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Por el río fui, residuos cagí

19 de Febrero del 2018 - JOSE LUIS PEIRA (OVIEDO)

Se ha podido ver la imagen estos días, y ojalá se convierta en un clásico recurrente para el futuro. Un consejero de medio ambiente, dando ejemplo, en la rivera fluvial con un cámara certificando a treinta centímetros, ataviado él para el trabajo de campo con una gabardina de marca y zapatos caros recogiendo muestras de la mucha basura que queda en las orillas con escrupulosos deditos en pinza y arrojándolos con desprecio de nuevo al río, su lugar natural, según el mentecato.

Que pazguato, -dice una amiga mía -encima consejero de medio ambiente, se nota que nunca ha bajado ni siquiera la basura de casa. Un caradura y un niño pera que no sabrá ni cuándo ni cómo se recoge el reciclaje su urbanización.

Así están las cosas. La escenita, una perfomance de esas que a los políticos se les ocurre para rellenar un domingo y que no nos olvidemos de ellos, va más allá del ridículo que tal ser humano hizo. Nos podemos echar unas risas y compartir el video, pero el drama va mucho más lejos. Es el epitome de la clase política de esta nación de naciones, o como se diga. Aquí un amigo, Manolo, o Manoli, le ponemos en Medio Ambiente o en Industria, Sanidad o Turismo, no tiene ni remota idea pero es de los que no se menean en las fotos y en los congresos del partido da unos abrazos de rechupete. Es lo que tiene ser el ocho de una lista.

Hay quienes dicen que para desempeñar un cargo no es necesario ser un profesional del ramo que se desempeña, que basta con ser buen gestor. Estoy de acuerdo hasta cierto punto, quien puede lo más, puede lo menos, quien ni siquiera tiene, a las claras, una mínima sintonía intelectual con el área que se gestiona no puede ser habilitado para ello. No ha de valer al ciudadano que fulano o mengana sean leales a las siglas, se exige más. En el caso citado, que no se muera de vergüenza por el bochorno y se arroje él al río para expiar su incapacidad y encima saque pecho y se ponga flamenco no es más que el producto de la conciencia tranquila que da la soberbia y el hábitat de ese mundo aparte que se fabrican en el que las nubes huelen a lomo de ángel y los gatitos mean gominolas. Lo vemos a diario en los casos de robo, como para no sentirse en paz con los asuntos de incapacidad manifiesta.

Por cierto, y para que nadie se me confunda, esto reza para absolutamente todos los partidos que conozco en España. Debe de ser que el sistema provoca esto, no lo sé. Sospecho que en los aparatos partidarios priman para el escalafón las familias por encima de las capacidades, así estás mejor situado si eres un Pérez, un decir, que si hablas cuatro lenguas y trabajaste en algo concreto durante veinte años y has escrito tres libros blancos de referencia sobre el asunto.

En estos días se habla en las barras de las tabernas si convendría ponerse la edad mínima para votar en los dieciséis años, apelando a teóricas inmadureces al respecto producto de la edad. A mi modo de ver, y a la vista del criterio que tenemos en este país para votar, tanto da si la edad la sitúan en los dieciséis, como en los doce o hasta en los cuatro. Y eso es lo que me preocupa.

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