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La masculinidad suprimida

2 de Febrero del 2018 - Pedro Mieres Barredo

"Mi vestido es superfeminista", son palabras de una de las presentadoras de las campanadas de medianoche. No sé si la misma afirmación ("mi traje es supermasculino") dicha por alguien del otro género sería admitida sin que se le adjudicase una connotación lo suficientemente negativa como para que muchos frunciesen el ceño, y llegados a esta confluencia de caminos habría que preguntarse si la masculinidad, como cualidad de lo masculino, sigue existiendo y se puede manifestar públicamente, o si por el contrario cualquier situación que la implique, directamente o no, estaría condenada a su inmediato descrédito, y en este momento no podría recordar ninguna conducta o actividad que se reconozca como masculina, se acepte como tal y se pueda airear sin riesgo; mientras que al otro lado del cauce, en la ribera opuesta, sucede justamente lo contrario y la presentadora del Año Nuevo manifiesta con una satisfacción bien clara y alta el género al que pertenece su forma de vestir.

Macho designa a las bestias que no son hembras pero se ha asociado tanto a lo masculino que puede dar la impresión de que ambos vocablos son equivalentes, y su acepción más peyorativa, machismo, designa a los que se comportan como tal, pero su utilización se ha generalizado en la misma proporción que se ha degradado su significado y ha solapado al concepto original de lo masculino, que incluye lo varonil entendido como cualidad y que de esta manera se suprime, aunque el término se admite y se usa como elemento diferenciador a la hora referirse a una actividad que coexista con la misma del otro género (un equipo deportivo masculino y otro femenino) pero da la impresión de que la masculinidad entendida como característica positiva ha sido excluida desde hace tiempo y tratar de utilizarla con ese matiz cualitativo, y por lo tanto con vinculación positiva, refiriéndose a una forma de vestir o de comportarse o bien a cualquier tipo de obra realizada, sea de arte o no, y que pueda transmitir a los ojos de alguien un fuerte contenido o un toque masculino sería automáticamente equiparada a machismo y esa es la razón, supongo, de su extinción, porque en este momento al género masculino sólo le quedan dos opciones, una sería la ya mencionada, es decir, mantener y utilizar el vocablo con su significado original y a contra corriente, igual en la calle que en el ámbito laboral o doméstico y en lo que afecta tanto a gestos como en diálogos cotidianos y aceptando las consecuencias que de ello se deriven (ser tildado de machista) o bien, y sería la segunda opción, acercarse a la femineidad o definitivamente feminizarse para evitar la descalificación, y no sé si esto tiene algo que ver con el pensamiento único, me temo que sí, y entre ambas opciones no habría solución de continuidad, quedaría una zona sin uso, una tierra de nadie que nadie podría invadir porque pertenecería a un área de seguridad que no permitiría ninguna ocupación o asentamiento.

La Real Academia de la Lengua va incorporando términos o palabras que la calle utiliza al mismo tiempo que retira las que caen en desuso. Si el vocablo masculinidad ya no se usa la pregunta sería ¿por qué se conserva? Su vigencia se limita al diccionario y no quedan ámbitos o conductas en las que pueda ser declarado, y el argumento de que al ser la sociedad mayoritariamente masculina en cuanto a protagonismo, la masculinidad se sobrentiende y se considera implícita y a partir de esta supuesta implicidad no existiría la necesidad de proclamarla, se podría aceptar siempre y cuando se respete la opción de que si alguien la quiere manifestar expresamente y de una manera abierta no sea lapidado. En algunos ámbitos de la información, cuando ocurre un accidente se comunica el número total de víctimas y se especifica el que corresponde a mujeres y niños, siendo necesario tirar de calculadora para conocer el número de víctimas/hombres, es decir no se nombran porque su número y género se consideran implícitos (son el resto y son hombres) o porque son víctimas menos dolorosas. Y así la innombrable masculinidad en nuestra vida de cada día no tendría nada que ver con la supuesta implicidad sino con un secretismo derivado de evitar mencionar lo que se considera inconfesable, lo masculino, que hermanado al machismo sería el adjudicatario exclusivo de la maldad, de la que el otro género queda limpia, como si la reiteración en la asignación de un atributo negativo a uno de los géneros lo excluyese automáticamente en el otro. Y mientras todo esto ocurre, el hombre, único responsable, se ha creído el embuste y continúa alelado mirándose la bragueta, a cremallera abierta, a ver si el pajarito sigue ahí y esperando a que Catherine Deneuve o Brigitte Bardot (¡siempre Francia!) acudan, ya lo han hecho, a socorrerle.

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