Entre el pozu y el picu

Histórico nexo entre el valle bajo minero y el ganadero de las tierras altas, la capital allerana pide estrategias que incrementen su conexión con el área metropolitana

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) / Cabañaquinta (Aller)

Si en Aller, como ocurre en Lena, sus tierras fueran de Suso y de Yuso, Cabañaquinta sería la capital de las tierras altas, la de los valles del Braña y el alto Aller, de marcada tradición ganadera. Desde la expansión minera de hace más de un siglo lo es de un concejo que siguió la pendiente y basculando hacia el norte concentró en lo fondero a la mayor parte de su población, dejando a Cabañaquinta como la rancia capital concejil, aparente pola retrasada frente a la modernidad carbonera, que había dada la alineación urbana entre Caborana, Moreda y Oyanco, como antes había hinchado los pueblos de las laderas, caso de Boo. El nombre de Aller va asociado, sin remedio, a la primera minería, cuando el carbón era el combustible de la economía española y de este valle de montaña salía la hulla que hacía veloces a los barcos y ferrocarriles, y quemaban las industrias y ciudades en crecimiento.

La entrada a Aller desde el norte la hace angosta un duro banco de pudingas. Traspasado éste, la densidad minera que aparece de repente  tiende a que se explique el todo por la parte más visible, oscureciendo la grandiosidad de la alta montaña, componente fundamental del alma allerana, que abre Cabañaquinta, además de aportar al concejo otra pequeña estructura urbana y la sede administrativa del poder local, contrapeso ligero al notable peso de las poblaciones mineras de la parte baja. Que se sobrepusieron a un abigarrado mundo integrado por numerosas poblaciones desde Caborana hasta Felechosa. Mundo al que las peculiares comunicaciones, orientadas a favor de la corriente,   impusieron, en cierta medida, un aislamiento que trastocó la visión transversal del sistema agrario tradicional por la lineal, y ésta, ya lo hemos dicho, estaba bloqueada por el banco de pudingas y el tapón minero que dejaba pasar carbón y cerraba la amplia vasija allerana, aún hoy llena de una cultura diferenciada y particular que anidó en las parroquias de Aller, porque, como otros concejos de la Montaña Central, Aller es una federación de parroquias. Parte de los habitantes de las de arriba están, residen, «compraron un pisu», en Cabañaquinta, pero no son de Cabañaquita, viven al modo allerano, «nel chugar y na pola», y muy probablemente también en Oviedo o Gijón.

Cabañaquinta está sobre una hermosa vega; por encima, al margen, de ella. Fue edificada «a la vera del camín» del puerto, con una traza de villa-calle, caminera, como más abajo las otras cabañas, la primera, la segunda... Fue creciendo y ocupando tímidamente la vega. El reparto de los servicios que el pequeño Estado de entonces ofrecía a la población la eligió como cabecera. Ganó la partida a Collanzo, en 1869, y la pequeña hijuela de Vega tuvo lo que tenía que tener una pola (Juzgado, Ayuntamiento, comercio, feria, parroquia, casino).

Cabañaquinta cumplió eficazmente su función de nexo entre el bajo Aller minero y el alto Aller ganadero, a través de sus ferias y mercados, como el famoso Mercaón. Espacio de trato y comercio a la altura de una villa de renombre. O al revés. Las actividades terciarias del valle están hoy muy repartidas entre los numerosos pueblos. Por ello la villa tiene aún recorrido en el crecimiento de las actividades de servicios, que pueden dar sentido a una continuidad de su crecimiento agotado.

A pesar de su paisaje urbano, el plano de la villa está compuesto por unas pocas calles con edificación colectiva en altura, que contrastan con el paisaje rural circundante, en el que se entreveran, como brotes, los edificios de pisos, dando una apariencia de villa poco hecha, incompleta. Barrios tradicionales como El Barriru, La Vallina, El Buliru, y pueblos próximos como Sarrapio y Escoyo mantienen el poblamiento en sus caracteres más tradicionales. Aldeas que siguen las vegas del valle y la carretera del puerto, entre Soto y Vega.

La carretera de Laviana no cumple hoy función apreciable de relación territorial y tampoco es aprovechada en sus evidentes valores paisajísticos, en espera del impulso de nuevos proyectos.

Cabañaquinta ha conseguido aumentar lentamente su población a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Pero el impacto de la caída de la minería y del envejecimiento de los residentes es ya muy fuerte en el concejo de Aller, que ha perdido casi 3.000 habitantes en lo que va de siglo, pasando de 15.100 a 12.324. Y las ganancias de Cabañaquinta, que recuerdan a las de Pola de Laviana o a las de Pola de Lena, en los valles mineros vecinos, se han agotado con el cambio de siglo. La villa había pasado desde 728 residentes en 1950 a 1.529 en 2001. Pero desde este año ha bajado hasta 1.484. Lo que apunta a que en un concejo envejecido y de actividad débil, que pierde rápidamente población, ya ni siquiera la villa capital aguanta. Tampoco los principales núcleos urbanos: Moreda y Caborana.

Difícil situación la que se plantea en los valles mineros de la Montaña Central, a los que el declive demográfico abre perspectivas de difícil retroceso. A menos que apuesten decididamente y consigan entrelazar su suerte a la del conjunto del área metropolitana. Para ello hay que abordar la conclusión de las comunicaciones por carretera, la del valle y la de Laviana por La Collaona. E impulsar y diversificar los usos ferroviarios. Acabar con cierta autocomplacencia, en el marco de recursos cada vez más escasos, abriendo nuevos planteamientos de iniciativa local.

En el centro del valle

El valle del Aller es territorio bien poblado con numerosos núcleos de pequeño tamaño que orlan el discurrir de los ríos a los que se pega la carretera de los puertos. Cabañaquinta es pequeña cabecera, villa de mercados y trato, de reconocidas ferias. Paisaje urbano recrecido en altura, en una mínima estructura urbana que se ajusta a la carretera y a las vegas del río. Consiguió mantener un pequeño crecimiento hasta el cambio de siglo, que ahora se vuelve negativo, en un concejo que tira para atrás desde la crisis de la minería. Hay que seguir apostando por un desarrollo urbano más cuidado, para poder conformar una pequeña villa atractiva para la vida tranquila, con servicios de calidad.

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