¿Simplemente un sueño?
Tenía un sueño extraño: en dos plazas cercanas de Avilés existían dos castillos, uno muy amplio y otro más pequeño en el que grupos de personas gozaban de todas las comodidades, acceso a prensa y radio, teléfonos gratuitos, ordenadores y acceso al censo de militantes de cierto partido.
Entre ambos castillos existía una tienda de campaña en la que unas personas, con unas precarias sillas, ordenadores y teléfonos traídos de sus casas y sin acceso a ninguna información relevante, se reunían alrededor de una hoguera que día a día atizaban con leños. En este fuego cocían una pócima compuesta de ideas, coraje e ilusión, la tomaban todos los días para darse ánimos, aun teniendo la percepción de que pese a ser contestatarios, no precisamente en beneficio propio, y a su afán de cambiar las cosas, probablemente no obtendrían apoyos suficientes para conseguir sus fines. Las precarias condiciones descritas más la imposibilidad de acceder a los castillos, mejor equipados, complicaban sus trabajos.
Un día al castillo más pequeño llegó un gurú, antiguo dirigente del castillo grande, acompañado de un reportero micrófono en mano, quien les aseguró que no tendrían problemas, que los de la tienda de campaña le daban risa, que disponía de un brebaje con el que no podía competir la pócima de aquellos incompetentes; para hacerla revolvían los ingredientes de que disponían en los dos castillos hasta lograr una mezcla irreconocible que entregarían a su gente y, cual a flautista de Hamelín, haría que les siguieran ya que el grupo de sus adeptos estaba compuesto mayoritariamente de familiares, amigos y otra gente muy agradecida y no pedirían ningún tipo de explicación sobre lo que contenía la mezcla.
Unas risotadas y una salva de aplausos me despertaron y pensé: ¡Menos mal que sólo ha sido un sueño! ¿O no?
Rosario Gutiérrez Caño
Avilés
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