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SUPREMACISMO DE GÉNERO: ¿AGRESIÓN PRIMITIVA?

31 de Marzo del 2018 - Manuel J. Moreno

“Nuestra consciencia civilizada se ha separado de los instintos, pero los instintos no han desaparecido; simplemente, han perdido el contacto con la consciencia.”

Carl Gustav JUNG

Tras la mediática jornada del 8 de marzo (2018), masivamente participada y celebrada por las mujeres españolas, me pregunté si habría alguna nota o apunte que valiese la pena traer a colación, una reflexión que alcanzase algo más allá de lo obvio para cualquier inteligencia media y medianamente desprejuiciada, esto es, que a cualquier mujer le corresponden por derecho natural las mismas oportunidades y prerrogativas que a un hombre.

Me detendré por tanto en algunas de las oscuras sinrazones que a mi entender han sostenido históricamente las interesadas diferenciaciones que indignan y ofenden, con toda razón, a las mujeres (y a muchos hombres, por descontado).

Tras el supremacismo de género a favor del hombre, legitimado a través del tradicional modelo o sistema patriarcal, se traslucen el miedo y el odio, emociones que amparan y sostienen muchas de nuestras sesgadas formas de pensar, a menudo delirantes, que no persiguen sino el acomodo y beneficio del hombre, a costa de una sospechosa y nada inocente insensibilidad respecto del esfuerzo y el sufrimiento cotidiano que conlleva el papel secular de la mujer en las sociedades patriarcales.

En las capas colectivas o impersonales de la mente humana se disuelve toda diferencia de género, por una razón que resulta fundamental: lo psíquico es básicamente andrógino, encerrando en una misma totalidad anímica, rasgos y dinámicas características de los dos sexos, ánima y animus (Jung).

Es el ámbito mítico de lo originario: el uróboros (E. Neumann), lo inconsciente indiferenciado de donde arranca todo, la plenitud potencial en la que se gesta el desarrollo de lo humanamente posible.

En mi opinión, detrás de las diferenciaciones de género no hay otra cosa que egoísmo, envidia, miedo y odio larvado. Un pernicioso afán de control y dominio del otro (sentimientos de inferioridad), y en definitiva, estrechez e insensibilidad hacia el sufrimiento ajeno. Impulsos, sentimientos y actitudes que proceden de las primitivas estructuras de nuestra mente, donde opera la sombra o parte inferior de la personalidad, el simio que aún habita vigoroso en el humano civilizado, a muy poca distancia de las delgadas y superficiales capas de la cultura, un factor anímico que participa de no pocas piezas del rompecabezas evolutivo que nos configura.

Son precisamente dichos complejos estructurales ignorados por la persona media, y por ello inconscientes, los responsables últimos de actitudes y comportamientos que nos asombran y desgarran colectivamente cada día, conductas en las que afloran instintos de agresión primitivos (en sus múltiples variantes): estrategias ventajistas, desconsideraciones de todo género, lapsus lingüísticos de toda clase y condición (rastreables en personalidades públicas, casi a diario)…, y que dejan entrever los verdaderos móviles (emocionales y motivacionales) que se ocultan tras una cuidada y trabajada máscara social de civismo, que nunca logra del todo eludir los incandescentes escombros del peligroso elenco de impulsos y agresivas pretensiones que el homínido superviviente que mora en nuestra psique primitiva, aplica en su entorno social inmediato siempre que tiene oportunidad e inmunidad para ello.

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