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Cinco años sin los Brooklyn

19 de Febrero del 2012 - Rubén Franco González (Pola de Siero)

Me he dado cuenta que ayer era 18 de febrero, y que, por tanto, ya han pasado cinco años del cierre de los Cines Brooklyn de Oviedo, hoy convertidos en un supermercado. Cosa de los tiempos, supongo. El caso es que desde los ochenta era espectador de esos cines, y el domingo 18 de febrero de 2007, quise asistir a su clausura. Es más, quise hacer el acta de defunción, y me convertí en el último espectador en salir de la última película en la última sesión de ese domingo de hace cinco años. Tras décadas colmando de ilusiones a los espectadores que nos acercábamos a ese rincón de General Zubillaga, puedo decir que fuí el último espectador de los Brooklyn (evidentemente, después de mi lo hicieron los trabajadores del cine). Ya lo había hecho dos años antes con los Clarín, también de la Cadena Clarín. Exactamente, el domingo 31 de octubre de 2004 con la película "Roma" (2004, Adolfo Aristaráin). Después cerrarían los Hollywood de Gijón, y hoy día, todavía nos quedan los Centro de Gijón y los Marta de Avilés (estos últimos los únicos de Asturias si exceptuamos las programaciones del Filarmónica y el Teatro Prendes de Candás-, a los que se puede decir voy al cine y no zamparte un centro comercial repleto de tiendas de ropa y demás entretenimientos consumistas).

Ahora que se acerca la gala de los Oscar y sabremos cuál es la mejor película del año para la Academia, tengo que decir que los Brooklyn cerraron con "Infiltrados" (2006, Martin Scorsese), la que hace cinco años recibió el Oscar a mejor película, y también su director por primera vez (este año también suena en las apuestas por su "Hugo", que disputará el premio con "The Artist", aunque no habría que olvidar la estupenda y fordiana, amén de spielbergiana, "War Horse").

¡Cinco años ya! ¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue ayer cuando le decía a la taquillera de los Brooklyn (el mierense Alfredo González tiene una canción dedicada a esa figura) aquello de una para la dos o ya en los últimos años multisala, dos para la siete.

Me he criado en las barbas de los cines Brooklyn (y de tantos otros cines ovetenses desaparecidos). El hecho de pasar por delante y ver los fotogramas de la película te hacía salivar cual perro de Pauvlov. Era afortunada también el hecho de ir caminando y espontáneamente entrar en el cine. Y de tomar algo después de la película, bien para pasar el trago, bien para serenarse y asimilar lo que se ha visto.

He estado en sesiones casi privadas o caseras (casi al modo como Emilio Alarcos o Gustavo Bueno asistían a las del Clarín en sesiones especiales), es decir, apenas unas personas en la sala, y he vivido llenazos con colas que daban la vuelta a la esquina de la calle. Esas mismas personas que esperaban pacientemente sacar su entrada eran las mismas que después abarrotaban la sala e intervenían durante la película haciendo ingeniosos o pueriles adendas a los diálogos del film.

Qué tiempos aquellos en los que según las circunstancias uno podía comprarse un refresco o unas palomitas (aunque al cine hay que ir bebido y comido: sobre todo esto último, y si no recuerden cuando un espectador londinense mató de un disparo a su compañero de butaca tras una disputa por el ruido y quién sabe si por el olor también, en caso de llevar mantequilla- de las palomitas mientras veían "El cisne negro" (2010, Darren Aronofsky). Eso sí, el señor de una extrema educación y cinefilia, esperó a que acabase la película para realizar su acción) a un precio, si no módico sí razonable (sigue siendo así en la Cadena Clarín). No como ahora, en el que cuesta tanto o más que la entrada unas palomitas (y sí, sí, ya sé que es ahí donde más rédito sacan). Y ya ni hablamos del hiperultramegacombo de palomitas, aderezado con perrito caliente

Sirvan estas líneas para ejercitar la memoria histórica, la mia, como no puede ser de otra manera, y recordar aquel cine donde pasé tantas horas maravillosas. Tengo delante de mí las fotos que aquel día realicé, primero a la cola de personas esperando a sacar la entrada, y luego en el interior, en los pasillos y junto a algún cinematógrafo. Termino con la letra de Luis Eduardo Aute: Cine, cine, cine, más cine por favor, que todo en la vida es cine y los sueños, cine son.

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