La carretera imanta

La parálisis de la autovía A-63 irrita en La Espina, lugar tradicional de paso y cruce de caminos que progresa arrastrado por su espíritu emprendedor y por la mayor densidad industrial del concejo de Salas

Marcos Palicio / La Espina (Salas)

A media tarde, la niebla le ha dado una breve tregua a La Espina y Vidalina Fernández, el cuerpo encogido por el frío y la bufanda hasta los ojos, aprovecha para pasear al perro por la autovía A-63. En el tramo que bordea el polígono industrial de El Zarrín, ha quedado exclusivamente para esto la carretera inconclusa que decían que venía a auxiliar a este pueblo mal comunicado. No hay peligro, porque no hay coches, ni máquinas trabajando en la obra que por aquí se ve casi terminada, pero que hoy por hoy no encuentra más utilidad que este reciclaje improvisado como área de esparcimiento y paseo de lujo para mascotas. Aquí está incluso listo el asfalto, se recorren a pie los viaductos y hasta se puede caminar por una de las dos calzadas hasta Casazorrina, más allá de Salas. Pero los coches no. Ni coches ni grúas ni excavadoras ni apisonadoras en movimiento. Ya no. Aquel retrato de mujer con perrito sobra para definir la sensación de orfandad que algunos experimentan aquí al mirar hacia esa autovía inmóvil que cruza ostensiblemente la pradería hacia el Sur, entre el pueblo y su parque empresarial. Y a lo mejor lo peor es que es ésta, con todo, la que está más avanzada de las tres que anunciaron su confluencia en La Espina y que prometían atar aquí un gran nudo de comunicaciones del que poco o casi nada se ha sabido: no hay noticias de la que iba a atravesar hasta Ponferrada; ni está ni se espera aquella otra que bajaría a unirse con la Autovía del Cantábrico en Canero. «Ésta siempre ha sido una zona olvidada, siempre puede esperar». La queja no se escucha solamente en la voz de Germán Cantera, presidente de la asociación de empresarios del polígono y gerente de Agrovaldés, cooperativa de agricultores y ganaderos con sede múltiple y asiento principal en El Zarrín. Espina es «columna vertebral» en una de las acepciones del diccionario; en Asturias, todavía no.

En lo alto del puerto de La Espina, en la penillanura de este espacio paradójicamente plano a 645 metros de altitud, la carretera es importante. Todos los argumentos van a dar a ella a partir de este lugar que siempre ha sido de paso y encrucijada de caminos, que se alimenta en buena medida del espíritu emprendedor que ha dado a luz este polígono industrial, el único que da servicio en el concejo de Salas mientras no se sustancien otros dos proyectos en marcha para la capital y Cornellana. La esencia tradicional de pueblo industrioso explica por qué la comunicación se aparece vital para que esto siga siendo lo que es. Darían fe los transportistas que al salir de Oviedo ven que les quedan sesenta kilómetros y se animan, pero una hora después llegan «desesperados» después de escalar hasta aquí por una carretera revuelta, destartalada por las obras y señalizada y con la velocidad limitada, todavía, como si nada hubiera pasado y las máquinas continuaran trabajando.

A pesar de las nieblas, las reales y las metafóricas, que cubren todo esto a menudo, y contra el viento intenso y frío de cualquier tarde cerrada de otoño, La Espina avanza. Progresa guarecida de la profunda tempestad demográfica que arrecia en el concejo de Salas y más habitada hoy que hace una década. Esta población, la tercera del municipio por número de habitantes tras la capital y Cornellana, bordeaba los cuatrocientos habitantes en 2000 y cerró 2009 con 420. He ahí el resultado del magnetismo de los servicios que se aprecian al primer vistazo en el recorrido por la traza estirada de un pueblo acomodado físicamente a la línea de la N-634, la que aquí llaman por inercia «la carretera vieja», pero que sigue siendo la única: cuatro supermercados, dos bancos, muchos bares, un bazar y la farmacia, la sede de la Comarca Vaqueira y del Grupo de Desarrollo Rural del Valle del Ese-Entrecabos... Cabecera de un pequeño universo rural de alta montaña y centro aglutinador con industria y empleo, La Espina conserva cierta capacidad de atracción perceptible en el edificio gris que aloja la escuela en un promontorio sobre la carretera. Aquí van al colegio cuarenta niños de todos los cursos de Primaria, algunos en viaje diario de ida y vuelta desde Bodenaya, El Couz o Porciles. Hay quince alumnos en las aulas de los más jóvenes, de entre 3 y 5 años, y todos corren a casa huyendo del frío al dar las dos y media de la tarde. Judith es una de las menores y acaso la que llega desde más lejos. Ha venido de Brañasivil -dieciocho kilómetros hasta la población más alta del concejo- y ahora se marcha en brazos de César Fernández, que se define taxista y asistente social. Hubo más alumnos, la epidemia del envejecimiento rural no es ajeno en este lugar donde una línea de transporte escolar pasó en un solo curso de seis a dos viajeros, lamenta Celestino Díaz, además de transportista secretario de la asociación vecinal «Avance 2000».

Se estira La Espina, también, ayudada por la pujanza empresarial de ese polígono que  calcula más de 130 empleos, que tiene las dieciocho parcelas ocupadas y adelanta ahora algunos planes de ampliación. Crece arropada todavía por la resistencia de la ganadería, con cinco explotaciones en el núcleo y algunas más en la parroquia, donde siempre han dado mucho de sí las vacas.

Algo le toca a este pueblo de su linde directo con el concejo que presume de ser «la despensa de Asturias en materia de producción láctea». Tineo, el municipio con más cuota de España, empieza a menos de un kilómetro de aquí y esa proximidad marca. Además de leche y vacas, eso sí, lo que se ve al asomarse a la frontera ha dotado a los habitantes de La Espina de «un puntito aberzale». La broma de Celestino Díaz tiene detrás el trasfondo amargo de una periferia disgustada. Comparando, «el polígono de Tineo tiene más subvenciones, hay fondos mineros...». La queja de Alberto García, propietario de una empresa de servicios agrarios en El Zarrín, se duele de la experiencia propia en una compañía que empezó «con mi mujer, otro chico y yo» y que ha llegado hasta hoy con catorce empleados sin que «nunca haya tenido una ayuda». Y el único polígono industrial del concejo de Salas no tiene una señal dentro del pueblo que oriente al forastero, se queja Adriana del Oso, directiva de la empresa familiar de transportes; por no hablar de que «nadie retira la nieve de las calles, «tenemos que solicitar que nos limpien las cunetas»... «Noventa de cada cien encuestados te dirán que quieren pertenecer a Tineo», confirmará José Luis García Martínez, propietario del único hotel del pueblo y de uno de los dos únicos establecimientos que dan alojamiento y sirven comidas en La Espina.

Entrevisto entre la niebla, acosado por un viento cortante que vacía la travesía de la N-634, se comprende que sea éste un pueblo acostumbrado a la supervivencia y a la rebelión contra las condiciones adversas. Un sitio «muy emprendedor», define Alberto García observando lo que se vende a su alrededor en las naves de El Zarrín, un polígono en la cima de este puerto que ya fue muchísimo más inaccesible. Hay mucha cerámica y transportes y constructoras, una quesería al cargo de Agrovaldés -10.000 unidades de afuega'l pitu y un queso con sabor a sidra- y nada sacado de la manga ex novo, sobre todo manufactura vinculada con lo que siempre ha dado de comer en esta zona, insumos para la producción agroganadera: talleres de maquinaria agrícola y compañías comercializadoras de piensos y de servicios relacionados con esta actividad. Muchas de las ideas han nacido aquí y es ese motor el que atiza la economía de un pueblo que no se concibe sin él desde 1995 y que ahora crecerá. Según el proyecto de ampliación que apadrina el Ayuntamiento, el parque empresarial se expandirá al menos con una planta de generación de energía por biomasa, una de las dos que se esperan en el concejo y que proponen cada una catorce empleos directos si no yerran los cálculos del alcalde de Salas, José Manuel Menéndez.

Las vueltas de un circuito de automovilismo alrededor de una autovía parada

Alejandro González también vivía en ruta cuando trabajaba como taxista en Madrid, pero no era lo mismo que quedarse a «vivir en el Camino». Hace algo más de cuatro años decidió que lo que quería era esto, esta casa de piedra repintada de amarillo y con un hórreo a la puerta que encontró en Bodenaya, ya en la cima del puerto a aproximadamente un kilómetro de La Espina y exactamente a 256 de Santiago de Compostela, según informa uno de los muchos indicadores que se leen en la entrada. La compró en abril de 2006 y poco más de un año después abrió este albergue privado para peregrinos. En la primera planta, bajo muchas banderas traídas de los lugares de origen de los visitantes esperan quince camas vacías que el pasado verano necesitaron el auxilio de alguna supletoria y hasta de varios colchones en el suelo. Hoy no tienen ocupantes, no hay aventureros entre la niebla de una mañana de otoño crudo y hostil para el Camino Primitivo. Es casa de hospedaje sin tarifa, el peregrino «cena, duerme y desayuna» y deja la ropa para lavar a cambio del donativo que quiera dejar en el cajón atornillado a la pared. Alejandro González, que también pasó un día por aquí haciendo el Camino, se quedó para «cambiar de vida» y en la nueva, ríe, «no te haces millonario, pero funciona para sobrevivir, que es lo que yo buscaba». Además, «Asturias me encanta y la gente de La Espina y Bodenaya es encantadora. Me pareció un sitio ideal y no me arrepiento para nada».

La Espina, lugar de paso tradicional, cruce de caminos de toda la vida ha terminado siendo su final de trayecto. Fuera del albergue, varios indicadores apiñados junto al hórreo muestran las rutas que han llegado hasta aquí, orientan y enseñan en algún caso desde dónde han venido peregrinos a dar a Bodenaya. Uno señala hacia Jerusalén en caracteres hebreos, otro dice que hay 1.689 kilómetros a Zúrich, otro que quedan 1.719 para Somano (Italia), otro enseña por dónde cae Dundalk (Irlanda)...

En la planta baja, una estufa da calor a Alberto Gaddi, hoy el único habitante de esta casa. Es italiano, nacido en la orilla del lago de Como, «en el sitio donde se fabrican las motos Guzzi», y es él quien hoy está al cargo del albergue. También pasó por aquí en ruta hacia Santiago y se quedó a vivir en el Camino. Lleva en Bodenaya desde Semana Santa y calcula que en total ha visto pasar en este año santo jacobeo a unos 2.000 peregrinos. «Este Camino va subiendo de año a año», confirma Alejandro González con el respaldo de Gaddi, la voz autorizada que ha llegado ya a Santiago por el Camino francés, por el del Norte, el portugués, la Vía de la Plata y parte del Camino de Madrid. Y que ha venido a quedarse precisamente aquí. El 19 de enero, «el día de mi cumpleaños», parte con Alejandro a probar en Cuenca «La ruta de la lana» y a demostrar su querencia por  cualquier expresión de esta ruta a pie que «a mí me gusta más en invierno», asegura, «el verano es una guerra».

El Camino termina junto a La Espina

La fuerza de arrastre indiscutible de la industria se ha resentido de la crisis con algún que otro expediente de regulación de empleo, dicen aquí, pero sin grandes reajustes traumáticos a pesar de todas las expectativas que ha roto la incomunicación. Si llega, la autovía sacará el tráfico de paso de La Espina, pero la balanza de la mejora de  infraestructuras pesa más por el lado de las ventajas. El sector hostelero asume por la boca de José Luis García que si hasta ahora la clientela «venía sin más, con la nueva situación tal vez habrá que llamarlos», pero vale la pena. Porque si se mueve la industria se mueve La Espina. «Cornellana, por ejemplo, vive más que nosotros de la gente de paso».

En el rincón de los inconvenientes, la obra de la A-63 ya se ha llevado por delante parte del Camino de Santiago y completamente un circuito de automovilismo, uno de esos faros que se ven desde fuera y que pueden dar al viajero de paso un motivo para seguir parando en el pueblo. El trazado no ha muerto, pero poco le ha faltado. Sobrevive desplazado, en otra ubicación a unos metros de la anterior y, al decir de Adriana del Oso, componente de la escudería Orbayu Competición, mucho peor que antes. El acuerdo de restauración entre el club y el Ayuntamiento de Salas adelantaba la reconstrucción del circuito de karting y el de autocross, además de un local para bar y vestuarios. El equipamiento deportivo está, reinaugurado en marzo de 2008, pero nada más se supo desde entonces del recinto cubierto ni del Ayuntamiento, protesta Del Oso. Por si fuera poco, el acceso es deficiente y «ya ni hay carreras, la gente no va a venir con este tiempo sin tener donde meterse». La escudería, 32 años de historia, «es una asociación sin ánimo de lucro, no puede generar más dinero por sí misma» y el «abandono» lastima porque aquí el automovilismo fue siempre «una actividad que ha movido a muchísima gente. Gente que no viene sólo a las carreras, que deja su dinero en el pueblo y prácticamente todas las semanas viene alguien a rodar...». Y eso que La Espina sí tiene por dónde rodar y que va en esto por delante de Tineo, donde tampoco está, ni se le espera, el proyecto de la Ciudad del Motor casi ocho años después de la promesa del presidente del Principado. José Manuel Díaz, concejal de Urbanismo, vuelve a la autovía para explicar esta parálisis aludiendo a la otra. El acuerdo con la escudería no está olvidado, asegura, «es un proyecto precioso y hay que hacerlo», pero la expropiación temporal de algunos terrenos próximos al circuito para que sirvan de vertedero provisional a la obra obstaculiza administrativamente las edificaciones por el momento.

Ésas y otras asignaturas pendientes piden implicación y participación social. En este lugar tradicionalmente implicado con intensidad en el bienestar colectivo, Constantino Díaz asegura que en algunas ocasiones «me siento muy solo» a la vista de cierto exceso de individualismo. Para todo. José Luis García recuerda una manifestación pro autovía «con veinte o treinta personas que anduvieron hasta el bar París y se dispersaron» y Germán Cantera colabora con la experiencia propia de su empresa de economía social para confirmar que esto puede que pase aquí, pero no sólo: «Nosotros tenemos más de 3.000 socios repartidos por toda Asturias y en la asamblea nos las vemos y nos las deseamos para llegar a ochenta asistentes».

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ Las comunicaciones

Ya que no va a llegar en breve a su destino la autovía Oviedo-La Espina, en este pueblo se conformarían con que la vieja nacional se desprendiese de la señalización de obra, con sus líneas continuas y sus límites de velocidad, y se arreglasen los desperfectos que han ocasionado los trabajos de construcción de esa autovía parada.

_ Un local social

José Antonio González Prado, presidente de la asociación vecinal «Avance 2000», expone la urgencia de un espacio que dé servicios múltiples en esta población que carece de un centro de día para mayores o de un local «para todos los usos que son necesarios en el pueblo».

_ Una escuela

La de 0 a 3 años «la hemos pedido un montón de veces», asegura Adriana del Oso, «y nada». Sus razones sostienen que «en este pueblo siempre hay niños»; las de las administraciones que hasta ahora se niegan aducen que la clientela potencial del centro no proporciona «garantías de continuidad».

_ El transporte

Si llegar hasta aquí cuesta en coche, la opción del transporte público no es mucho mejor, denuncian los vecinos, con una oferta insuficiente que se agota en cuatro autobuses al día.

_ Los servicios

Algunos de los básicos no llegan hasta esta periferia del concejo de Salas, lamentan aquí los que miran y no ven máquinas quitanieves por el polígono industrial, asegura Adriana del Oso, o comparan y aprecian a veces menos ayudas a la promoción empresarial que en el concejo de al lado.

_ La industria

El polígono de El Zarrín, el único que está en servicio en el concejo de Salas, engrasa el motor económico de La Espina con sus más de 130 puestos de trabajo y a pesar de la crisis espera poder ofrecer alguno más en el futuro. El Ayuntamiento baraja un proyecto de ampliación que ubicará aquí una de las dos plantas de biomasa que se plantean para el municipio y una extensión total que se calcula en seis parcelas y unos 40.000 metros adicionales a la superficie actual. En el Consistorio se espera para «muy pronto» la aprobación del plan parcial.

Artículos relacionados

El paraíso es alto y plano

Marcos Palicio

El economista Joaquín Lorences revive su niñez de joven explorador en la llanura elevada de La ...

Atalaya de las tierras altas

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez

Activa villa en proceso de conformación y consolidación, La Espina resiste contra su marginación ...