Defensor del pueblo

El monologuista Avelino Fernández, «El Rilu», añora el «encanto» del Colloto agrario en el que fue animoso activista social y que al urbanizarse «ha perdido parte de su identidad»

Marcos Palicio / Colloto (Oviedo)

Había «un tramo desierto, de unos quinientos metros de carretera», entre el barrio del pueblo, arriba, y el de Concejiles, aquí abajo. Avelino Fernández, «El Rilu», ha tenido que abrirse paso entre bloques de edificios y urbanizaciones de ladrillo visto para poder volver a Colloto. El suyo era aquél dividido en dos, donde «ser de Colloto de Abajo o de Arriba tenía su importancia» y todo junto condimentaba «el encanto de un pueblo». Ya no. Fernández busca elementos de prueba señalando a su alrededor desde el gran parque Rafael Cuartas, reducto verde del nuevo Colloto reedificado. A un lado la piscina y al otro el polideportivo junto al centro social y un gran supermercado; por todas partes manzanas, pero de urbanizaciones de un barrio residencial. Pronto dirá que esto no es aquel prao de la fiesta, que aquel caserío breve creció y «perdió parte de su identidad», que la aldea «es un barrio de Oviedo» y que eso «no nos debería gustar». Pero antes va el autorretrato, que empieza clarificando la filiación. «Nací en Roces de Limanes, vivo en Meres y soy de Colloto, donde hice toda mi vida». Avelino Fernández Álvarez es electricista jubilado; «El Rilu», monologuista y cantante de tonada. Estuvo veinte años al frente de la sociedad de festejos y hace 25 años justos que fue el primer presidente de la Sociedad Deportiva Colloto, cuando quisieron un líder «neutral» para la fusión que en este lugar partido unificó al Colloto con la Central Lechera y el Águila Negra.... «Estuve toda la vida por aquí». Por eso el desasosiego de la vista atrás, de ahí la sensación de que se lo han cambiado.

Ahora «hay mucho personal, pero poca vida. Muchos chigres, quizá demasiados, pero no tantos centros que fomenten la vitalidad social». Herencia del Colloto doble con sus fiestas de arriba -el Cristo- y de abajo -San Antonio-, hay dos sociedades de festejos y un club de fútbol y otro de ciclismo y asociación de vecinos, «pero me gustaría que hubiera más vida», porfía El Rilu, «más centros culturales que promocionasen la vida social y cultural, el ocio colectivo». Más pueblo y menos barrio. Influye que el retroceso devuelva a Avelino al centro un Colloto diferente, y no sólo físicamente, que el tiempo ha camuflado bajo un caserío con apariencia de ciudad dormitorio. «Tuvimos que luchar mucho para conseguirlo todo, ahora parece que esperamos a que nos lo den  hecho, a que los problemas se solucionen solos. Tal vez hemos perdido un poco de iniciativa», lamenta. Será un signo de los tiempos, será que en estos años -él  ha cumplido 66- no sólo ha cambiado Colloto, pero el caso es que la proximidad de Oviedo y su asociación con la voracidad urbanizadora del cambio de siglo se ha llevado por delante el sitio donde creció El Rilu.

Dando vueltas por el nuevo, «muy guapo a la vista», el monologuista podría llegar a descubrir un refugio a salvo del apetito urbanizador de la modernidad. «La iglesia vieja y su entorno». En lo alto de la travesía que enhebra Colloto, casi nada más entrar desde Oviedo por la N-634, la torre blanca del templo señaliza un entorno, al fin, poco tocado por el paso del tiempo. «Está hasta mejor que antes. Lo demás, todo adulterado». Casi. También hay, al Este, un palacio del siglo XVIII reconstruido «con mucho gusto» en hotel y al Oeste Les Folgueres, la ladera que baja desde el entorno de la iglesia a la gran mole comercial de Parque Principado, «que sigue virgen todavía» y últimamente ha incorporado como inquilinos a cuatro bisontes europeos como parte de un proyecto para la recuperación de la especie.

Físicamente queda poco más que el recuerdo de aquel pueblo dividido en dos, cuyos límites interiores entre la parte de arriba y la de abajo no coincidían exactamente con los que hoy separan el concejo de Oviedo del de Siero por dentro del casco urbano collotense. Avelino, El Rilu, puede describir aquel paisaje, pero también animarlo con voces humanas representativas del espíritu de pueblo que echa de menos a cada paso por el Colloto de hoy. «Recuerdo con cierta lejanía», afirma, a Pepín Rodríguez, el indiano emigrante a Cuba, magnate del tabaco y benefactor de su pueblo natal al que homenajean aquí una calle y un busto. «Lo pasó tan mal en La Habana por su falta de cultura que no quiso que le sucediera lo mismo a ningún niño de su pueblo. Por eso Avelino Fernández señala en la colina de Roces un centro geriátrico que no hace tanto que dejó de ser una escuela, la de Pepín Rodríguez, el colegio fundado por el emigrante adonde «fuimos muchas generaciones de collotenses desde 1910», recuerda El Rilu, donde se enseñaba todo hasta la Universidad y todo gratis. A una de aquellas clases salió Avelino a recitar el primer cuento en asturiano que aprendió de memoria al escucharlo por la radio en la voz de «Manín», Salvador Fuente, que ahora tiene un nieto casado con una hija de El Rilu.

De vuelta a la travesía collotense, que de la iglesia hacia bajo es oficialmente el paseo Ángel Piñón, Avelino Fernández añade a su galería de personajes al sacerdote que da nombre a esta calle, fallecido en los noventa después de una vida de cura «muy de su tiempo, pero con una visión de futuro impresionante», retrata el monologuista collotense. Basta meterse en Colloto y ver el templo nuevo, inaugurado por él en un bajo de lo que todavía no era el centro del pueblo cuando decidió traer la iglesia, la nueva, a la zona inmediata al parque Rafael Cuartas, acaso previendo que este pueblo crecería y crecería hasta más allá de sus límites. La hizo «sin pedir un perru al pueblo», Piñón fue siempre muy hábil en favor del pueblo y se fue muy ligero de ropa». «Todavía estamos en deuda con don Ángel», remata.

Queda Luis Suárez Ximielga, que tiene a su nombre una calle de Colloto que parte del concejo de Oviedo y termina en el de Siero, o viceversa, porque «él nació en la mitad», más o menos ahí donde hoy lo vende todo un bazar chino. Ximielga era músico y monologuista, «muy polifacético», dueño de un bar con muros llenos de mensajes célebres -«¿pagaste?»- y un animal disecado sobre el que se podía leer «Toi cansáu de decir que ye una nutria». El Rilu recuerda con nostalgia de alumno aquel desfile de América en Asturias, en plena dictadura franquista, en el que se coló vestido de indiano a las riendas de un carro de bueyes.

La elección de aquel medio de transporte dejaba ver aquella propensión a lo agrario del Colloto que vio crecer, cómo no, a un monologuista que asturianizó el mote del abuelo -El Rilu- para fabricarse un «nombre de guerra». Era el suyo el Colloto del ambiente rural, pero allí también cabía el primer impulso industrial. Aquel pueblo inquieto trabajaba casi a tiempo completo en la fábrica de cervezas El Águila Negra y también alojó desde finales del siglo XIX la iniciativa pionera de la sidra espumosa que José Cima elaboraba en el edificio gris del Camino Real reconvertido en la escuela de Educación Infantil. No va a volver, y él lo sabe, pero «me gustaría que la gente se identificara con lo que hay, que participara activamente en las fiestas y en los eventos, que nadie se sienta extraño y Colloto tenga identidad, pero para eso tienen que tenerla los collotenses».

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