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La tiranía de los ídolos

13 de Enero del 2018 - RAFAEL GUTIÉRREZ AMARO (SEVILLA)

La Navidad, con sus bondades y sus contradicciones, ha puesto de nuevo de relieve que el hombre o la mujer se contamina, se esclaviza o se encadena con mucha facilidad de todo aquello que - estando muy cerca de él, cada vez desgraciadamente más cerca- no le es propio; pero que por el especial carácter tirano de todo aquello acaba atenazándolo. De entre todo ello ahora quisiera hablar de las esclavitudes personales que acaban convirtiendo al ser humano en una piltrafa: deleznable, inservible y desgraciada.

Existen muchas esclavitudes personales, o ídolos, a los que cada uno se adhiere, o que nos atrapan por diversos y variados motivos:

La esclavitud del alcoholismo, que llega sin avisar y, que bajo un ropaje de bienestar y de goce personal, acaba destruyendo personas, familias, sociedades y comunidades.

La esclavitud de la gula, detestable e impía, que con sus garfios de aparente necesidad nos aparta de las realidades trascendentes, del servicio a los demás y del fin para el que hemos sido creados.

La esclavitud de la drogadicción, generalmente aniquiladora, perversa e ingeniosamente malvada, que destruye con su fuerza arrolladora a multitud de personas, fundamentalmente jóvenes. Y por lo tanto rompe, con su fuerza aterradora, a las familias y sus más íntimas estructuras; dejando a estas a la deriva después de un lamentable naufragio de dolor y sufrimiento.

La esclavitud del dinero, la usura, el consumismo y el afán de poseer desmesurado; que nos atrapa, nos envilece y nos hace ser bellacos de alcantarillas malolientes y nefastas. Esta esclavitud trasforma nuestras vidas deshumanizándolas y convirtiéndolas en singulares esclavos de un desmedido y agonizante poseer.

La esclavitud de la lujuria embaucadora que nos atenaza, y desvirtúa nuestros sentimientos, nuestros pensamientos y nuestra digna realidad de seres humanos creados a imagen de Dios.

La esclavitud de la envidia, que crea en todo lugar divisiones y rupturas insólitas y calamitosas. La envidia es una muy mala compañera de viaje, que cambia nuestras vidas y nos hace malas personas.

La terrible esclavitud del odio, del rencor y de la venganza que envenenan el alma y el cuerpo, las potencias y los sentidos, la vida.

La esclavitud de la violencia, de la agresividad, de la discordia, del enfado perenne y malicioso, de la división y el caos sistemático y premeditado. es ir constantemente en contra de todo para justificar nuestras atrocidades viles y descarnizadas.

La esclavitud agónica del egocentrismo, de la prepotencia, de la soberbia excluyente e infértil. Es la esclavitud del yo, yo y yo.

La esclavitud de la vanagloria y de la suprema arrogancia que nos hace querer ser como dioses y nos introduce en un mundo macabro en donde la armonía y la coherencia no existen y si el caos y la perversión.

La esclavitud de considerarnos más y mejores que todos y que todo, y que por ello nos inutiliza para el bien.

Todo esto es un mundo de desgracias, de tristeza, de iniquidad, de inquietud, de soledad y de amargura.

La esclavitud, venga de donde venga, siempre nos tiraniza y anula, y es sepulcro en el que se entierra la verdad, la dignidad y la grandeza del ser humano.

Decir no a la esclavitud es decir si: a ti mismo, a la dignidad de tu esencia, al aire puro, a la naturaleza, a la vida, a la creación, a tus seres queridos, al disfrute de los sentidos, a la plenitud, a la gloria, a la luz, al amor, a la felicidad, a Dios.

Rafael Gutiérrez Amaro, Sevilla

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