no puedan trabajar aquí. Es obvio que este hecho actúa como un incentivo para que otras comunidades establezcan sus propios filtros de acceso, con lo cual al final todos vamos a estar peor. Y seremos menos iguales. Un antiigualitarismo promovido, curiosamente, por el dirigente de un partido que coloca en el frontispicio de sus propuestas políticas los principios de libertad, igualdad, solidaridad y justicia social. Todos se los carga el actual secretario de la FSA. Es verdad es que otros socialistas lo hicieron primero, y me gustaría añadir que así les va. ¿Pero no encabezaba este hombre la renovación?

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