Huérfanos de mina

Gumersindo Moro, antiguo párroco de Lieres, compara el impacto del fin del carbón en Siero con el desamparo de «los hijos que pierden la mano de los padres»

Marcos Palicio / El Siero Minero (Siero)

El día que entró en la parroquia de Lieres, Gumersindo Moro García ofició el funeral de un muerto en accidente minero. «Dejaba viuda y dos hijos», recuerda. Era 1976, con el pozo Siero funcionando casi a pleno rendimiento, y el sacerdote sabía a lo que venía. Nacido en Santibáñez  de Murias (Aller), «al final del río Negro», en plena cuenca hullera, conocía bien el beneficio y los estragos del carbón. Sería por eso, o no, pero Moro se adaptó a Lieres y hasta su retiro, hace dos años, pasó en total 33 al frente de esta parroquia y de la vecina de El Remedio (Nava), justo los años del paso del carbón a la incertidumbre. Ahora, cumplidos los 87 y resignado a soportar la añoranza, se conforma con contemplar Lieres muy a lo lejos desde el balcón de su habitación en la Casa Sacerdotal de Oviedo. Se complace en contar su versión de testigo privilegiado del tránsito traumático que experimentó aquel pueblo desde monocultivo hullero sin preocupaciones hacia la nueva realidad que siguió al fuerte impacto del cierre del yacimiento, materializado aquí definitivamente en 2001.

Aquel día de 1976 ya no encajaba perfectamente en los del esplendor absoluto de la minería sierense, pero de ahí en adelante al párroco le dio tiempo a conocer la última estela de aquellas «vacas gordas». Solvay acababa de transformarse en Minas de Lieres y no era lo que había sido, pero todavía el pueblo giraba alrededor de su pozo, la localidad se había moldeado incluso físicamente en función de lo que la empresa había querido que fuera y el paraguas de la antigua Solvay protegía contra todo. Tanto daba de sí que hasta el viejo poblado minero ha traído hasta hoy el nombre de la compañía hullera belga que explotó el carbón de esta mina de 1903 a 1973. La metáfora recurrente de Gumersindo Moro lo explica con precisión. «Siempre lo he comparado», afirma, «con los hijos que van de la mano del padre o de la madre y que al morir los progenitores quedan desamparados, huérfanos del cariño que recibían». Aquí la paternidad la ejerce una empresa minera, «que lo hacía todo en una situación beneficiosa por un lado, pero perjudicial en gran parte», comprendió pronto el sacerdote, «porque estaban muy mal acostumbrados». Puede que lo hayan comprendido después, cuando se supieron obligados a buscarse la vida solos, sin las ventajas de tener al «padre» siempre atento a las necesidades. «Incluso alguna vez tuve que reprender a algún padre -de los reales-, porque protestaban por la calidad de los juguetes que la empresa regalaba a sus hijos», rememora Moro.

Se refiere a los bollos y las botellas de vino de la fiesta de Santa Bárbara, a aquellos obsequios, a este poblado de edificios corridos, gemelos, con pequeño terreno y cobertizo para cada uno y separados de las grandes viviendas de los ingenieros, del médico o del practicante; habla de aquel economato «que era como unos grandes almacenes para el pueblo» y del que ya había oído maravillas en su anterior destino, en Coya (Piloña)... 1976 no fue el mejor año en las minas de Lieres, persevera el sacerdote, «a mí ya me tocaron los tiempos un poco más austeros y las vacas más flacas», pero después todavía los hubo peores. La fuerza de arrastre de la minería tiraba aún lo suficiente para que 2001 y el cese abrupto de la actividad extractiva fuese aquí el comienzo «un trauma» colectivo. «Era la vida de Lieres y de toda la comarca», resume Moro, «y al cerrar se cerraba también tanta ilusión y dependencia del pozo» que se hacía previsible una gran desilusión. El fundido a negro «se sintió», sí, pero el párroco de entonces no puede decir que la respuesta del pueblo fuera totalmente desmoralizadora: «Se recibió la nueva situación con cierto ánimo», recuerda. Y el pueblo cambió mucho, «no sólo éste, sino los de toda la comarca de alrededor», el pozo Pumarabule, en Carbayín, aguantó otros cuatro años hasta materializar el fin de una actividad que extendía el alimento más allá de las fronteras de estas parroquias y de este concejo. «Murió toda la vida que daba el pozo», pero el cura percibió a la vez «un espíritu de lucha y superación, de rebelión contra la sospecha de que todo estaba perdido». Lieres tardó en recuperarse de aquel golpe, discrepó sobre el aspecto que debía tener su futuro y hace muy poco que cuenta entre sus alicientes con un nuevo polígono industrial, todavía vacío de empresas, recién urbanizado delante de los viejos castilletes, las salas de máquinas y la chimenea de ladrillo que era una torre de ventilación. Los viejos edificios están al fondo de la parcela y delante de ellos un gran monolito de piedra firmemente incrustado en esa tierra todavía negra tiene una placa metálica que recuerda lo que hubo aquí rindiendo sentido tributo «a la memoria de los hombres, mujeres y niños que trabajaron en las minas de Lieres desde mediados del siglo XVIII hasta 2001».

Gumersindo Moro no podía creer que se terminaba, «porque era un pozo de buen carbón, que parecía que todavía tenía vida». Pero se fue, «Hunosa no se apiadó de Lieres» y el pueblo perdió todo aquel movimiento de rotación alrededor de su pozo. Se quedó Santa Bárbara, la fiesta minera sin su parte social, «ya sólo era la celebración religiosa», y en el santuario de la Virgen de la Salud empezó a ser frecuente que el sacerdote allerano encontrase fieles rezando por el futuro de una parroquia que ha prolongado la incertidumbre prácticamente hasta hoy. «Esto ya no es un pueblo minero», confirma Moro, pero a su modo puede seguir viviendo de lo mismo. «A ver si tienen suerte y llega alguna empresa potente que necesite obreros y vuelva a dar vida a aquello».

Físicamente, eso sí, en esta vertiente minera del concejo de Siero el paisaje nunca ha dejado lugar a dudas. Esto sí son pueblos mineros. En Lieres como en Carbayín, la estructura urbana ha mantenido muy a la vista, dentro del trazado, la certeza de los restos de la instalación extractiva: en Carbayín se ven sin obstáculos desde casi todas partes los dos castilletes metálicos a distintas alturas del pozo Pumarabule, el primero vertical de Asturias; en Lieres sigue estando de fondo la estructura única del armazón de hormigón que daba acceso al pozo Siero. En los dos sitios son inconfundibles las barriadas mineras, hechas de edificios gemelos, distinta la más antigua y más abierta en Lieres de la más urbana de Carbayín, ocupadas ambas en su mayor parte, pero con mucha menos vida a su alrededor.

Hace más de dos años que Gumersindo Moro abandonó también la parroquia, orgulloso del cementerio ampliado, del cierre acristalado del pórtico o de la calefacción de la iglesia, pero también convencido de que el paso del tiempo había hecho su trabajo igual con él que con su pueblo, empeñado en que la nostalgia del pasado no debe impedir caminar hacia el futuro.

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