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De mayor quiero ser joven

La capital de Candamo se enfrenta al éxodo rural, el envejecimiento y la falta de actividad económica con una incipiente oferta residencial para atraer población hacia su entorno agrario plácido y cercano

Marcos Palicio / Grullos (Candamo)

La voz de una madre llamando a comer se escapa por las ventanas de un edificio casi nuevo en el barrio de El Campo. Hay vida. Grullos ha engañado al forastero con el vacío silencioso de la sobremesa, pero además de este bloque de viviendas sociales, gemelo de sus dos vecinos, verá en la pequeña capital de Candamo al menos otros dos de construcción joven. Todos ocupados, apostillará algún vecino resistente al abandono de su pueblo. Las primeras fueron «aquellas de allí arriba, seis casas en el edificio alargado de ladrillo visto», señala Montserrat Reguero, empresaria de hostelería y componente de la Asociación de Vecinos «San Bartolomé». Más recientemente, estos tres bloques clónicos añadieron doce y el pasado diciembre se entregaron las llaves de dieciocho más en régimen de alquiler con opción de compra. El alcalde de Candamo, José Antonio García Vega, ya incluye en el recuento el proyecto de otra promoción sin comenzar, que tendrá tres edificios, 39 hogares, y eleva el total de la nueva oferta de alojamiento por encima de las treinta viviendas ya terminadas con alguna expectativa de llegar a superar las setenta. Nada mal, festeja, para una población escasa que no ha tocado en toda la década los dos centenares de habitantes.

A simple vista, «vino más gente de la que se marchó», coincide Reguero desde la butaca de preferencia que le proporciona la barra del bar restaurante La Fresa. El suyo es uno de los dos que atienden el pueblo -enfrente está La Caverna- y prácticamente la  única actividad empresarial junto a un almacén de legumbres, alguna ganadería, el Ayuntamiento, el Colegio Público de Primaria, un geriátrico de gestión municipal, la funeraria, el tanatorio y un consultorio médico con despacho farmacéutico. Grullos, que se parece en casi todo a un pueblo, es ya «zona urbana» en el idioma del último plan de ordenación. He ahí la estrategia del municipio para recrecer su capital, para hacerla mayor además de más joven.

Poco a poco. En contradicción con la percepción del primer vistazo, la estadística avanza menos rápidamente que el ojo de los vecinos y que el padrón actualizado. El último dato, fechado en diciembre, otorga a la capital candamina trece habitantes menos que hace diez años -177 en la última cifra de 2009, 190 en el primer recuento del siglo XXI- y está más de acuerdo con el perro poco acostumbrado al contacto humano que ladra con tenacidad al forastero. Aquí, tres o cuatro niños nuevos para empezar el curso en el colegio son una bendición por mucho que los más de sesenta que hoy hacen Primaria aquí miren muy de lejos a los quinientos que Montserrat Reguero recuerda de hace treinta años, cuando todavía no había que desplazarse hasta el instituto de Grado a partir de Secundaria.

El poblamiento disperso de Grullos avanza estirado a lo largo de la carretera AS-237, Grado-Avilés, dominando desde arriba las vegas del curso bajo del Nalón y tendido al sol que recibe sin compasión en esta tarde de verano. Es él el responsable de que aquí maduren antes y sean más dulces las fresas, según sabía ya en los años cincuenta el escritor de Cangas de Onís Juan Antonio Cabezas, que lo dejó dicho en «Asturias, biografía de una región».

Grullos tiene a la vista pomaradas y huertas, hórreos y paneras, un palacio con capilla en venta -el de los Cañedo- y un viejo lavadero. El recorrido de un día cualquiera se cruza con más coches que personas y a la luz de la actividad escasa puede que no haya otro remedio que cierta resignación a la función residencial. Hay aquí quien se conforma con hacer el pueblo visible para un público muy específico, que lo hay, con interés en ocupar este paisaje rural «tranquilo y cómodo», define José Suárez, a tiro de piedra de los grandes núcleos de un entorno urbano más accesible gracias a algunas comunicaciones mejoradas. Hacia un lado, Avilés; hacia el otro, Grado y Pravia, con Oviedo a no mucho más de veinte minutos desde que la autovía llega hasta la capital moscona. Grullos vende eso y el Alcalde promociona su vivienda nueva a precios competitivos: «Tres dormitorios, garaje y trastero por dieciséis millones y medio», calcula García Vega manteniendo el recuento en pesetas. «En Grado no baja de 25».

Cruzando barrios por las calles de la capital candamina, pasando entre fincas con frutales y un moderno chalé con piscina de plástico azul frente a un hórreo con ropa tendida, las señales de vida no se multiplican. La Fresa cambió el bar-tienda por el bar restaurante y desde que cerró la panadería, el pan, como la carne o el pescado, se compra en una furgoneta de venta ambulante o directamente fuera del pueblo. «Hay que desplazarse para casi todo», asume Isabel Granda, que, sin embargo, no cambia su casa en Grullos: «En Avilés, ni aunque me paguen».

Lo que queda son aquellos dos restaurantes juntos -La Caverna, instalado en un local de propiedad municipal- o el nuevo geriátrico inaugurado hace un mes. Y el tanatorio, el Ayuntamiento y las pinceladas agrícolas y ganaderas que se completan con dos establecimientos de turismo rural -uno en La Fresa, el otro gestionado también por el Consistorio- y poco más que negocios de tradición familiar continuados por la descendencia. José Luis López sigue con el almacén de su padre -Legumbres Tino-, aquí desde 1948, y las 180 vacas lecheras de José Ángel de la Fuente son también la esforzada herencia de lo que siempre hubo en casa. Los dos convienen que la iniciativa y el espíritu emprendedor apenas forman parte del paisaje de Grullos y echan de menos algún compromiso de la juventud con el sacrificio de sostener el campo, pero no. La aventura no cala. López compra fabes aquí y su proveedor «más joven tiene 65». «En el conjunto del municipio», calcula el Alcalde, «no llegará a un veinte por ciento la población que vive exclusivamente de la agricultura o la ganadería», y en el breve entramado económico de su capital apenas hay más empresa empleadora que el Ayuntamiento. Habría espacio para el turismo, la eterna alternativa contra la depresión de los núcleos rurales asturianos, pero reaparece el muro de la indecisión. En verano, funciona, dice Montserrat Reguero sobre su apartamento rural, y «si tuvieses veinte, tal vez alquilarías los veinte», pero la estacionalidad no ayuda a pensar en esto como alternativa permanente.

El caso es que los que viven en Grullos se van, o van y vienen a sus puestos de trabajo más o menos lejos de aquí, y el pueblo queda desarmado frente al peligro de la exclusividad residencial. Que así sea si así tiene que ser, parece querer decir el regidor resignado, pero sacándole partido, haciendo virtud de la necesidad para conseguir que los que decidan dar el paso hasta aquí puedan vivir cómodos, tengan dónde y lo difundan.

Por eso las viviendas de protección pública, de ahí la apuesta por los servicios sociales y la preferencia de la atención a los mayores que hace presumir a José Antonio García Vega. No es sólo esta residencia de planta única, sin barreras arquitectónicas, que ocupa el centro del pueblo como una advertencia del peligro cierto de envejecimiento; también hay un centro de día adosado a ella que espera el equipamiento para ser abierto en enero. Todo esto se define «primordial» en el ideario del Alcalde. «A mí no me duele quitar dinero del arreglo de un camino para destinarlo a los mayores», confiesa. «Con menos de 2.500 habitantes, tenemos quince trabajadores a media jornada dedicados a estas tareas. Somos el primer concejo rural de Asturias en tener un centro de atención a ancianos».

El centro de alojamiento de personas mayores Alcalde José Luis Fernández, a cuyas puertas toman el sol del mediodía varios de sus habitantes, tiene un mes escaso de vida y dobla con sus veinticuatro plazas las doce del antiguo geriátrico. Aquél era formalmente una casa de indianos que hoy ha prestado su antiguo edificio para que haga las veces de Ayuntamiento mientras dure la obra de remodelación y ampliación del viejo edificio consistorial, que está en la carretera, junto a la iglesia, y que fue cuartel en la Guerra de la Independencia.

La fresa, exquisita y escasa, un deporte de riesgo  que pide un empujón

A Fernando González no se le ha borrado la imagen de los pasajeros del tren a Oviedo «saltando por encima de cajas» repletas de ciruelas, manzanas, melocotones... Aquí hay fruta, no sólo fresas aunque sean ellas las que hayan hecho más méritos para ascender a blasón y emblema del concejo. La fresa de Candamo tiene calidad y se vende bien. Se vende y es mejor y más cara que la del Sur, pero las fresas apenas se aceptan como modo de vida en Grullos y Candamo. Una gran explotación con 14.000 plantas en Aces es la excepción; la norma la configura la pequeña huerta de quinientas plantas que ayuda a Fernando González a sobrevivir en Grullos. «Hay que tener muchas para poder vivir de ellas», apunta él, y tener muchas es deporte de riesgo, «una aventura» sin la rentabilidad inmediata que tanto gusta entre la juventud del siglo XXI. Un fruto «delicado» que «da trabajo» y se estropea igual con un exceso de sol que con demasiada lluvia no invita a los jóvenes, dicen aquí, a engancharse al campo. Esto no es Palos de la Frontera, con sus grandes invernaderos y sus legiones de inmigrantes en la fresa. «Tuve 4.000 plantas y no encontraba quién me viniese a recoger», asegura José Luis López.

Estas razones sirven para explicar el origen del fracaso de un proyecto de cooperativa que buscaba brazos para poner a producir un terreno que aquí «sobra para 200.000 o 300.000 plantones de fresa», afirma el Alcalde. Aquella iniciativa ofrecía parcelas sin coste a través del Banco de Tierras, pero no llenó el vacío. De momento, y dado que al año se producen aquí entre 80.000 y 90.000 kilos, cuenta García Vega, el potencial desaprovechado se calcula rápidamente si se sabe que cada planta produce de media entre un kilo y kilo y medio de fruto.

Bendecidos con la fortuna de un emblema autóctono, Grullos y Candamo tendrían mejores perspectivas para exprimir más sus fresas «si la gente joven se interesase», sigue el regidor. «Llevamos bastante tiempo tratando de potenciarlo, pero no conseguimos todo lo que quisiéramos». Las plantas llegan a Asturias desde unos viveros en Perales (Palencia) y el Ayuntamiento subvenciona el 75 por ciento del coste a todo aquel que adquiera más de mil plantones. La furgoneta que todos los años fleta el Consistorio candamín trajo 62.000 del último viaje, todavía lejos de la cifra ideal. Y eso que los cultivadores aprendieron mucho desde hace menos de una década sobre los mejores modos de sacar mayor rendimiento a sus plantas. Un estudio financiado a dos bandas por la Universidad y el Principado dio algunas claves, por ejemplo, para retrasar el nacimiento de los frutos mediante la «desfloración» y conseguir que en Candamo, donde se produce una variedad de floración tardía, todavía haya fresas incluso hasta a veces en otoño, «cuando empiezan a escasear las de Huelva». Ni por ésas. En el Festival de la Fresa, 32 ediciones con la del pasado junio en Grullos, se las quitan de las manos. El certamen que promueve la asociación de vecinos distribuyó la última vez 850 kilos a una media de seis euros. «A lo mejor», conjetura el Alcalde, «si el trabajo sigue escaseando habrá quien no tenga más remedio que volver al campo».

Un palacio, un lavadero y unos dólmenes, vistos desde Nueva York

Mirando desde una distancia de dieciséis años en Nueva York, hay veces que Grullos pierde foco. Paquita Suárez Coalla, escritora nacida en la capital de Candamo, habla por los que se han ido con la nostalgia mezclada con «un poco de mala conciencia». Duele, asegura, cierto «abandono» de lo que fue un pueblo muy rural que protegía lo suyo, pero también la certeza de pertenecer «a una generación que se fue y no ha sabido preservar lo que forma parte de la memoria histórica y el patrimonio cultural». Suárez concreta parándose en tres escenas de Grullos con valor ilustrativo. Empezando en el barrio de Pueblo, «hay un hermoso palacio medio abandonado del que nadie se ocupa» y que tiene bien cerca un ejemplo válido de reciclaje cultural: cinco kilómetros más abajo, San Román, «un pueblo con otro tipo de iniciativas que cada vez admiro más», ha transformado su palacio, el de Valdés Bazán, en biblioteca pública y centro de interpretación de la cueva prehistórica de La Peña. También le asalta la imagen de un viejo lavadero «en muy buenas condiciones, en un paraje hermoso que de seguir como sigue no tardará en ser una ruina» y, más recientemente, en La Mata, el hallazgo de unos dólmenes reconocidos como de la Edad del Bronce se ha quedado ahí. «Allí siguen», lamenta Paquita Suárez Coalla, «entre los eucaliptos, sin ninguna indicación o forma temporal de protegerlos, de modo que si cualquiera necesita piedras para hacer un cierre puede ir allí tranquilamente y destruirlos».

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ Los accesos

Grullos presume de su localización, a un paso de varios lugares importantes del centro de Asturias, pero en su entorno más inmediato duele el estado de la carretera que atraviesa el pueblo y lo comunica con la comarca de Avilés, por un lado, y con Grado, por el otro. «Está toda rota y llena de grietas», protesta José Suárez, y le falta al menos algún paso de peatones más en el pueblo para no tener que lamentar percances como el atropello que no hace demasiado costó una muerte.

_ Un banco

En la tarea de fijar y atraer población hasta la capital de Candamo ayuda poco la precariedad de ciertos servicios, y, sobre todo, «falta un banco», afirma el Alcalde. Lo más próximo es la Caja Rural de San Román, a cinco kilómetros de aquí, y hay, asimismo, quien, puestos a pedir, echa en falta incluso un buzón para no tener que viajar hasta Grado también para enviar una carta.

_ Una tienda

Los servicios aproximarían Grullos a la dotación de «una pequeña villa», como asegura el Alcalde, si además de una sucursal bancaria tuviese al menos «una tienda o pequeño supermercado». Hay aquí, no obstante, quien duda de su rentabilidad, tan cerca de la enorme competencia de Grado y con la costumbre de «desplazamiento para todo» que se ha adquirido en Grullos desde que La Fresa ya no es bar-tienda.

_ Iniciativa

«No hay demasiado de eso» y se resiente el paisaje de la actividad empresarial en la capital candamina. La regeneración del tejido social o su renovación, con la pretendida llegada de nuevos pobladores, también pretende poner las bases para solucionar eso.

_ Más fresas

Para exprimir mejor y rentabilizar el fruto emblema del municipio «haría falta, sobre todo, más plantación», afirma el alcalde de Candamo con la certeza de que lo que falta es, en realidad, otra vez, más gente interesada. «Sobran sitio y tierra», asegura José Antonio García Vega, «para 200.000 o 300.000 plantones», y para multiplicar la producción de fresa de calidad del año pasado, «entre 80.000 y 90.0000 kilos». Se trataría de sacar la fresa de Candamo del estatus de exquisitez que le da la escasez.

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