Captadores de almas
El sofisma comunicativo, la posverdad, el realismo mágico, forman parte transversal de la nueva modernidad estilística del discurso político. La apelación a lo sensorial, como captación de almas, sin rastro de argumentación cercana al posibilismo político está patente en cualquier comunicación partidista. Al adversario político se le ve como un peligro para la propia subsistencia de la organización; un ladrón de votos cuya representatividad ciudadana queda fuera del pensamiento democrático, sólo se introduce en el discurso como un recurso formal y banal, casi nunca como aportador de ideas para el desarrollo del bienestar.
Es prácticamente imposible, para una persona alejada de la diversidad informativa, llegar a configurar una idea aproximada de lo que realmente ocurre en su entorno inmediato; mucho menos cuando el radio de acción se aleja del conocimiento próximo. Vivimos en un mundo globalizado e informatizado a la vez que desinformado. La información real, como el flujo de capitales y sus derivas, está en manos de unos pocos, de aquellos que fabrican estados de opinión o limpian y dan esplendor a la imagen pública de sus acreedores. Todo está mediatizado por el capital sin riesgo relacionado con la unidad de tiempo y la fundamentación amoral. El fin en el reparto de dividendos justifica cualquier medio despótico, tanto político como fáctico.
Lo sustancial de esta confluencia interesada de hechos basados en la supremacía del poder económico, no difiere mucho del periodo absolutista. Ahora la Ilustración tiene multitud de rostros, se identifica en los consejos de administración de las grandes sociedades mercantiles coaligadas con el poder político. El concepto ciudadano queda ligado a la mecánica productiva y el consumo hasta convertirnos en seres dependientes, súbditos de la cuenta bancaria. Una vez conseguido el objetivo alienante, la filiación política viene determinada por el miedo egoísta, al margen del bienestar generacional más próximo.
La gran equivocación de la Ilustración actual es la prepotencia y la insaciabilidad. No tienen medida; aprietan la soga económica hasta el estrangulamiento salarial y social. La provocación política a través de la mentira, corrupción, leyes que invitan a la miseria salarial, subida despreciable de las pensiones, falta de ética política, intervencionismo judicial, leyes coercitivas sobre la libertad de expresión y manifestación, etcétera, dan pie a la radicalidad. La clave del desarrollo social está en un mejor reparto de la riqueza y más democracia.
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