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La otra realidad del acoso escolar

7 de Enero del 2018 - Antonio Cervero Fernández-Castañón (Oviedo)

Entre sorprendido e indignado acabo de leer su artículo de 20 de diciembre, en que una supuesta generalidad de maestros alertaba sobre la falsedad de la mayoría de las denuncias por casos de acoso escolar en el Principado de Asturias, dato convenientemente refrendado por el señor consejero de Educación. Se da la circunstancia de que los datos señalados tan categóricamente hacían referencia al curso 2016/2017, año en el que ejerciendo como psicólogo sanitario, y sólo en Oviedo, yo mismo he tratado más casos de acoso escolar de los que el señor consejero, arropado por sus acólitos, reconoce para toda Asturias. Esto me lleva pues a pensar que, impregnado de espíritu navideño, o bien está ornamentando los datos para endulzar los informes políticos de fin de año, o bien está confundiendo sus buenos deseos con la realidad de los centros a su cargo, donde muchos alumnos sufren un auténtico infierno día tras día.

Sin embargo, y al margen de la vertiente política, más hiriente es el pomposo despliegue de cinismo manifestado por alguno de los directores de los colegios e institutos que acudieron al evento, indignándose y denunciando públicamente el teórico grado de histeria de ciertos padres que, a fin de cuentas, sólo buscan que sus hijos vayan al centro escolar en condiciones de seguridad, garantía que, por cierto, la ley exige a los centros.

Así que, sin divagar más y yendo a lo concreto, me pregunto si entre esos encolerizados y pomposos maestros estaría la directora de un centro de primaria que cuando recibió la exigencia de una madre para que pusiera fin al ciclo de acoso de su hijo, respondió diciéndole que lo mejor era "que lo cambiara de colegio". Me pregunto si entre ellos estaría la orientadora que tuvo la desfachatez de decirle a una alumna que sufría acoso, que no tenía por qué contar a su madre todo lo que ocurría en el centro ya que "la preocupaba"; o aquella otra que ante la petición de una psicóloga a su paciente de que escribiera un diario con todo lo que ocurría en el centro, respondió acentuando lo inapropiado del ejercicio porque "a ver qué era lo que iba a decir la alumna y qué imagen se podía dar de su colegio". Me pregunto si entre ellos estaría el profesor que recomendó a su alumna acosada que se llevara "un libro a la biblioteca en el recreo o un cuadernillo de sudokus porque hay que aprender a estar sola", etc...

Todo ello por no mencionar las exigencias de algunos padres de niños acosadores, que antes de reconocer la miseria de sus propios hijos y repudiar la pésima actuación de los centros donde los han escolarizado, prefieren agravar el ciclo de acoso participando en el mismo. Un ejemplo lo hemos visto esta mañana en el bochornoso y repugnante abucheo de un centro de Avilés por parte de unos padres, que seguro que son los primeros en rasgarse las vestiduras con gran impostura cuando ven a una madre como la del presunto asesino Rodrigo Lanza justificando las atrocidades de su hijo vendiéndolo como víctima.

Así, ante todos estos hechos vivenciados en primera persona por sus protagonistas y alguno por mí mismo, me gustaría apuntar lo desacertado del titular utilizado. En primer lugar, porque no todos los maestros participan de tal visión y, en segundo lugar, porque se echa de menos, y mucho, la visión de psicólogos que han tratado casos de acoso, la perspectiva de familias de niños acosados e, incluso, el relato de los propios niños que sufren a diario conductas absolutamente mezquinas. ¿Han pensado ustedes cuál puede ser la reacción de una víctima ante su lectura? Probablemente la misma que la que tenían hasta hace no mucho tiempo las mujeres víctimas de violencia de género, que se veían doblemente juzgadas por la sociedad, primero por el hecho y después por las dudas sobre su denuncia, hecho que en muchas ocasiones frenaba su acusación.

El intento de vender una realidad inexistente y artificial para fingir seguridad y tranquilizar conciencias es entendible desde el punto de vista psicológico. El llamado motivo social de confianza es aquel que facilita al ser humano pensar que vive en un lugar relativamente seguro donde su integridad física y psicológica no se ven alteradas. Este principio tiene su sentido, ya que en caso contrario la activación que generaría saberse permanente en peligro conllevaría un estado de ansiedad y miedo que dificultarían mucho afrontar el día a día. Pero cuando esto nos lleva a culpabilizar a la víctima y denegarle la ayuda que precisa, se convierte en un mecanismo absolutamente detestable, lo defiendan individuos aislados o el propio sistema.

Antonio Cervero Fernández-Castañón, Oviedo

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