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EL SÍNDROME DE LA DERECHA

8 de Abril del 2018 - José María Pérez Rodríguez

Hace algún tiempo un renombrado comentarista de la prensa nacional afirmaba en uno de sus artículos que “la derecha es indivisible, y sólo un entomólogo paciente puede describir sus diferencias morfológicas”, y que “la pasión es muy fuerte y no mide la verdad”. En unos párrafos posteriores, el articulista atribuía a la derecha el sambenito de “franquista”, como una de las lacras más arraigadas de los españoles, con lo cual el argumento inicial se convertía entones en un sofisma y perdía toda validez, porque si aseveraba lo que afirmaba, ¿era tan imposible “deslindar sus diferencias morfológicas…”? Algunos llamados “líderes políticos” vuelven hoy con la misma retahíla.

No hace falta la paciencia de un entomólogo para realizar ese deslindamiento, sino tan sólo un poco de buena voluntad y un higiénico deseo de hacer este pais más habitable. No hay por qué negar validez a los conceptos “derecha” e “izquierda”, pues quienes aspiran a su abolición –los ultras de ambas locuciones- suelen ser los más desaforadamente extremistas, porque se puede seguir hablando, sin ira de ninguna especie, de “derecha” e “izquierda” en términos orientativos, sin necesidad de invocar a los personajes más dictatoriales y deleznables del pasado siglo, e incluso del presente, y no cito nombres, por si alguien se molesta.

Es perfectamente posible creer en la existencia de una derecha civilizada y democrática, y gratifica comprobar cuando se viaja por Europa que los términos “derecha” o “conservador” han perdido esa connotación tan peyorativa que todavía tienen en España hoy, cada vez con más virulencia, asociándola a la opresión de los más débiles, al capitalismo más salvaje o a los señorones de puro y chistera… Porque nadie puede negar, sin anteojeras, que en este pais existe una derecha civilizada y democrática, que ha dejado de ser rehén de conductas ultramontanas y se enorgullece, y secunda, de las conquistas sociales logradas desde el izquierdismo. Seguir asociando, como hace toda la izquierda, a nuestra derecha con el “legado genético” del franquismo, se antoja como una mentira grosera y, lo que es peor, como un recurso facilón para azuzar nuestro cainismo ancestral y troglodita. Es cierto que a veces nos tropezamos con comportamientos que hieden a derecha prehistórica (más o menos los mismos que atufan a rojerío fiambre), pero la misión de un comentarista político -y hay bastantes en nuestros días- debe ser denunciarlos con pruebas y con la vista clavada en el futuro, porque el pasado no hay quién lo mueva, ni con leyes de memoria histórica ni con plumas cargadas de odio y revancha, no interpelando los bajos instintos que pretenden identificar a la derecha con el mismísimo Barrabás…

Mientras no amaine nuestra pasión y no aprendamos a “medir” y defender la verdad, decir “derecha” será como pronunciar un anatema, y de ahí, ese síndrome patológico o complejo de inferioridad que acomete a muchos conservadores, a quienes declarar su filiación ideológica les produce más miedo que a un cristiano reconocer su fe en tiempos de Nerón… ¿Hasta cuándo va a durar esta farsa casposa y desfasada? Porque ya es hora de contestar y de dar respuesta comedida y ajustada a la verdad. Han sido 40 años de imposición de los “valores” de la izquierda y del separatismo, sin que nadie haya dado contestación necesaria, completa y sin medias tintas a este largo periodo que viene desde la Transición, en el que la izquierda y el separatismo han impuesto sus ideas, en educación, sanidad, régimen autonómico territorial, ideología de género, cultura, y un largo etcaetera, y proscrito las contrarias, y a la situación política actual hay que remitirse.

Hay una clave, una raiz, en el lamentable fracaso del sistema alumbrado con la Transición. Una “gran mentira madre”, a la que España debe dar respuesta ya, si quiere poder mantener una democracia en el futuro como fórmula de convivencia. Esa mentira madre es la falsa verdad asentada socialmente, hasta impuesta legislativamente en la Ley de Memoria Histórica -más la próxima corregida y aumentada que ya está presentada en el Congreso de los Diputados-, de fundamentar la legitimidad del “régimen” nacido en 1978 en el de la II República, y no en el del real y legal del que procede. Esa gran mentira histórica es la que está emponzoñando todo, la que, al dotar de legitimidad “moral” a la izquierda y al separatismo, nos ha colocado, otra vez, en una situación muy delicada y similar a la Revolución de 1934, y lo que vino después. O la democracia española se refunda y fundamenta su legitimidad y su punto de partida donde debe, o volveremos a las andadas. Sería lamentable. E imperdonable.

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