Pantalones cortos
La más absoluta bofetada sobre la verrugosa cara del cura. Estalló plácida como vísceras rotundamente aplastadas. Tocón de juveniles cuerpos, de cortos pantalones inocentes, pausado tanteador simulante de oscuras posibilidades, teclista persistente de tocamientos obscenamente alados. ¡Qué gozo sentido, qué acorde de gloria, qué ebriedad sublime!
Las picudas losas de gigante ajedrez besaron sus rodillas, y el, oh Dios, oh Dios, oh Dios, abrazó columnas y altares mudos. La talla policromada le miraba con vidriosos ojos acusadores mientras la vieja iglesia rezumaba un moho verde infierno.
Del cimborio ondulante descendió la purificante estola violeta buscando la impetración del consagrado cuerpo poseído mientras ingrávidas lenguas de fuego hacían burlas sacrílegas.
El látigo de voz profunda sonó súbito sobre el cuerpo postrado: “en nombre de Jesús, Satanás, vete”. Fueron alas mis pies y hui hacia las doradas trenzas de la niña Rosa que siempre espera; y la toqué profundamente en el ahí no de todas las niñas.
Sentí el calor de las catedrales incendiadas y olí infiernos, y la música de los órganos abiertos sonaba en el lago de azufre.
Pisé todos los charcos del mundo porque en ellos vi el rostro de todos los falsos dioses del mundo que mis pantalones increían, y alguien gritó, que no vi, que eran el gran engaño del mundo.
Recibí el castigo de mis padres, no sé si por el cura o la niña.
Luis Alberto González Casado
Oviedo
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