Políticos, esa otra clase social
Político es toda persona que, de una u otra forma, hace política o ejerce su derecho a la actividad política; definición incluyente, por tanto democrática, que iguala a la ciudadanía. Otra cosa es cuando al término política le añadimos el adjetivo activa. Aquí, la definición se queda corta y reclama, por tanto, entrar en consideraciones descriptivas. A eso vamos. Las personas que ejercen la política activa, la parlamentaria, tienen en común algunas características que las hermana. Han de ser engreídas y atrevidas, pagadas de sí mismas, en ocasiones despóticas, fabuladoras mitómanas, deformadoras conscientes de la realidad y vivir en un mundo alejado de la sociedad a la que dicen servir y amar. Cualquier líder político más o menos relevante, local, regional o nacional, presente o pasado, se adapta como un guante a esta descripción. No hay por qué dudar de que el resto de gregarios, más inadvertidos desde el punto de vista mediático, vayan a tener otra actitud discordante y mucho menos discrepante.
Un conocido líder local asturiano, de cuyo nombre no quiero acordarme, ya en plena decadencia política, exculpaba su poco acertada gestión “progresista” al frente de Licencias y Obras, en relación a la humilde y antiestética fachada de un bloque de viviendas por él autorizado, sito en La Magdalena avilesina, argumentando el carácter social de las mismas y su bajo costo. El exconcejal en cuestión, teóricamente defensor de lo público y un tanto alabancioso, no era consciente de que sus palabras venían a proteger intereses privados contrapuestos con su doctrina o ideario político. Valga este comentario no como generalización conductual pero sí como muestrario de la fragilidad ideológica; otra de las múltiples vaguedades que desnudan la personalidad política.
Lo que realmente diferencia a unos políticos de otros en el ejercicio público es la honestidad, el sometimiento a la ley y el orden constitucional. A la ley sin trampas ni atajos o subterfugios, a la lealtad ciudadana y, sobre todo, a la dignidad como ser humano comprometido con el ejercicio público y la capacidad de autocrítica determinante: examen privativo de la gestión política, con asunción práctica de responsabilidades, poco usual pero dignificante.
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