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RENFE: Un tren de valores... que te puede dejar tirado

17 de Noviembre del 2008 - Juan Carlos Menéndez Mato (Madrid)

Bajo el título «Renfe: Un tren de valores» anuncia la web de Renfe algunas de las cualidades con que este medio de transporte e institución tan nuestra sorprende a sus usuarios. Pero para sorpresas la más tristemente alucinante vivencia que me ha tocado vivir el 2 de noviembre de 2008 en el tren Alvia Gijón-Madrid de las 18.15, en el vagón 8, plaza 04C, que poco o nada tiene que ver con los valores que enarbola Renfe, sino más bien con la más flagrante violación de ellos.

Tras haber pasado el día de difuntos con mi familia en Gijón, retorno a Madrid, donde trabajo como profesor de Derecho Civil en una de sus Universidades, cansado y cargando con mi compañera de viaje: «Mela», una gata abandonada rescatada de las calles hace ya siete años, dentro de su jaula y con su pertinente billete de tren (con un coste de 23,45 por cada trayecto de ida o de vuelta).

Al poco de salir de Gijón, la viajera del asiento de al lado, amablemente me comenta que tiene alergia a los gatos y que va a intentar cambiar de plaza, a lo que le respondo que lo siento y que estoy seguro que no habrá problema, pues el personal de Renfe es muy amable. Al rato ocupa la plaza de la chica un nuevo pasajero con los cascos conectados a la radio de su teléfono y disfrutando en directo del partido del Sporting-Numancia.

Minutos más tarde acude a mi plaza uno de los miembros del personal del tren que resultó ser el interventor quien, tras comentarme lo acaecido e informarme que todo está arreglado gracias a la amabilidad del nuevo pasajero, me pregunta si conozco la normativa vigente respecto al transporte de animales domésticos.

A ello le respondo que sí, que sé que deben ser transportados en un habitáculo o jaula especial (como en el que yo portaba a «Mela») y que debe comprarse un billete específico para ellos (justo como el que yo tenía). Inmediatamente me comenta que en casos como el presente en los que el tren está completo, en cuanto interventor de Renfe tiene la facultad de obligar a bajarme en la primera parada que efectúe el tren. Tal vez por mi deformación profesional o por lo duro de la medida, se me ocurre preguntarle la normativa en que se recoge tal regla y que me gustaría verla por escrito.

¡Maldito el momento en que ejercí mi supuesto derecho a la información!

Al instante me comenta, elevando el tono, que no me va a dar nada por escrito y que además en la próxima parada (por suerte Oviedo, y no León o Valladolid) estoy obligado a dejar su tren.

Mi reacción tras la inicial estupefacción fue la de informarle, mientras el cogía mi número de DNI y yo le pedía su número como interventor del tren, que no me bajaría voluntariamente pues no había causa para ello. Continúo en mi asiento y al llegar a Oviedo suben dos de los vigilantes de la estación con el fin de hacerme bajar, y acto seguido una pareja de la Policía Nacional. Estos últimos, tras hablar conmigo y luego en otro vagón con el interventor del tren, no les queda otra opción que obedecer al funcionario de Renfe en cuanto máxima autoridad del tren, por lo que se ven forzados a obligarme a bajar del tren a mí, a «Mela» y a mi equipaje, al mismo tiempo que trato de resaltar el atropello que se está cometiendo.

La reacción del resto de pasajeros del vagón fue divergente, un caballero que venía desde Gijón y presenció en directo todo el incidente no podía salir de su asombro al tiempo que me decía que debía plantarse todo el pasaje del vagón para evitar que me expulsaran. En cambio, una señora de sombrero que en ese momento estaba subiendo al tren en Oviedo, al ver a la Policía Nacional, comenta que por qué no se arregla el asunto fuera del tren.

En definitiva, fui obligado a descender del tren Alvia en Oviedo con mi equipaje y mi gata, con mis billetes, el mío y el de mi gata, perfectamente en regla, acompañado en el andén de la estación de cuatro policías nacionales y otros cuatro vigilantes jurado como si fuese un terrorista o un narcotraficante que llevase a su gata llena de droga, y todo por la única y exclusiva decisión de un sujeto que por trabajar de interventor en Renfe dispone de la omnipotencia de expulsar a cualquiera de su tren.

Esto es así, ya que, al margen de la hipotética validez de una norma o condición general como la esgrimida su posibilidad de hacer descender al dueño de la mascota que en otro foro se debatirá, resulta evidente que al estar subsanado el problema y no existir el supuesto de hecho de aplicación de la norma la viajera alérgica había sido ya cambiada de vagón, la humillación y consiguiente vejación ocasionada al viajero al hacerle descender delante de los demás pasajeros rodeado de policías y vigilantes ha sido totalmente gratuita e innecesaria.

Obviamente huelga decir que nada más salir de la estación de Oviedo fui gentilmente acompañado por una de las parejas de policía nacional hasta la comisaría, en donde formulé contra el susodicho interventor de RENFE la consiguiente denuncia por las vejaciones y humillaciones que por su exclusiva falta de profesionalidad y actuación totalmente arbitraria me vi constreñido a soportar. Y no sólo eso, me vi obligado a comprar dos nuevos billetes a los que no se aplicó el descuento de poseer el billete de ida para regresar a Madrid al día siguiente junto a la gata.

Comencé titulando el presente artículo como RENFE: Un tren de valores, y la verdad es que hasta este incidente lo había representado también para mí, espero que cuando RENFE adopte las medidas oportunas frente al citado interventor por su tren de despropósitos y abuso de poder pueda seguir empleando legítimamente este bello eslogan.

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