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El actual absurdo de los concursos públicos de arquitectura

15 de Diciembre del 2010 - Miguel Bretón Fernández (Avilés)

Una nueva «enfermedad» se expande en una profesión ya tan vilipendiada y descuidada como la del arquitecto y, lo que aún es más grave, en su traducción física en el urbanismo y arquitectura de las ciudades que a todos afecta: lo barato siempre sale caro, dicen los más sabios.

Si en el pasado los problemas eran otros, con adjudicaciones a dedo o clamorosos tongos, ahora el vil dinero se ha adueñado de la situación. Y si no, hago una pregunta: ¿cómo se puede ofertar una rebaja de honorarios del 60% respecto a la inicial por un trabajo que ya es barato, por lo que sale a concurso de por si, y se acepta por ser considerada la oferta económica más ventajosa? ¿Cómo la administración pública puede permitir semejantes bajas temerarias? ¿Cómo nos quedamos los que aún respetamos y defendemos el oficio del arquitecto y, por ello, nos ajustamos a lo que creemos que en conciencia vale nuestro trabajo? Porque gastos hay y muchos .¡Ni qué contar de la responsabilidad! Las cosas tienen su precio. Aunque esto no es lo más grave

El liberalismo económico radical ha traído a nuestro presente estas tragedias y, ahora, le llega a la arquitectura de pleno. Ante un panorama tan devastador como el que vivimos, muchos de nuestros colegas caen en la trampa más fácil: si oferto a precio de ganga, ganaré y al menos podré trabajar y subsistir. Así, ni pan para hoy y ni qué decir para mañana. ¿Es comprensible que algunos compañeros actúen así? Quizás, aunque el fin nunca justifica los medios.

Es una vergüenza que pueda darse un absurdo como éste: en un reciente concurso público de viviendas, de los 150 puntos totales, 100 correspondían a la oferta económica; 50, a lo en realidad es importante, al proyecto arquitectónico. No hay que ser muy listo para saber que un buen proyecto no sólo repercute mejor en la sociedad y en las personas que la forman, sino que abarata los costes y hace que los honorarios profesionales sean una mera anécdota cuando las cosas se hacen bien. O lo que es lo mismo: no es muy recomendable que para ahorrar 3 pesetas al principio, acabes gastando 10 o más, es una estupidez brutal, una aberración lamentable. A modo de curiosidad, en este concurso se llevó el gato al agua la oferta más baja. Le deseo suerte a la campeona, la va a necesitar. Hay cosas que tienen su precio, nadie da duros a pesetas. Y esto hay que decirlo, esto hay que denunciarlo porque los hay que aún recordamos la cara que puso la secretaria cuando abrió la plica con esa oferta en concreto. Algo muy parecido ha sucedido, hace muy poco, en una villa marinera asturiana. Y claro luego vienen los lloros de la precariedad en la profesión. Así no, compañeros, así no.

Si la ley hay que cambiarla, que se haga porque del buen urbanismo y la arquitectura de calidad se benefician todos, y es muy triste que el señor don Dinero sea el dios que todo lo mueva hoy, ese dios falso y de humo, un dios que nos ha traído la ruina palpable en la actual crisis financiera y lo que nos queda por llegar. Y es que el dinero es el combustible de la más execrable hipocresía.

Con estos mimbres, se presenta una cuestión curiosa: ¿será la oferta económica más barata la mejor arquitectura? ¿No es un tanto repugnante que el trabajo y el buen hacer estén por detrás de algo tan facilón y pútrido como tirar los precios? ¿No es escandaloso que una ley avale esto? Hay muchos estudios, muchos arquitectos, que usan su tiempo, su esfuerzo y su trabajo en realizar buenos proyectos para que, de un plumazo, un concurso se otorgue a la oferta más barata. El absurdo más absoluto: si Camús levantase la cabeza, marchaba corriendo

¿Propuestas? Cambio de la ley, que imposibilite rebajar la oferta inicial por temeraria, pues a lo sumo se podría subir adjuntando un proyecto que lo avale. Modificar la oferta al alza en pro de un mejor proyecto si se diese el caso. O lo que es lo mismo: valorar la propuesta arquitectónica por un jurado cualificado y avalado, y buscando siempre el bien de la sociedad, no de unas arcas públicas que van derrochando euros en auténticas majaderías y dejando de lado lo que de verdad importa.

Si la arquitectura y el urbanismo son meros escenarios para el arte de vivir, dejo una frase para los que duden de sus beneficios para la sociedad: «Puedes matar a un hombre lo mismo con un edificio que con un hacha» (Heinrich Zille).

Tiempos mejores han de llegar, si es que esta sociedad quiere progresar.

Miguel Bretón Fernández, arquitecto, Avilés

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