Otros yacimientos

Cerredo, villa minera crecida al ritmo de su explotación de carbón, se enfrenta a la incertidumbre del sector con el apremio de «cambiar clichés y mentalidades» para explorar oportunidades nuevas

Marcos Palicio / Cerredo (Degaña)

La «Disco Nairoby» ha dejado sólo el rótulo, un neón visiblemente antiguo colgado encima del portón de un garaje. También siguen aquí, todavía, el cartel rojo que señaliza el «Obrero pub» sobre un espejo roto y en otra fachada otra inscripción, despintada por el tiempo, que pone «Disco» y forma con la letra «s» una flecha que apunta a una entrada cerrada. Los vestigios son viejos fósiles del pasado bullicioso que sin duda tuvo esta villa minera y se esparcen en unos pocos metros de la travesía urbana de Cerredo, esta calle principal por donde pasa la AS-15 a más de mil metros de altitud y en ascenso camino del puerto que se llama como el pueblo y delimita la comunicación más meridional del suroccidente de Asturias con la provincia de León. En esta villa con la mina pegada al casco urbano, los restos del naufragio confirman que existió un ayer, no hace tanto, en el que los bares y locales de ocio funcionaban a pleno rendimiento. Era cuando «había gente en el pueblo trabajando y el dinero fluía», Cerredo era una mina y para sobrevivir en la superficie «pensábamos siempre en un bar» como complemento seguro a un concejo que subsistía «muy a gusto dependiendo de un solo sector», acumulando «una renta per cápita de las más altas de Asturias» nadando a favor de la corriente, dejándose llevar. Jaime Gareth Flórez, que fue alcalde de Degaña hasta mayo, trabajó en la mina y es empresario de turismo rural en Cerredo, sabe por experiencia que ya no, que los carteles de los bares abandonados están anticuados porque el viejo modelo ya no funciona y que urge la búsqueda de otros yacimientos. También que el problema es que no hay costumbre donde hasta hace poco «no había necesidad».

«Es la mina». «La mina y las prejubilaciones», se corrige César Ancares, presidente de la parroquia rural de Cerredo, cuando analiza el tránsito de aquella villa que pasaba de mil habitantes en el año 2000 a esta distinta que ha cerrado con 830, y bajando, la primera década del siglo XXI. El núcleo más poblado del concejo de Degaña es un centro urbano de servicios remolcado todavía por aquella explotación de carbón que está literalmente pegada al barrio de Los Tachos. Este pueblo da hogar a casi tres cuartas partes de la población de un municipio donde el setenta por ciento de los empleos aún los da la industria extractiva y es lo que es «por la mina» y sus más de seiscientos trabajadores entre subcontratados y propios de la empresa -Coto Minero Cantábrico, del grupo Victorino Alonso-. Para bien y para mal, asumen a coro los vecinos, el paisaje físico y humano del Cerredo de hoy ha sido moldeado por una explotación que todavía resulta rentable y productiva, en la que la empresa ha recolocado abundante personal de esta cuenca y de la vecina de Laciana, pero que tiene, según la cuenta de los sindicatos, «unos 50 o 60 empleados» de la villa y su entorno.

La experiencia dice que los que hay se prejubilan jóvenes y se van, se quedan sin trabajo en la cuarentena, con pensión e hijos adolescentes en un concejo que no tiene Enseñanza Secundaria y deciden salir a buscar vidas más cómodas para ellos y sus familias. «Como además en muchos casos son de fuera y no tienen raíces aquí», tampoco encuentran impedimentos para abandonar esta villa de alta montaña e inviernos crudos. Marcelino Prieto, secretario de una asociación de jubilados con más de 150 componentes, tiene memoria para rescatar una época perdida «en la que el concejo de Degaña estaba en pleno en la minería» y José Antonio Fernández, entrenador de los equipos de balonmano y fútbol sala de la villa, cifras para concretar que eran otros tiempos cuando «de una plantilla de seiscientos empleados igual cuatrocientos eran del concejo». «Hemos pasado de ser el municipio con más jóvenes de Asturias a algo parecido a lo contrario», remata Prieto. La diferencia se percibe a pie de calle mientras la amenaza de la fecha de caducidad de las ayudas públicas al carbón en 2018 incita a repensar en profundidad el futuro de este pueblo que necesita de inmediato «empezar a cambiar ciertos clichés y mentalidades». Jaime Gareth Flórez, «42 años recién cumplidos», ha asistido a todo el recorrido reciente del proceso y puede confirmar que la modificación mental colectiva «ya se está dando» en su pueblo. De grado o por la fuerza, bien sea porque ya lo han visto venir o porque no han tenido más remedio que aceptar que llegaba. «Hace veinte años», recuerda, «mi objetivo era entrar a trabajar en la mina. Ahora, aquí, no creo que alguien con 22 tenga esa meta prioritaria, aunque probablemente no la descarte. Y si la tiene y se agarra a ella, debe saber cuáles son las nuevas reglas del juego». El siglo XXI ha planteado otras, diferentes y menos favorables, en las que la minería ya no va a tener todas las respuestas. Se ve un escenario distinto tutelado por el freno reciente en la incorporación de brazos jóvenes a la industria extractiva del carbón y marcado por los efectos de dos momentos claros de cambio social y laboral. «Primero fue el plan de la minería 1998-2005», señala el ex alcalde, «el que marcó un antes y un después, regulando lo que hasta entonces era carta blanca para todos, para los intereses de la empresa y los de los vecinos. Después, la crisis del sector define otra película, otro antes y otro después».

Al entrar desde Cangas y Degaña, cuando la AS-15 se transforma en la calle central de Cerredo, se aprecia en seguida que la villa vive en plena transformación, aunque ésta sea todavía sólo estética, metafórica. Están en obras de rehabilitación los viejos edificios, ocho idénticos de tres alturas dispuestos en tres hileras paralelas, que forman el viejo barrio minero de Las Colominas. Pintados de amarillo y con parte de la piedra al descubierto, nadie diría que los bloques recién rehabilitados son iguales que los grises que llevan mucho tiempo, demasiado al decir de algún vecino, esperando por su mano de pintura. Igual que este barrio obrero, casi todo en Cerredo vive en tránsito hacia su transformación en un sitio distinto, en un lugar «nuevo» que experimenta la sensación desconocida de tener que mirar alrededor para explorar otros caminos posibles hacia el futuro. Los hay, enlaza Flórez. Sólo hay que saber mirar hacia esta villa que está físicamente dentro del parque natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias y que va a necesitar iniciativa interna y ayuda exterior para aprovecharlo sin menoscabo de su propio desarrollo. Cerredo también lleva demasiado tiempo esperando el desbloqueo de un polígono industrial condicionado por la calificación urbanística de los terrenos del espacio protegido; tiene bosques, recursos naturales sin digerir y, por ejemplo, un edificio terminado y cerrado que debería ser ya el centro de interpretación de un parque que aún no tiene director. En esta tierra minera le van a entender mejor si dice que «hay filones sin explotar».

De momento, eso sí, cuando tose la mina todavía se acatarra Cerredo. Para comprobarlo bastaba un rato en la villa entre el 9 de febrero y el 27 de junio de este año, en «el cementerio» de los cinco meses que la explotación pasó al ralentí con 252 trabajadores fijos y casi todos los subcontratados en el paro, acogidos a un expediente de regulación de empleo. Fue un ensayo general profundamente insatisfactorio de lo que sería de esta villa sin su yacimiento de carbón. Un serio aviso a navegantes al decir del secretario local del SOMA, Moisés Díaz, minero allerano cambiado de cuenca y residente en Cerredo desde que vino a trabajar cuando hace trece años «empezaban las prejubilaciones». Sindicatos y empresa repiten a coro que la mina será rentable más allá de 2018 incluso sin subvenciones, pero con una condición que ahora no se da, que la compañía no se vea obligada a devolver las ayudas que ha percibido. Si la extracción se hace sencilla en algún sitio, dicen todos, es aquí, donde los camiones llegan hasta el corazón de la explotación. Los enormes A40, «lagartos» en la jerga propia de la mina degañesa, entran, cargan y salen con cuarenta toneladas de carbón por el plano inclinado de Cerredo, un túnel que se adentra en la explotación a través una pendiente del 12,5 por ciento, de cien metros de ancho y siete de alto y resultado de una gran obra que comenzó en septiembre de 2007 para eliminar las dificultades del acceso en jaulas. «El yacimiento está aquí», explica sucintamente Flórez, «hay carbón en otras minas, pero sacarlo no resulta tan rentable».

Asunto capital es cuánto se ha beneficiado el pueblo de todo eso. Y hay quien se acoge a la versión pesimista de José Antonio Fernández y valora que a Cerredo no llegaron tanto como deberían los réditos del filón, que «cuando la vaca era muy gorda no sabíamos ordeñarla» y que tal vez lo peor viene ahora que la ubre amenaza con secarse. «El polvo lo tragamos los del pueblo», asegura, y «nunca cobramos los beneficios. Tal vez sí en dinero individualmente, pero desde el punto de vista del concejo no». César Ancares encuentra el futuro «muy oscuro» y Alfredo Chacón, que tiene en Cerredo una pensión con bar y una bodega de vino de Cangas, se duele de que aquí, al salir de la mina, aún se ven «pocas alternativas».

La necesidad de mirar el paisaje al salir a la superficie

Mirada desde su mina, que está casi literalmente acoplada al casco urbano en el extremo este de Cerredo, la villa es una acumulación de tejados de pizarra encajados en una línea recta imperfecta dentro de un valle  frondoso. El inicio de la explotación marca el límite en el que acaba el parque natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias. Cerredo está dentro y encuentra en la naturaleza una posibilidad de salir de la mina sin lesiones graves. Es una entre tantas si no fuera, otra vez, por el desinterés y la orfandad que siente esta esquina apartada del suroccidente asturiano y de la que puede dar fe el silencio alrededor de Casa Florencio, el edificio del barrio viejo de La Costapina que siempre fue un ejemplo de arquitectura civil y hoy es indicio de abandono de los posibles recursos con recorrido. El conjunto etnográfico, con su edificio en forma de «L» y su hórreo, su capilla del Carmen y su patio empedrado, ha sido rehabilitado para alojar el Centro de interpretación del paisaje, que se anuncia en una placa adosada a una de sus fachadas. Como si ya lo fuera. Es el único equipamiento divulgativo del parque ubicado dentro del territorio protegido, pero está recuperado y cerrado y así lleva ya tres años, lamentan aquí, pero no se extrañan, porque el parque sigue sin director, la nueva Casa de Cultura sin amueblar, la depuradora no funciona... Así, sin ayuda, va a ser difícil, convienen todos, dar un uso y cobrarle un beneficio al supuesto privilegio de vivir dentro de un espacio protegido con osos y urogallos, con bosques espesos, rutas atractivas y un clima diferente a todos los demás de Asturias. No es de ahora. «De una u otra manera», se queja Carmen Uría, componente de la asociación de mujeres La Colmena, «siempre nos atan las manos desde las instituciones».

El concejo de Degaña, debido a la histórica falta de necesidad de buscar alternativas a la mina, no tenía hace cuatro años ni un solo establecimiento de turismo rural. Hoy son pocos, cuatro, pero los hay, en Cerredo diecinueve plazas en los apartamentos de Jaime Gareth Flórez en el barrio de Fondo de Vicha junto a las catorce de la pensión de la familia Chacón. Sin embargo, para aceptar turismo como opción de vida y parque natural como motor auxiliar queda trayecto. Faltan ideas y ayuda para desarrollarlas, justo lo que no había sido necesario hasta ahora. El cambio de mentalidad que hace un rato reclamaba el ex alcalde pide también un clima adecuado imprescindible. «La Administración debe buscar la convivencia del pueblo con la protección de la naturaleza», dice Eduardo Rodríguez, presidente de la asociación de mayores, «pero de un modo que no interrumpa la vida del pueblo». Tomando prestada una declaración de Jesús Arango, ex consejero de Medio Rural, Flórez no rechazaría la reclamación de lo que aquél llamaba «la excepcionalidad en la toma de decisiones». Se explica y concluye que «no puede haber una ley de montes igual para todos los montes de Asturias, ni un plan forestal único, porque los bosques son distintos aquí que en el oriente o en el occidente costero. Y porque lo que es bueno para Somiedo o Redes no tiene por qué serlo para Degaña. Conste que yo defiendo el espacio protegido, pero hay que adaptarlo». Viene a pedir decisiones distintas para realidades diversas, parques naturales sí, por supuesto, pero «siempre y cuando permitan actividades que antes se desarrollaban con normalidad y expectativas de crecimiento y desarrollo».

Flórez retrocede con resquemor hasta aquella idea fallida de habilitar observatorios «en sitios donde hay avistamientos de osos», o hasta una propuesta singular, distinta, que no tuvo eco cuando quiso plantear la instalación de cámaras web alimentadas por paneles solares que se enfocarían a cantaderos de urogallos y emitirían la señal al centro de interpretación del parque. José Antonio Fernández alerta muy gráficamente contra el estado de esta montaña «maravillosa» que no se puede recorrer en pantalones cortos «a no ser que seas amante de las ortigas», y concluye que a lo mejor todo se resume en su certeza de que «tenemos el monte más bonito de Asturias, acompañado por el mejor clima, y no está desarrollado». Ni vendido ni aprovechado, como el bosque y su potencialidad para la biomasa, tercia Marcelino Prieto. O como aquella actividad agraria solapada por la minería, que aquí ya existe poco como forma única de sustento y que a partir de ahora, apunta César Ancares, sólo rendiría bajo regímenes de «cooperativas para asegurar la posibilidad de sacar el producto a un precio digno».

Cuando Cerredo sale a la superficie todo suma después de la mina. Para Jaime Gareth Flórez, «el futuro es el turismo rural, y una carpintería metálica y un taller de coches...». Una suma de alternativas con la que no casa el ritmo lento de avance de la tramitación del polígono industrial ni la parálisis de la carretera destinada a mejorar más la comunicación de esta villa -La Espina-Ponferrada-, pero sí «rarezas» como la bodega Chacón Buelta, la única que hace Vino de Cangas fuera del concejo de Cangas del Narcea, en este municipio que tiene la cota mínima en 560 metros y está demasiado alto para que se dé la uva. Alfredo Chacón, hostelero con bar y pensión en el centro de Cerredo, tiene sus 12.000 cepas de albarín blanco, la «joya» de los blancos cangueses, plantadas en San Antolín y Cecos, en territorio de Ibias, y la bodega aquí abajo, en el Prao del Molín, donde Cerredo se acerca al río que lleva su nombre. A partir de «20.000 o 25.000 kilos de uva» espera producir este año unos 2.000 litros de un blanco que «se vende bastante bien», que pasó de forma casi natural de producir vino de mesa para el bar a comercializarlo a gran escala y que aquí, donde no abundan, es una idea.

Un filón de capacidad «casi ilimitada» y porvenir incierto

A las puertas de la lampistería, en los bajos de un edificio alargado de factura reciente, los mineros del turno de las tres de la tarde están listos para el relevo. Entrar en el subsuelo no es en Cerredo lo que era no hace tantos años. La mina del siglo XXI los traslada en autobuses que tardan unos cinco minutos en apearlos en el tajo a través de un túnel inclinado al 12,5 por ciento. El primer «desembarque» está a novecientos metros de la boca del corredor. Abajo esperan «La Patricia», «La Rosario», «La sucia». «Son capas», aclara Carlos Collar, degañés de Cerredo y encargado de servicio en esta mina que desde que tiene memoria ha remolcado a distancia todo lo que se ha movido en el pueblo. Y sigue y puede continuar porque sigue siendo rentable. El modelo de explotación del yacimiento degañés, con el túnel que facilita la entrada y salida de grandes camiones A40 cargados de carbón, da para extraer cerca de 700.000 toneladas al año, según fuentes de Coto Minero Cantábrico, la antigua Hullas de Coto Cortés. El filón triplica la producción de antes del túnel y está preparado para casi duplicarse hasta el millón y medio, con una «ratio de productividad» de 3.000 toneladas por hombre y año, aclaran las mismas fuentes, «el triple de la media de la minería privada». Seguir profundizando en el túnel sería dar con «una capacidad de extracción casi ilimitada» paradójicamente acompañada por un porvenir incierto.

El problema vuelve a ser el fin de las ayudas a la producción, la amenaza de 2018 y sobre todo la «hipoteca» de la obligación de devolver las que la empresa ha recibido hasta ahora, porque sin subvenciones Cerredo, insisten, podría seguir activo si no tuviese que devolver lo cobrado. Éste es por eso «el año de la incertidumbre» y probablemente le seguirán otros. De ellos depende también lo que va a ser de Cerredo, esta villa de mineros y prejubilados de la mina que debe empezar a saber hacer otras cosas.

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ Una ambulancia

La demanda popular arranca desde lo más básico de la atención sanitaria y no pide una ambulancia que esté permanentemente alerta en Cerredo, pero sí que al menos venga del sitio más próximo. Y eso ahora, cumpliendo el protocolo de actuación del 112, aquí no pasa. «No me cuadra», destaca Marcelino Prieto, «que haya que esperar una hora y tres cuartos por una ambulancia que viene de San Antolín de Ibias cuando en 35 minutos podría llegar desde Cangas del Narcea».

_ Una carretera

El túnel del Rañadoiro ha acercado al centro de Asturias una zona que estuvo siempre más cerca del norte de León, pero aquí siguen haciendo falta mejores comunicaciones y sobre todo la vía La Espina-Ponferrada, esa carretera olvidada que se hace «imprescindible» en la definición del presidente de la parroquia rural de Cerredo, César Ancares. «Hay quien dice que las carreteras también sirven para marcharse», apunta Jaime Gareth Flórez, «pero hay que hacerlas. El que quiera cogerla para irse lo va hacer esté bien o mal».

_ Un polígono industrial

La difícil compatibilidad de las restricciones del parque natural, que absorbe el 90 por ciento del territorio de Degaña, con la necesidad urgente de un pequeño polígono industrial es la asignatura pendiente permanente. La infraestructura urge para dar asiento a las pequeñas iniciativas empresariales imprescindibles para que Cerredo halle un futuro al salir de la mina.

_ El parque natural

El rendimiento mejorable que Cerredo puede sacar de vivir dentro de un parque natural tiene un ejemplo claro en la Casa de Florencio, rehabilitada para que sea Centro de Interpretación del Paisaje y cerrada y sin uso, sin dinero para equiparla desde hace tres años.

_ El polideportivo

José Antonio Fernández, entrenador de balonmano y fútbol sala y sufridor de las carencias del polideportivo de Cerredo, invita a comprobar que dos grados bajo cero no es una temperatura agradable para que hagan deporte niños de 5 años «con bufandas y gorros» en los crudos inviernos del que tal vez sea, aventura, «el pueblo más frío de Asturias». Por eso se impone, dice, un repaso a las goteras, la humedad y la calefacción de «la instalación pública que más se utiliza en el pueblo».

_ Los servicios

El centro urbano comercial y de servicios del concejo de Degaña tiene algunos en precario, entre ellos la Casa de Cultura finalizada y pendiente de amueblar y de abrir.

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