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Don Jesús Neira, un hombre bueno y sabio

8 de Febrero del 2011 - Fernando Martínez Martínez y José María Montes Presa (Oviedo)

A don Jesús Neira se le podía aplicar lo que Antonio Machado dijo de sí mismo: que era un hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno. Lo conocimos en lo que en aquel tiempo llamábamos la Normal ( por lo de Escuela Normal de Magisterio) , ahora Escuela Universitaria del Magisterio, donde junto a nuestra admirada Charo Piñeiro, que luego sería su esposa, era uno de los grandes pilares del claustro. Era el curso 1966-1967. Fue nuestro profesor de Lengua Española en primer curso y de Historia de la Literatura Española en tercero.

Era mesurado, pausado, discreto. Explicaba con claridad, con fluidez, sin estridencias, sin levantar la voz. Era también exigente en su justa medida. Tenía una manera de dar la calificaciones de los exámenes parciales muy peculiar, y con ella sacaba el máximo partido didáctico y pedagógico de la evaluación. En esto era un adelantado a su tiempo. La cosa consistía en que iba preguntando a cada uno qué calificación pensaba que tenía, y luego daba la suya. A veces la diferencia entre la que el alumno se atribuía y la que había puesto don Jesús era grande y entonces una risa general más o menos contenida venía a relejar la tensión del momento. Después repartía los exámenes y hacía que cada respuesta fuera leída por el alumno que mejor la había desarrollado. Así cada uno podía comparar lo que había escrito con lo que estaba oyendo y veía sus errores y lagunas; y, además, premiaba al que se había esforzado propiciando su momento de gloria ante los compañeros.

En las clases de Literatura matizaba sus afirmaciones con expresiones como «en parte», «en cierto sentido«, «de alguna manera», «en cierto modo»… Tal vez porque, sabio como era, estaba convencido de que en el arte de entretejer estos símbolos, que diría Borges, existen pocas verdades absolutas. Recordamos, no obstante, una única ocasión en que, hablando de un poema de Campoamor, dijo algo así como: «Hombre, tener que recurrir a Diocleciano y a Salerno para que le rime con verano y con invierno… eso es realmente malo». Claro que inmediatamente, y ante la reacción de la clase, se apresuró a decir que no todo lo de Campoamor era malo. Al salir de la clase los dos firmantes convinimos en que muy malo debía de ser cuando lo dijo con tanta rotundidad. Cuando uno de nosotros se lo recordó años después dijo que a un poeta hay que juzgarlo por el conjunto de su obra y que Campoamor tenía mucho de bueno en la suya y como ejemplo puso esa cuarteta que, a fuerza de repetida, ha pasado al acervo popular: «En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira. / Todo es según el color / del cristal con que se mira».

Terminada la carrera, y por diversos motivos, nos acercamos a la obra de nuestro profesor. Así conocimos su libro «El habla de Lena», tesis doctoral dirigida por Dámaso Alonso y calificada con sobresaliente. Nos encantó el libro. Más que un libro sobre la variedad del habla en dicho concejo es toda una antropología cultural del ambiente rural lenense. Y esos objetos y esas actividades del concejo de Lena que Neira tan bien describe en su libro, a veces acompañados de primorosos dibujos, también habían configurado nuestra infancia en el concejo de Siero. Valoramos como un gran acierto el que el RIDEA lo reeditara en 2005 al cumplirse los cincuenta años de su publicación, dado que el anterior estaba totalmente agotado. Nos dio una gran alegría.

Después conoceríamos «El bable, estructura e historia», que editó Ayalga Ediciones en 1976… La salida del «Diccionario de los bables de Asturias», que escribió junto con Charo Piñeiro, casi coincidió con un homenaje que los alumnos de nuestra promoción les hicimos. Pocos días después fuimos con sendos ejemplares a visitarlos para que nos dedicasen el libro. No fue la única vez que pasamos por su casa. Era un placer conversar con los dos, de lengua, de geografía, de historia o de lo que fuera.

Don Jesús siempre mostró su admiración por Ramón Menéndez Pidal, el gran maestro de filólogos, que murió cuando estábamos en tercer curso. Al reanudarse las clases tras el luto nacional decretado, nos comentó un chiste de Mingote en el que aparecía el Cid a la puerta del Cielo y le decía a don Ramón: «Ahora vamos a hablar tú y yo de nuestras cosas».

Ahora don Jesús se ha ido para siempre. Si nosotros tuviéramos el talento de Mingote dibujaríamos una viñeta en la que se viera a la puerta del Cielo a Menéndez Pidal, a Alarcos, a Dámaso Alonso y a todos los grandes lingüistas que fueron sus maestros o sus compañeros. Los dibujaríamos con caras de enorme satisfacción, y en un bocadillo atribuido a don Ramón en representación de todos ellos escribiríamos: «Nos enteramos de que estabas en camino y hemos salido a darte la bienvenida».

Es una gran pérdida. Para su familia y para todos los que le apreciaban, nuestro más sentido pésame.

José María Montes Presa y Fernando Martínez Martínez.

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