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Un semáforo en el cruce

Recrecido por su posición estratégica, en una bifurcación de caminos y un nudo empresarial, El Berrón ha extendido un modelo de «ciudad dormitorio» que la crisis sitúa ahora en la encrucijada

Marcos Palicio / El Berrón (Siero)

El tren desde aquí sólo se ve a lo lejos, pero se intuye y se oye siempre. La vía pasa por debajo del parque en el que un ferroviario de bronce con todos sus atributos -la gorra, el impermeable y la lámpara, a sus pies un trozo de raíl y una rueda, un cartel de El Berrón bajo el brazo izquierdo- recibe el homenaje de su pueblo de parte de la Sociedad de Festejos San Martín de La Carrera y del Ayuntamiento de Siero. La estatua está en un lateral de la avenida de Oviedo, la que cruza El Berrón sobre el túnel que los trenes usan para salir y entrar a la villa, y tiene visión directa hacia el nudo de raíles que siempre ha dado sentido y razón de ser a esta población. Mirando desde su lado queda claro que la esencia de este lugar se define por sus posibilidades de comunicación, se ve que la villa cabecera de la parroquia de La Carrera es físicamente un trazado urbano estirado entre la vía de Feve y la carretera N-634 y que nada sería lo mismo si no pasasen por aquí esos trenes y las carreteras que van a todo el centro de Asturias. El guardagujas de bronce «mira» de frente a la trenza de carriles que se junta y se separa junto a la estación, sabiendo perfectamente que estos que avanzan bajo sus pies van o vienen de Gijón, que los del ramal que al fondo se pierde a la derecha son los de Oviedo y que hacia la izquierda pasan tanto los de Infiesto y Santander como los del viejo ferrocarril de Langreo, que conecta en realidad con toda la cuenca del Nalón hasta Laviana... Antes más que ahora, pero todavía y siempre, el sonido del ferrocarril es música de fondo permanente en este lugar moldeado por la geografía, definido su pasado, presente y futuro por haber encontrado su sitio exactamente aquí, entre vías, en este nudo que ata trayectos de ferrocarril en todas las direcciones delante del ferroviario y que también une carreteras a su espalda. Porque la que pasa por delante del monumento es la vieja travesía de la antigua carretera de Oviedo a Santander y sólo unos metros detrás de él también se oye el trajín de la nueva. Del otro gran nudo de El Berrón, El cruce nuevo. Es la N-634 que llega a la localidad, separada de la calle Rodrigo Muñiz solo por un quitamiedos, y se detiene en la intersección a cuyo alrededor se organiza la localidad sierense. Los semáforos, los indicadores, el tráfico permanente; atrás, Oviedo, Noreña a un lado, al otro Langreo, allá a su frente, Pola de Siero.

Y en medio, El Berrón, esto que ocupa el espacio entre los raíles de Feve y el asfalto de la N-634, casi rozando la A-64. Aquí las calles tienen nombres de los sitios a los que se dirigen -de Oviedo, de Langreo, de Santander...- y mirando a ras de suelo, sobre el pavimento de la avenida de Oviedo, se descubren, casi imperceptibles, flechas y conchas amarillas que señalan el itinerario del Camino de Santiago. Se ve que esto no ha dejado de ser nunca un sitio de paso obligado ni un gran hito entre todas las rutas del centro de Asturias. Y precisamente por su lugar en el mapa, justo en este punto donde se distribuye el tráfico del centro de Asturias y en mitad de una notable aglomeración de empresas, la villa sierense tiene hoy este aspecto de paisaje muy urbano con cerca de 3.500 residentes censados, medio millar más que al comenzar el siglo y aproximadamente diecisiete veces más que al terminar la Guerra Civil según los cálculos de un habitante de los de siempre, que lo sabe porque contó «casa por casa» los que había en la posguerra y le salieron 205. «Vengo a El Berrón y ya no conozco a nadie», afirma hoy Joaquín Rodríguez, asustado por el cambio rápido de este lugar con menos trenes y más gente que cuando se juntaban cuatro convoyes a eso de las ocho de la tarde y esto era, recuerda, algo así como «una pequeña Venta de Baños».

Ya era el cruce lo que daba sentido al pueblo, el centro de comunicaciones la razón de ser de esta emergente aglomeración urbana próxima a todo. Como ahora. A la manera muy particular de cada momento de su historia, El Berrón ha sido siempre lo que esta posición «estratégica» ha querido que fuera. En este comienzo del siglo XXI, van a decir aquí, un producto del último tirón de la construcción remolcado, «por este orden», por el precio de la vivienda y las buenas comunicaciones. Resumiendo, El Berrón podría definirse en el eslogan de un cartel en el escaparate de una inmobiliaria de la calle San Martín donde se anuncian «pisos de entrega inmediata en el centro de Asturias». Si se añade la diferencia de precio, «importante incluso con la Pola», afirma un vecino, se comprenderán en un vistazo las razones de El Berrón. El problema es que apenas hay ya más de un edificio en obras en la zona muy nueva de expansión de la villa hacia el Este y que las persianas bajadas de un bloque casi terminado sin entregar en la calle de la Estación adelantan que el crecimiento acelerado de esta población puede que no llegue a recuperar el ritmo que hace poco la conducía «hacia una previsión de aumento espectacular y hasta cerca de 6.000 vecinos». Benito González, presidente de la asociación de vecinos Berrón 77, compara la proyección que hizo Correos en plenas vacas gordas con su actualización a la realidad corregida de la crisis. Por las propias características de su modelo de expansión, la depresión del consumo y la retracción económica duelen especialmente en esta «ciudad dormitorio» recrecida gracias a la explosión inmobiliaria que daba vivienda asequible y acceso fácil a lugares donde siempre había habido trabajo. Como ahora el ladrillo renquea y la crisis mutila el empleo, también se resiente el caladero tradicional de habitantes que ha edificado esta población y El Berrón se dirige hacia su propio cruce, al punto en el que habrá que parar a esperar la luz verde y pensar si conviene girar o seguir de frente, aunque aún el recuento de habitantes de la villa no haya dejado de sumar. Superó los 3.000 por primera vez en 2003, pasó de 3.300 en 2009 y el último censo de 2010 le daba 3.448.

Araceli Fernández, directora del colegio público Los Campones, tiene una atalaya privilegiada desde donde asistir al cambio acelerado de la villa. «Llevamos dos años desdoblando cursos de Infantil», apunta, y en el edificio de ladrillo visto del barrio más occidental de El Berrón hay clase en este curso para 223 alumnos menores de 12 años, «noventa de ellos de Infantil». Las clases llenas son indicios de prosperidad propios de otra época que en El Berrón siguen ahí, definiendo el camino que ha recorrido esta villa hasta su aspecto actual de «ciudad dormitorio bien comunicada con los centros de trabajo de todo el centro de Asturias», enlaza Benito González.

La fisonomía actual de la localidad sierense viene de la proliferación reciente de vivienda protegida, «que antes no había», y de su capacidad atractiva para un perfil de nuevos residentes en el que han encajado «muchos matrimonios jóvenes con uno o dos hijos». Ese es todavía el paisaje hoy, pero la crisis lo intimida. Aquí la vida sigue, es cierto, no se detienen los carriles y las aceras a pleno rendimiento, pero Patricia Álvarez, comerciante y presidenta de una recién constituida asociación de autónomos con más de cincuenta componentes, da fe de que «en el comercio se ha notado, sobre todo en estos dos o tres últimos años, que hay gente que utiliza El Berrón como ciudad dormitorio y que se está yendo. Venían a vivir aquí por la proximidad de la vivienda asequible con el trabajo y ya se ven menos».

Al decir del vecindario, no obstante, aquí las coordenadas y el paisaje hacen difícil sostener que no hay futuro, «a poco que se reactive la economía», en este lugar al que la geografía ha bendecido con un sitio central en el corazón empresarial del Principado. «Si no lo hay en El Berrón, que es el centro de Asturias y está a cinco minutos de casi todo, no existe en ningún sitio», se lanza Araceli Fernández. Al asentir, Benito González mira alrededor y hace ver que además de la cercanía, del indicador que marca trece kilómetros a Oviedo y del panel digital de la estación donde casi a cualquier hora se anuncian trenes «cada quince o veinte minutos en todas las direcciones» influye el cerco de polígonos industriales que completa el paisaje en torno a la villa sierense. Los que hay y los que vienen, la expectativa del millón de metros cuadrados de suelo en Bobes y Siero como el municipio con más superficie para empresas de la región. Toda muy cerca de aquí. Ahí el polígono de Berrón Este, al otro lado Berrón Oeste, al salir el área empresarial de La Carrera y dentro del pueblo más.

«Aquí siempre ha habido mucha empresa familiar», confirma con la experiencia Adriano Posada, que dirige una de ellas, evolucionada en su caso hacia el mercado de la panadería y confitería para celiacos, hoy con 24 empleados «a tres turnos y todos, menos dos, de Siero». La tradición de la pequeña manufactura tiene recorrido en este sitio que a su modo, confirma el empresario, «sigue siendo un pueblo, y que por eso, tal vez, a pesar de las amenazas globales de la crisis, no estaba tan mal hasta hace relativamente poco». Siempre hubo «mucha industria para la población que teníamos», valora Emilio Álvarez Fonseca, «Cuqui», haciendo memoria, señalando el rincón de «El parquín» donde estuvo una fábrica de muebles y definiendo muy rápido el contenido de esta villa próxima: «Tiene de todo».

El ferrocarril es la locomotora en una villa que atraviesan 245 trenes al día

Tiene casi de todo, se aprestará a puntualizar un vecino al pasar por delante de aquel hotel que tenía El Berrón y que sigue ahí, pero de momento cerrado. Sobre la puerta de cristal del antiguo Samoa un cartel presenta un «hotel cerrado por reformas». El edificio, cinco plantas de alojamiento de tres estrellas en plena travesía de El Berrón, estimula el recuerdo de aquellos fines de semana en los que «el Samoa daba de comer», sigue Álvarez Fonseca, «a todos los bares del pueblo». El frenazo a los bailes y las fiestas «repercutió mucho, porque no es exagerado decir que el hotel alimentó a esta villa», que el trazado urbano de la población sierense «creció en parte gracias al Samoa» y que aquí era la silueta del edificio una de esas marcas distintivas que en otros sitios se echan en falta. Pedro Luis González, alcalde de barrio de La Carrera y entrenador del Berrón, antiguo trabajador del hotel, observa en la parálisis de «algo más de un año» un símbolo del recorrido que falta en el camino hacia la reactivación de «uno de los motores de la villa, que salvo excepciones va a tener que ser el sector servicios». El futuro es ése que profundiza en las raíces de este lugar de paso con su propia industria y su eterna proximidad a la ajena, con su sector servicios optando a ser el reactivador de todo esto cuando la penuria económica lo permita. En el edificio vacío del Samoa hay un negocio abortado momentáneamente con pinta de símbolo de potencialidad por desarrollar y que «funcionaría, seguro, por ejemplo si un grupo de empresarios se decidiera a constituir una cooperativa. Un centro geriátrico tendría sentido ahí, aventura el alcalde pedáneo, si se cumpliera la primera premisa que pide éste que pasa por ser uno de los sectores esenciales para el desarrollo de la villa: «Nos hace falta apoyo a las ideas emprendedoras de la gente que intenta abrirse camino», concluye.

Camino. Justo eso que siempre ha sobrado en este lugar donde saben con precisión cuánto conviene no dejar que se escapen los trenes. En el centro de El Berrón, sobre una de las aceras de la avenida de Oviedo, hay tres bancos delante de una barandilla. Están enfocados para que miren directamente a la playa de vías que se anudan en la estación de Feve, y a lo mejor no es casualidad, tal vez son para sentarse a contemplar la raíz de esta villa que tiene allí abajo alguno de los motivos de lo que ocurre aquí arriba, donde el tren es en más de un sentido la locomotora de este pueblo. Aunque sólo sea por los 343 empleos directos que proporciona el ferrocarril en El Berrón. 343 en la estación y los talleres e incluidos también los que trabajan en la «casa del colegial», ese edificio modernista recién restaurado, pintado de amarillo y con el añadido de un apósito revestido de cristales azulados que contiene la sede del centro coordinador del tráfico ferroviario de vía estrecha de Asturias y Galicia. Está aquí, dando importancia y sacando partido al nudo de comunicaciones de El Berrón, este gran enlace por donde pasan, según el recuento de la compañía, 245 trenes de media al día contando los de viajeros (211), los de mercancías (16) y los «especiales»: los turísticos, los vacíos, los de pruebas...

El Berrón tardó en coger el suyo porque éste, vuelve Pedro Luis González, «era un núcleo en el que el Ayuntamiento de Siero no invertía tal vez todo lo que la villa merecería por los habitantes que tenía». Al menos «hasta hace ocho o nueve años». Sin llegar a la hondura del sentimiento de periferia olvidada que se percibe en Lugones o La Fresneda, esas poblaciones que como El Berrón también han crecido y rejuvenecido rápido, desbordando rápidamente las  expectativas de expansión de la población y la necesidad de servicios, aquí no conviene dejar de agitar los brazos. Tiene todavía la villa la atención médica «congestionada», afirma el alcalde de barrio, y el aspecto de algunas calles pidiendo una mano de chapa y pintura. Pero la orfandad no es lo que era, será que aquí la capital municipal queda más lejos y hay otras demandas que han ido quedando cubiertas. Al hablar de peticiones atendidas, aquí miran sobre todo al bajo de uno de los nuevos edificios de la localidad, donde se aloja el nuevo hogar del jubilado. Son 1.400 metros cuadrados y el panel de flechas indicadoras que se ve al fondo al entrar deja clara la oferta de servicios: sala infantil, biblioteca, peluquería, podología, cafetería, salón de actos, sala polivalente... Está en servicio desde el pasado día 4 y Juan Camino, presidente de la asociación de mayores, ilustra la falta que hacía comparando con lo que tenían antes, «un local de trescientos metros cuadrados donde no cabíamos todos los socios y actividades». Socios son 1.900, «de todo el concejo y de fuera»; actividades, las que llenan el programa de la vigésima edición del «mes cultural», que es este noviembre con sus obras de teatro, su menú variado de conferencias o su «Día de los abuelos y los nietos». No sólo pasa en la estación y en el cruce de carreteras, El Berrón se mueve.

Cantidades industriales

La fábrica «El alemán» era de embutidos, Sorribos y Calleja hacían muebles. «Había pescadería, carnicería, garaje de bicicletas...» Incluso cuando El Berrón todavía no era esto ni llegaba el trazado urbano adonde termina hoy ni pasaban tan cerca tantas autovías, la villa del cruce de carreteras y trenes enseñaba pujantes industrias familares aprovechando las salidas de este lugar de paso. Aquí, a Adriano Posada le decían que estaba loco cuando hace quince años un panadero de Navia le dio la idea y dirigió el viraje de su negocio hacia la panadería y la confitería para celiacos. Ahora, con la que está cayendo, dice que su empresa, Adpan, viene de crecer un diez por ciento el año pasado, que da para 24 empleos y que pronto se marchará de su sede actual, pero para seguir en El Berrón. Sus razones son esencialmente «familiares», confirma, y éste un lugar ideal para salir a vender en dirección a toda Asturias y, como él ahora, empezar a tener presencia «en Alemania, Portugal, Andorra...» No es el único. Toldos Barry tampoco se ha movido de aquí ni ha dejado de ser una empresa familiar desde su fundación en 1971. La compañía de José Luis Barril, recientemente fallecido, ha recorrido aquí el trayecto desde un pequeño local con una máquina de coser hasta la parcela de 15.000 metros cuadrados que ocupa hoy junto a la iglesia de San Martín de La Carrera con una plantilla media de 25 empleos, el liderazgo en su sector y una facturación de más de dos millones de euros.

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ La cultura

«Estar tan bien comunicados también tiene sus desventajas» y en El Berrón la proximidad de Pola de Siero y su gran auditorio y la gran oferta cultural del entorno aparecen a veces como un impedimento contra una de las carencias que observa la directora del colegio público Los Campones, Araceli Fernández. Su solicitud quiere «alguna infraestructura, algo más tal vez que una Casa de Cultura».

_ El hogar

El nuevo hogar del jubilado son 1.400 metros cuadrados casi recién estrenados en los bajos de uno de los edificios de nueva factura en el ensanche de la villa hacia el Este. No hay queja. Lo que queda por definir es el destino de las antiguas dependencias de los mayores, «un edificio municipal al que se debería dar un uso municipal» al decir de Pedro Luis González, alcalde de barrio de La Carrera. Su idea, «muy reciente y cogida con pinzas», destinaría el inmueble a alojar a las asociaciones de la villa, para que «cada uno pueda tener su espacio».

_ Los accesos

Esenciales en esta población que debe lo que fue, lo que es y lo que quiere ser a su accesibilidad y su sencillez para las comunicaciones, el buen estado de los accesos sube a categoría de asignatura fundamental en El Berrón. Pedro Luis González distribuiría el tráfico con rotondas, al menos una a la salida en el entorno de la iglesia y otra al otro lado, en la entrada por el Oeste en Buenavista. Por detrás asoma la certeza de que esta villa bien comunicada completará su condición cuando se acabe el enlace de la Autovía del Cantábrico con la Minera muy cerca de aquí, en Mudarri.

_ Los servicios

La atención médica «congestionada» no casa con la población que ha alcanzado esta villa, apunta Pedro Luis González, y la falta de presupuesto coarta el camino hacia una ubicación «más adecuada en un centro de salud que reúna condiciones».

_ El paisaje urbano

El crecimiento, también físico, de El Berrón, reclama la conclusión del ordenamiento urbano, el saneamiento y la urbanización de la calle de La Estación, el ensanche de la avenida de La Somata o la última fase de la de Oviedo, con el proyecto hecho para prolongar aceras y alumbrado hasta la iglesia de San Martín de La Carrera.

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