Regresar al futuro

La villa quirosana, capital de uno de los centros pioneros de la industrialización española, trata de reinventarse a través de la renovación del arraigo en la tierra y el atractivo de su entorno natural

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) / Bárzana (Quirós)

Bárzana fue el centro administrativo de uno de los territorios pioneros de la industrialización española. La primera, la del carbón y el acero, la de los tanteos previos, la de iniciativas propias y foráneas. De aquel mundo, mal comunicado con el exterior, uno de los primeros que vio el ferrocarril, queda hoy muy poco. Cerrado definitivamente el ciclo carbonero en la penúltima década del siglo pasado, el concejo se intenta reinventar tomando forma una suerte de neorruralidad que busca en el nuevo sistema económico un pequeño hueco en el que sobrevivir. Bárzana ha sido así industria y carbón, que contribuyeron a poblar sus calles y casas y son el origen de lo que hoy vemos y que aún se percibe en algunas huellas de edificaciones, infraestructuras y caminos, hoy sin raíles y reorientados para el ocio de poblaciones urbanas.

En Quirós, el proceso se ha consumado. El ciclo industrial que nació a mediados del siglo XIX ya se cerró. Alcanzó su plenitud en 1920. Desde entonces, el concejo fue perdiendo de manera reposada y gradual su vitalidad hasta 1960, pues la fuerza de la tradición campesina compensaba la mengua industrial y la debilidad minera. Desde 1980 la caída ha sido vertical, a tumba abierta, pues la disolución de las dos funciones que sostenían productivamente el territorio fue completa. Bárzana aguanta hasta 1960 y desde entonces pierde dos tercios de sus residentes, hasta llegar a 300 en la actualidad. En cambio, cuantitativamente, hoy como ayer, Bárzana sigue aportando un peso porcentual similar, un veinte por ciento del total. Pero no hay que engañarse, hoy lo hace en un concejo que demográficamente hablando es cinco veces menor que el que había hace medio siglo.

Pero cualitativamente Bárzana representa más para Quirós, siempre lo representó. En 1894, cuando el concejo de Quirós tenía unos 6.100 habitantes, en su pola capital se ubicaba la casi totalidad de los servicios y profesionales del concejo: tabernas y carnicería, tiendas de ropa y tejidos, confitería y ferretería, fábrica de chocolate y almacenes de harinas, de vino y de sal. Allí residían dos ingenieros y un capataz, los maestros de primeras letras, un notario, un médico y un farmacéutico. Tres sastres y dos zapateros atendían a su clientela en sus establecimientos, lo mismo que los tres administradores de rentas, que no dejarían de dar trabajo al señor secretario del Juzgado y a los miembros de la Benemérita allí residentes. Esta composición indica que se había producido un cambio extraordinario con respecto a lo que Quirós había conocido desde siempre y hasta cincuenta años antes, apenas molinos y batanes, pocos telares y alguna fábrica de manteca. Por lo demás, escanda y ovejas y vacas para la subsistencia y el comercio ganadero, basado en las erías, las morteras y guarizas, los puertos de Socellares y Güeria, los de Cuevapalacios, en la comuña, y en apellidos como Valdés, Bernaldo de Quirós, Heredia, grandes propietarios civiles como lo eran los eclesiásticos de la colegiata de Santa María de Arbas, cuyo abad era inmemorial señor del coto de Lindes hasta la llegada de don Bernardo Álvarez Terrero y Valdés, curioso personaje enclavado en el panteón mitológico quirosano, célebre por no haber tenido hijos y ser heredado por los nietos, por andar en madreñes por la capital y al que se le atribuyen hechos como comprar para su donación posterior el edificio de la diputación, de la cual luego fue presidente su heredero, y de oponerse con todos sus recursos, los del mundo tradicional que él representaba a la llegada del nuevo mundo industrial, que iba a conmover con sus turullos, mineros descreídos y tabernarios, ruidosos trenes, humos de los altos hornos y peste de las baterías de cok a su paraíso encajado en las más altas montañas.

Pero perdió. Aquel mundo penetró en Quirós. Y el ciclo siguió girando. Y pasado el tiempo de su vida geográfica, también el mundo del acero y del carbón desapareció de Quirós. Hoy de nuevo queda reinventar el territorio, esa construcción de hombres sobre el espacio geográfico que como producto social tiene vida propia y normalmente alienta sobre proyectos. Hoy, Bárzana parece querer regresar a un futuro que le cuesta imaginar y en el que necesita apoyos para coproyectar. Pero seguirá contando con la Foiz Grande y Pequena, con la Cochá l'Ingleo, con el puerto de Andrúas y La Cuesta de Llanuces, con el rebochu de Bermiego y su oscuro acompañante, el tixu milenario. A ellos añadirá una lámina de futuro con los restos de su pasado industrial, empeño fabril absolutamente original, con la apertura a la aventura del ocio y el deporte y con la recualificación de su espacio urbano capital, Bárzana. Su sentido es servir, apoyar a su territorio que, como ayer, se puede extender más allá de los límites concejiles hasta donde la fuerza y el proyecto alcancen.

Hoy, Bárzana, y Quirós en su conjunto, deben superar la costumbre de controlar las salidas del agua, de los productos ganaderos, del mineral, para aprender a gestionar las entradas, siempre caprichosas de los mudables mercados urbanos. Ahora puede haber una oportunidad para luchar contra la fuerza de la gravedad, que tiende a actuar a favor de la pendiente, pues la civilización urbana necesita buen aire para respirar, aire de la montaña, de los fines de semana, de los puentes y vacaciones, de la vida natural y esforzada y a la vez «glamourosa». Y renovar el arraigo a la tierra de origen, huyendo de la despersonalización urbana. Buena parte de la población, y de la mejor formada, busca hoy la manera de renovar esa ligazón desde su asiento laboral en las grandes ciudades de España y de otros países. Tal vez los modernos medios de comunicación ayuden a ello, a que no se pierda el vínculo, a que se busquen y apoyen iniciativas para mantener habitado el territorio. No es esta empresa para uno solo. Aunque sea de la casa de Quirós. Por eso esta estrategia para territorios en permanente crisis debe contar con la ayuda y el complemento de las buenas comunicaciones, de la generación de una potente y renovada imagen que atraiga y enrede en las redes territoriales de Asturias a semejantes buscadores de originalidad territorial. Curiosamente, debe contar con una fuerza urbana poderosa a su disposición, y Quirós la tiene, y muy cerca.

En su regreso al futuro, Bárzana viaja semiaislada en un fantástico fondo de saco, cerrado por las soberbias Ubiñas. Y, sin embargo, sobrevive, atrae población visitante, al calor de sus restaurantes, pequeños hoteles, atractivo paisaje y equipamientos turísticos. No hace falta mucho esfuerzo para que el viajero valore como es debido estos parajes y esta pequeña villa, que tiene parte de núcleo rural, con sus viviendas unifamiliares y sus edificaciones sobre las vegas, y también algo de poblado minero, por sus colominas, donde se alojaron los que impulsaron la actividad que fue razón de ser durante la mayor parte del siglo XX.

Precisamente de esos tiempos queda un poblamiento lineal de fondo de valle que ha ido buscando las márgenes de la carretera, desde el escobio que hoy es entrada a Quirós, aprovechado por la presa de Valdemurio, en Las Agüeras, pasando por San Pedro de Arrojo, La Fábrica y San Salvador hasta Santa Marina, desde la que siguen los barrios El Molinón, La Senra, Las Colominas, La Pedrera, Felgueru y Nizor, ya en Bárzana, que cuenta con colegio, centro de salud, Ayuntamiento, casa cuartel de la Guardia Civil e iglesia, junto a las viviendas sociales y el mercado de ganados. Y establecimientos renombrados de hostelería, junto a nuevos equipamientos turísticos, como el recién abierto Museo Etnográfico o el aprovechamiento del patrimonio industrial. Una estructura aparentemente sencilla para una historia compleja.

El reto de mantener viva la montaña rural

Bárzana es cabeza de uno de los mundos de la montaña asturiana. Un mundo de millar y medio de habitantes, pequeño en dimensión, pero que esconde en su aparente simplicidad una gran complejidad y diversidad. Historia, industria, cultura tradicional y presente se entremezclan en un poblamiento complejo. Y ganas de sobrevivir, de hacerse hueco en la nueva economía y una forma de entender la vida, que tiene su sitio en la modernidad si se sabe comunicar. Mantener vivos estos mundos de la montaña debería ser objetivo preferente de la política territorial.

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