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Aprendices de la Fábrica de Trubia (1982-1984)

26 de Abril del 2009 - Daniel López García (Oviedo)

Era el mes de marzo de 1982 cuando cuarenta chicos, casi imberbes, se encontraban en un patio, alrededor de una fuente, con miradas perdidas, desubicados, fuera de sitio. Se había reabierto la escuela de aprendices de la Fábrica de Trubia, y estos chicos habían realizado el esfuerzo, habían tenido la suerte o llamémosle fortuna de haber superado una prueba y de pasar a formar parte de la prestigiosa escuela de aprendices.

Fueron casi tres años de miles de anécdotas, con las cuales se podría escribir un libro, anécdotas con una profesora de Inglés y un profesor de taller, con verdaderos profesionales del arte de copiar en los exámenes, con momentos de risa y momentos de pena, como fue el ver cómo algunos de los que empezaban nos tenían que abandonar por diversos motivos. Fue un tiempo en el que aquellos chicos se hicieron hombres, se hicieron obreros de la fábrica, y un tiempo, en definitiva, donde tocó ayudarse, donde la camaradería estaba a flor de piel y donde la palabra "compañero" alcanzaba su máxima expresión.

Después de cientos de avatares y de que, como comentaba anteriormente, algunos se quedaran por el camino, entramos a trabajar en la fábrica, era para nosotros el objetivo cumplido, era el deseo por el que habíamos luchado los últimos años, y aquel momento en que entrábamos en la oficina de personal, de un modo u otro, todos lo habíamos soñado, y hoy, cuando recuerdo aquel momento, todavía adivino aquellas miradas de satisfacción, aquellos guiños de complicidad, aquellas sonrisas, aquellas preguntas: "Y a ti, ¿dónde te tocó?". "A mí, cohetes". "¿Y a ti?" "Yo voy para municiones", talleres que hoy, por desgracia, se adivina que no volverán a recibir nunca más aprendices.

Áquel fue el punto de inflexión, fue la separación definitiva del grupo, cada uno se fue a un taller, y el grupo como tal se disgregó. Hubo algunos años en los que coincidíamos algunos en alguna comida de aniversario y era donde aprovechábamos para ponernos al día, fulano se casó, mengano cambió de piso, etcétera...

Más tarde, unos se fueron a, lo que entonces, era Ensidesa, otros a Du Pont, en fin nos perdimos la pista.

Ahora, después de 25 años de aquel momento en que entramos en la fábrica, aquellos chicos se han convertido en hombres, muchos de ellos han alcanzado puestos de responsabilidad en distintas empresas, abundan entre ellos los ingenieros, pero también hay algún economista, algún licenciado en Ciencias Políticas y hasta algún psicólogo, prueba evidente de que aquella formación que recibimos no se circunscribía a formarnos como obreros, sino a formarnos como personas.

Quiero con esta carta rendir homenaje a esa Fábrica de Trubia que tanto nos ha dado, pero también reivindicar esa escuela de aprendices que nos ha formado como hombres, como personas. Quiero agradecer a esos compañeros, a esos profesores, a esos obreros que nos tutelaron su esfuerzo, su dedicación y, sobre todo, que de un modo u otro hayan podido hacer realidad ese sueño de cuarenta chicos de poder decir con orgullo: "Yo he sido aprendiz de la Fábrica de Trubia".

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